LA VISITA DEL VECINO

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Rodolfo se encuentra dando un masaje a su esposa, Belinda, sobre una camilla, en una habitación adecuada para ello porque es un profesional. Son dos personas de la misma edad, alrededor de los 50 años.  Ella está desnuda, boca abajo, relajada por las manos de su marido, un experto masajista. Suena el timbre de la puerta. 

-No abro -dice él.

-Abre, puede ser un cliente que te necesite -dice ella.

- Tienen que pedir cita por teléfono.

- Puede ser una urgencia.

- Pero la casa está fría, no puedo decirle que espere en el salón.

- Tápame con una sábana y que se siente aquí dentro, no me importa que me mire.

Rodolfo detiene el masaje, vacila un momento y tras un segundo timbrazo sale de la sala y acude a la puerta de casa, que abre tras echar un vistazo por la mirilla. Es el vecino de la casa de enfrente, un hombre de unos sesenta y cinco años.

- Perdone que le moleste, pero me dijo que le llamara si me pasaba algo, y es que me ha dado un terrible lumbago, voy doblado y me duele mucho.

Rodolfo le dice que pase, le abre la puerta del gabinete y le señala una silla, cerca de la camilla en la que reposa su mujer, que girando un poco la cabeza le saluda.

- Si molesto puedo volver más tarde -dice el vecino.

- Mi marido termina pronto conmigo, quédese -le dice ella.

El vecino se sienta y baja la cabeza, un poco cohibido por la situación. El gabinete huele a aceite de masaje y a incienso. Respira profundamente. Rodolfo quita la sábana a su mujer y ella queda completamente desnuda. El vecino no puede resistir la tentación de levantar la cabeza y dirigir la mirada al cuerpo desnudo de la vecina, por la que se sentía atraído desde que la conoció, hace ya unos diez años. Siempre la había vestido rigurosamente vestida y ahora gozaba de verla sin prenda alguna. Se fijó en sus nalgas, prominentes, perfectamente redondeadas.

Rodolfo le sorprendió mirando a su mujer y con una mano le indicó que se acercara a la camilla. El vecino se levantó de la silla con esfuerzo y lentamente se acercó a la camilla.

- Toque el cuerpo de mi mujer como quiera -le invitó.

El vecino se sonrojó. Belinda separó las piernas y el vecino pudo ver entre la raja de las nalgas. Como no se atrevía a tocar, Rodolfo le cogió una mano y se la puso sobre el culo de ella. El vecino la acarició y llevó la mano a su sexo, que frotó con esmero, haciéndola gemir de placer. Se atrevió a meterle dos dedos, luego tres, en la vagina. Luego se inclinó sobre ella y le lamió el ano.

- ¿No decía que le dolía el lumbago? -le preguntó Rodolfo.

El hombre levantó la cabeza del culo de Belinda y le dijo que ya no sentía dolor alguno.

- El culo de mi mujer obra milagros -admitió Rodolfo.


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