El buró (Parte 4)

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...-¡Bien llegado sea, Dios, por Belcebú…! -exclamó suspirando, ya más tranquilo...

***

-V-

Despidió al mozo después de firmarle el recibo, cerrando la puerta con rapidez. Estaba deseando quedarse a solas y sentarse frente a él para admirar su belleza. Después de recuperar el resuello que le produjo la emoción del momento, procedió a desembalar con mimo el objeto de sus deseos; fue destapándolo quedamente, como a una bella mujer a la que descubrir el secreto de su esbeltas líneas, despojando poco a poco la doble tela de arpillera que se había utilizado en su envoltura para protegerlo de los golpes durante el traslado. Cuando lo hubo conseguido, ensimismado y resplandeciente de admiración, tomó asiento en el borde del lecho y se detuvo a admirarlo tomándose todo el tiempo del mundo.

Al cabo de un largo rato, decidió instalarlo frente al ventanal.

Tal hizo y le acercó la única silla que tenía.

Observó el conjunto de ambos y, encontrándolo a su gusto, tomó el capote disponiéndose a visitar el mercadillo de Montparnasse con la idea de adquirir alguna resma de papel, un par de botes de tinta y algunas plumillas nuevas, y así rendir el debido culto al hermoso mueble durante las tranquilas horas de la noche, a solas, disfrutando y bebiendo de la escritura.

Fue cerrando la puerta con mucho sigilo al tiempo que admiraba por entre la rendija las líneas del secreter.

-¡Va a ser genial!.. -medio gritó, frotándose las manos, llegando corriendo al portal.

-VI-

El reloj del Hôtel de Ville marcó diez largas campanadas.

No le había sido fácil volver hasta Montmartre; los gendarmes se habían apostado a la salida del puente para ejecutar una redada y habían cortado con fuertes medidas de seguridad la huída de los delincuentes que buscaban. Las pitadas de sus silbatos aún le resonaban en los oídos.

Después de identificarse debidamente, los gendarmes le dejaron pasar sin más explicaciones. Había tardado más de una hora en poder cruzar el puente y la noche se había echado encima.

Por muy buen precio, como siempre, había comprado en el mercadillo el material necesario para ponerse manos a la obra. Se había entretenido después en visitar tres o cuatro tabernas -ya no recordaba bien cuántas debido a los vapores que le azufraban- donde cumplió con fervor sus oraciones calentándose el estómago con varias jarras del peleón vino de la campiña. También intentó llenarlo con un cuarto de pan y un trozo de salchichón cuya dureza le recordó mucho el cuero de sus viejos zapatos.

Según se iba acercando a la Place du Tertre planeó pasar durante la mañana siguiente por el periódico local y pactar con su director la entrega de todas esas nuevas historias que desde hacía horas pergeñaba en su cabeza. La sola idea le produjo escalofríos, esta vez reconfortantes.

Cuando llegó al portal ya tenía decidido el final del primer relato que escribiría esa noche.

Presto pues, subió los escalones de dos en dos y abrió la puerta…

(Continúa...)


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