Cuando la mujer que amas te da una sorpresa inesperada - Tercera Parte

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Vestida tan sensual aquél le tomó unas fotos en el pasillo, antes de llegar a su habitación. Ella posó de buena gana.

Sin podérselo creer, Yazmín introdujo la tarjeta llave y abrió la puerta. Ya en el interior ella comenzó a retirarse el vestido a la vez que le decía.

“Estoy por demostrarte lo agradecida que quedé por lo de la otra noche”.

Aquello parecía un sueño; la realización del más deseado apetito. La mujer que más había anhelado quedaba frente a él vestida sólo en pantaletas, brasier y finas medias.

Su piel era tan tersa, uniforme, morena y bien firme; no había flacidez en ninguno de sus miembros. Todo su cuerpo estaba bien delineado en curvas que iban de lo sugerente a lo francamente incitador. «¡Y por Dios!, ¡esas nalgas, Señor, esas nalgas!». Las caderas apenas eran la voluptuosa invitación, pero cuando le miró las nalgas por medio de uno de los espejos del erótico espacio pudo contemplar los dos gajos de carne bien prieta. La estabilidad y suavidad de aquellas redondeces invitaba a palparlas.

“Yo... te amo desde la prepa”, le dijo con candidez, pero ella no le permitió decir más pues se acercó a él para besarlo.

“Ay, tu amigo está... a todo lo que da”, Yazmín señaló a la vez que le palpaba el bulto que se le había formado en la entrepierna.

Le sonrió pícara.

“Ahora, si quieres penetración, tendrás que hacer lo que yo te diga”, le dijo ella.

La sola mención de “...quieres penetración...” saliendo de la sensual boquita de aquella lo obnubiló de tal forma que aceptó sin reservas lo que ella comandó, pese a lo extraño de su solicitud.

“Primero quiero que te desnudes”, le ordenó.

Él inmediatamente se deshizo de toda su ropa. Luego Yazmín le mandó que se echara en la cama boca abajo; supuestamente ella le daría un masaje erótico, pero él quedaría inmóvil mientras tanto. Una vez él se echó en la cama, como Yazmín le había comandado, lo ató a tal lecho con implementos que ella ya tenía en el cuarto. Se veía que se había preparado con antelación.

Aquél se dejó hacer.

“Te voy a recompensar como te mereces”, le dijo Yazmín al cautivo, una vez ajustó bien los amarres que lo sujetaban.

Pese a la incómoda posición (sus extremidades se estiraban a cada una de las cuatro esquinas de la cama) aquel hombre estaba extasiado esperando el placer que esa mujer podía brindarle. No obstante, después de unos minutos, notó que Yazmín había salido de su campo visual. No la veía ni la escuchaba ya.

“¡Yazmín! ¡Yazmín!”, gritó cuando le colmó la inquietud.

Afinando el oído la escuchó hablar, pero hablaba con alguien más. Cuando la volvió a ver con el rabillo del ojo notó que Yazmín se le volvía a acercar, pero que venía acompañada.

“Hola Fer”, le dijo el hombre.

“¡¿Roberto?! ¡¿Qué caraj... qué haces aquí?!”, le dijo el cautivo, tomando consciencia inicial de que “algo” iba mal.

Atado, desnudo y expuesto en esa posición supina vio a Roberto sonreir y comenzar a desnudarse.

“¿Yazmín... qué está pasando?”, dijo a la mujer.

“Roberto es parte de la sorpresa que te preparé”, dijo la hembra que él tanto deseaba.

Su espanto se disparó por lo que vendría.

“¡Suéltame...!”, gritó, ya entendiendo de lo que se trataba.

La mujer lo veía sonriendo de satisfacción por su reacción aterrorizada.

“¡Roberto... suéltame!”, dijo, ahora dirigiéndose al hombre quien seguía desvistiéndose.

“Mira hermano, no creas que esto es cosa mía, eh... a mí sólo se me contrató para realizar lo que hago. Y tú me conoces, es mi oficio, en esto no hay sentimientos”.

