Cobardía

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Estaba parado frente a la puerta y dudaba de lo que iba a hacer, pero era mejor entrar, ya estaba allí. “Además qué importa lo que haga”, decía teniéndose lástima. Sudaba en cantidades alarmantes, eso lo desesperaba, siempre le había disgustado su forma de sudar. Peor que un caballo, le decía su esposa.

Había salido temprano a trabajar, los niños aún dormían, su despedida fue silencioso, un beso a tientas. Se cuidó de besar a su esposa y sin mayores explicaciones desapareció.

El día era tan reciente, pero quería ser primero al lado de la puerta. Supuso que para lo que iba a hacer era preferible que no hubiera muchos clientes. Cuando llegó había una fila tan larga que no quiso recorrerla, suficiente era imaginarse cómo estaba la oficina de repleta. “Mierda”.

Confundido se fue a vagar por ahí. Casi a las once volvió y el banco seguía igual de lleno.

 

Estaba parado frente a la puerta y al fin entró. La realidad sobrepasaba todo lo que había planeado. Aturdido se paró frente a la máquina de solicitar turno, tomó el tiquete y lo iba a guardar como lo ensayó, pero tuvo curiosidad y lo vio. El número 124. Miró el tablero, Numero 97. “Puta, afortunadamente no voy a retirar nada”, pensó sin percatarse de la ironía. Lo echó al bolsillo y se quedó estático traspirando abundantemente. El adormilado vigilante lo quedó viendo con atención, su pinta era rara, aunque era más desgastada que rara en todo su conjunto, tela y piel. Mientras se paseaba no le quitó el ojo de encima. En un momento dado pensó que debía alertar, pero una especie de compasión lastimera se lo impidió. Se limitó a seguirlo disimuladamente.

Y como de cobardía está hecho el hombre, no hay duda, afortunadamente, al notar que el adormilado uniformado lo estudiaba, en su cabeza se sintió aterrorizado. Con nerviosismo metió sus manos en el bolsillo, apretó el tiquete y decidió salir rumbo a su casa.

 

– Cómo te fue papá

– Supongo que bien, pero me siento mal.

– ¿Qué significa eso? ¿No pudiste hacer lo que querías?

Se quedó callado. Que no había sido capaz, pensaba y que con eso tenía para el resto de la vida, “viviendo como un cobarde”, declaró y siguió leyendo los anuncios de trabajo.


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