EL CIRCO DE LOS HERMANOS SIERPINSKI II (2 de 5)

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II – FRIDA, LA CONTORSIONISTA

Aquella tarde parecía que todo el pueblo hubiese asistido al circo. La gente avanzaba en filas desordenadas chocando entre sí, a pesar de que los boletos estaban numerados. El presentador volvió a mostrarse frente al público con su traje blanco de rayas rojas y comenzó a hacer malabares con un sombrero de los mismos colores que el traje. Con un rápido movimiento se colocó el sombrero y luego elevó con el pie un bastón con una bola en la punta, atrapándolo en el aire un instante después. Mientras apuntaba al público con el bastón, comenzó a recitar lo que el circo tenía preparado para aquella velada:

«Pasen a ver, pasen a ver.

El circo de los hermanos Sierpinski llegó a la ciudad.

De la India llegó Rajesh, el ilusionista.

Sus manos los sorprenderán, pues son más ágiles que la vista.

Pasen a ver, pasen a ver.

Vean al domador Krull y a sus majestuosos leones.

Tenemos enanos, tenemos bufones, y los tenemos por montones.

Pasen a ver, pasen a ver.

El circo de los hermanos Sierpinski llegó a la ciudad».

Una vez en la carpa todos se sentaron expectantes. La gente tenía la sensación de haber estado esperando ese momento toda una vida. Las gradas estaban llenas; llenas de verdad. No había un solo asiento vacío; se había vendido hasta la última entrada.

Las luces se apagaron y de pronto se escuchó un ritmo de tambor. Era un ritmo frenético, como un corazón con taquicardia, y al público le fue imposible no dejarse seducir por él y moverse en el asiento. Fue como si una corriente eléctrica les subiera desde las plantas de los pies para ascender por los tobillos, doblar en las rodillas y seguir subiendo hasta enloquecer los muslos. Pronto los cuerpos enteros estaban embriagados de música y hasta los hombros se integraron a la fiesta.

Otro tamborilero se unió al primero, luego otro y otro más. En ese momento encendieron unos reflectores que iluminaron el centro del escenario, y el público pudo ver que los músicos eran cuatro diminutos enanos vestidos con trajes a cuadros hechos de lentejuelas. Mientras tocaban, sus sombreros de arlequín se movían, haciendo sonar al unísono a las campanillas brillantes que colgaban de las puntas. Poco después un enano trompetista llegó para unirse a la orquesta. Tocó una melodía potente que indicaba que algo impresionante estaba a punto de ocurrir, y el público estaba cada vez más inquieto.

Un sexto enano llegó caminando despacio; trayendo consigo una enorme tuba. Era aún más pequeño que los otros cinco, y el sombrero le quedaba grande y le tapaba la vista, por lo que al llegar chocó con uno de sus compañeros. El otro enano lo ayudó a ubicarse en el medio de la orquesta, mientras los demás le abrían espacio. El pequeño tomó aire y llenó sus mejillas hasta que parecieron dos enormes tomates a punto de estallar. Luego apoyó los labios sobre el instrumento musical y tocó una sola nota, una bien grave, que puso fin a la melodía.

«Damas y caballeros…»

Se oyó de repente.

Los espectadores buscaban con la mirada al ser que pronunciaba estas palabras, pero el sonido parecía provenir de todas direcciones.

«Niños y enanos...»

El presentador del circo llegó caminando con su traje a rayas y una enorme galera haciendo juego. Traía en su mano el bastón, y lo hacía girar mientras le regalaba al público una amarillenta sonrisa de dientes largos.

«Bienvenidos a una nueva función del circo de los hermanos Sierpinski.

Hoy verán sensualidad y un montón de acrobacias.

Tenemos payasos graciosos y payasos sin gracia.

Conocerán a Carl, un elefante especial.

Y los enanos músicos traen un show sin igual.

Verán fuegos artificiales como no ha habido antes,

al hombre de diez cabezas y al hombre de pies gigantes.

Y por si eso fuese poco por lo mucho que han pagado,

hoy tenemos para ustedes un final inesperado.

Y ahora les presento a Frida, la contorsionista».

El enano de la trompeta y el de la tuba se retiraron, mientras los cuatro pequeños tamborileros seguían tocando. Aquella vez su melodía fue diferente, no fue rápida, al contrario, era un ritmo lento y seductor.

Dos mujeres vestidas con mallas aparecieron y comenzaron a bailar haciendo uso de su flexibilidad, luego dejaron un lugar en el medio del escenario, que se iluminó a la espera de la artista principal. Los hombres comenzaron a sonreír en forma estúpida, y los codazos en las costillas propiciados por sus esposas recorrieron las gradas. Todos estaban ansiosos como pubertos por ver a Frida contorsionarse ante los reflectores.

Los golpes de tambor se hicieron más potentes y Frida apareció en escena.

¿Vientre firme y muslos magros? En absoluto; Frida padecía de una obesidad mórbida como pocas veces se ha visto. La corpulenta mujer tenía un torso esférico tan perfecto, que el mismísimo Pitágoras habría caído rendido a sus pies.

Sonrió, y sus pómulos colorados también se volvieron dos esferas perfectas. Luego se abrió de piernas, y se abrió de piernas y se abrió de piernas...; Frida quedó sentada en el suelo mientras se sostenía de los tobillos elevándolos del suelo, mofándose de todos los libros de anatomía humana. Un instante después se paró y juntó las manos. Se sujetó la muñeca derecha y la hizo girar, y la hizo girar y girar un poco más. Imposible contar cuántas vueltas dio, pero la grasa de su brazo había tomado la forma de un tirabuzón. Al soltarlo comenzó a revolucionar hasta que regresó a su estado normal; si se puede decir eso del estado de su brazo.

La libido de los hombres se estrelló contra el suelo; el supuesto espectáculo erótico se había convertido en un show diametralmente opuesto a lo que la mayoría consideraría excitante.

Pronto el número de Frida se volvió, si se puede decir, menos erótico aún, cuando los tamborileros aumentaron la velocidad de la música. La mujer comenzó a mover sus pequeñas manos, y sus brazos empezaron a acortarse. Segundos después, los brazos quedaron colgando inertes; habían perdido su sustento óseo. Sus piernas también se acortaron, y pronto la artista quedó sentada en el suelo mientras los muslos y pantorrillas yacían desparramados a su alrededor. Frida, para sorpresa y repulsión de todos, había logrado disociar los huesos y músculos de su adiposa piel. Luego la artista comenzó a hacer una serie de gestos grotescos estirando su rostro como una máscara, hasta que de pronto su cráneo desapareció hundiéndose en el interior de su cuerpo.

El presentador apareció de nuevo, y su voz fue lo único que se escuchó ante un público que observaba en absoluto silencio:   Damas y caballeros, un aplauso para Frida.

La contorsionista se retiró rodando, llevando a su obeso cuerpo desde el interior, como un roedor que hace girar una rueda metálica. Quedaron todos boquiabiertos, con poco estómago restante para un siguiente acto.

...

continúa en la parte 3.


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