EL TEMPLO DE KRONOMORTH (parte 3 de 3)

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El último escenario se veía terrible, pero el simple hecho de saber que mi meta estaba cerca hizo que no me pareciera tan difícil. A pesar de la negrura de los árboles, la luz solar se reflejaba entre las hojas, permitiéndome ver lo suficiente como para saltar con poco esfuerzo los ríos de lava.

Llegué al templo de Kronomorth justo cuando estaba anocheciendo. Subí por unas escaleras y noté que el camino que yo había tomado era el único con acceso a ellas. Me asomé al borde para mirar el camino de piedras coloridas bordeado por margaritas que me recomendó el sujeto de la máscara. Vi que ese camino no llegaba hasta las escaleras del templo, pues se replegaba sobre sí formando una cinta de Möbius sobre la que caminaban miles de personas suplicantes, semejando un boceto de Escher terminado por Durero.

Ingresé por la ciclópea entrada del edificio intentando no hacer ningún ruido, pues el silencio allí dentro era absoluto. Grandes cerámicas de granito con arabescos cubrían el suelo, y en las paredes había símbolos arcanos incomprensibles para mí.

Caminé por su interior hasta que me crucé con un monje con el rostro deforme. Su nariz parecía haberse derretido y estirado hacia un lado. Sus parpados estaban pegados casi por completo, y no usaba ropa a excepción de un pequeño taparrabos; tal vez para dejar a la vista su torso lleno de cicatrices.

–Disculpe, vengo de muy lejos, estoy buscando… –dije hasta que el monje me interrumpió llevándose el dedo índice a los labios en un gesto de silencio.

El sujeto elevó el rostro para poder verme mejor. Me observó durante unos segundos como si estuviera leyéndome el alma, y me indicó el camino hacia unas escaleras descendentes. Intenté agradecerle, pero otra vez se llevó el índice a los labios para indicarme que no hablara.

Bajé por las escaleras y allí encontré un segundo monje igual al primero; juraría que se trataba de gemelos.

–Disculpe, he perdido el rumbo, quisiera saber… –tampoco pude terminar mi pregunta pues él también me interrumpió señalando hacia una entrada.

Llegué entonces a un arco tallado en madera y hueso, sobre el que colgaba una pesada cortina de terciopelo color vino. Corrí la tela, pero allí tampoco estaba mi solución; a unos pocos metros había otro arco igual al primero.

Mi mente comenzó a hacerse todo tipo de preguntas: «¿Encontraré aquí a mi creador? Si es así, le exigiré explicaciones». Pero al abrir la segunda cortina solo encontré un tercer marco igual a los dos primeros.

«Tal vez aquí esté el culpable de mis fracasos. Cuando esté frente a él le diré que se disculpe». Crucé al otro lado, mas solo encontré un nuevo marco de madera y hueso.

«Puede que del otro lado haya un ángel protector, le demandaré que me acompañe por el resto de mis días». Nada aún, solo un quinto marco igual a los demás.

«Quizás no sea una deidad, sino un hombre sabio. Le demandaré ayuda y consejos para poner mi vida en orden». Sin novedades; tan solo un nuevo marco me esperaba a pocos metros.

Perdí la cuenta de la cantidad de cortinas que atravesé y de la cantidad de reclamos que tenía para quien me esperase del otro lado. Pensé que tal vez fuesen infinitas, y que seguiría atravesándolas hasta que al final moriría bajo el peso de ese templo. Llegué a un nuevo arco idéntico a los otros pero por alguna razón tuve la sensación de que de que se trataba del último; no podría explicar por qué lo supe, pero así fue. Abrí entonces de un tirón la última cortina de terciopelo y del otro lado encontré la causa y la solución a todos mis problemas. La respuesta estaba allí, sobre la inexorable superficie de un espejo.

 

FIN


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