“Pues yo sí asumo la responsabilidad de lo que te va a ocurrir”, pronunció Yazmín.

El asustado hombre volvió la vista a ella.

“...así como tú deberías asumir las consecuencias de tu descaro. ¡¿Qué pretendías al mandarle ese video a Álvaro, eh?!”.

“Yo sólo... Sólo quería estar contigo. No quería perjudicarte, sólo quería que estuvieras conmigo”, le dijo casi a punto de llorar. “Perdóname. Te pido que me perdones”.

“Pues ya es demasiado tarde, jodiste mi matrimonio, mi vida. Ahora toca joderte a ti”, y Yazmín utilizó su celular para grabar lo que estaba ocurriendo.

Roberto continuaba desvistiéndose, retirando por fin sus calzoncillos, dejando así libre al morsolote que allí se había resguardado. El vigoroso apéndice se erectó de inmediato maquinalmente, y el hombre procedió a subirse a la cama.

“¡¿Pero qué... qué pretendes?! ¡No! ¡¡¡Nooo!!!”, gritó el impedido hombre al sentir el peso del musculoso macho sobre la misma cama en la que él estaba.

El grueso y vergudo miembro del macho (que en ese momento lo estaba montando a horcajadas) rozó uno de sus muslos y la sensación fue horrible para el imposibilitado hombre que estaba debajo.

“Tranquilo amigo. Déjate hacer y ya. Te prometo ser profesional”, dijo el que estaba arriba.

“¡Ayuda! ¡Alguien... ayúdenme!”, grito el sometido, lo más alto que pudo.

Yamín se acercó con el celular en mano, como para encuadrar mejor la expresión de su aterrorizado rostro.

“Lo siento amigo, pero es mi trabajo, tú sabes”, Roberto dijo, y sacó un preservativo de una pequeña talega que llevaba consigo, atada a uno de sus voluminosos brazos. Se colocó el profiláctico con soltura, luego, de la misma bolsa, obtuvo un envase de lubricante que untó en su masculino miembro ya envuelto por el látex.

Roberto se inclinó hacia su oído como para hablarle en confianza.

“Mira, te voy a dar un tip, tú sólo piensa que te voy a aplicar un supositorio y que es necesario que lo aceptes por el bien de tu salud”, dijo el futuro invasor de su ser, a la vez que ya iniciaba la incursión.

“¡Hijo de tu puta madre!”, gritó el pobre hombre invadido, quien se sacudió a más no poder.

“Cálmate, relájate, si te tensas te va a doler más. Esto no es nada, apenas es la cabeza, ahora viene lo bueno”.

Las rodillas del siniestrado temblaron espasmódicamente, mientras que las del asaltante, apoyadas a los costados de su víctima, avanzaron hacia adelante.

“Ahora haz de cuenta que...”, pronunció el hombre de arriba.

“¡¡¡¡Aaaahhhhh...!!!”, exclamó el de abajo.

“...piensa que te estás cagando, piensa que tu excremento es tan grande que tienes que devolverlo”, aconsejó el invasor.

“¡Hijo de tu reputííísiiimaaa...!”.

La cara de Yazmín no podría estar más extasiada mientras veía consumarse su venganza en la pantalla de su celular.

En su interior, el pobre hombre que estaba siendo penetrado, experimentaba una explosión de indecibles sensaciones: estaba viviendo algo horroroso, una invasión a su cuerpo; pero también, ver a aquella mujer causante de su desgracia vestida aún en prendas íntimas, aún despertaba su libido de un modo inconsciente pese a tal situación.

“Eso es... ya ves. Ya casi está toda adentro. Ahora trátala de expulsar de poco para que... aaahhh... ¡...ay, qué rico cabrón! Ya ves, esto no tiene que ser algo desagradable. ¡Qué rico me la estás exprimiendo...! Si sólo es dejar que el cuerpo siga su instinto, nada más. Déjate hacer y disfruta. Ya ves, ya hasta se te puso dura”, dijo el penetrador, que había tomado de la verga a su amigo.

FIN


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