Obscena ignorancia

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A diario, acaricia con invisible fuerza recónditos sitios que jamás soñaríamos que existieran. Acompañémosle y verás… Son parajes maravillosos, verdes, tranquilos y llenos de vida, y -lo que es mejor- jamás han sufrido la huella del hombre. Si pudiéramos verlos, sabríamos que el planeta que habitamos es algo furiosamente vivo, palpitante y enormemente bello; vayamos con él, y en cien, mil años, tan sólo nos enseñaría una ínfima parte de este magnífico milagro que en nuestra ignorancia a menudo despreciamos.

Apeemos nuestro peso material y tomémosle por un momento la estela que nos ofrece… Observemos con calma el paisaje que nos regala desde lo alto del vuelo… Es algo sublime… La mente humana está concebida para entenderlo; pero no quiere hacerlo, lo humilla a menudo, lo maltrata y requema por nada.

Tras unos instantes de sublime belleza, ahora nos extravía en el sotobosque y vemos cómo las hojas le dan su bienvenida batiéndose nerviosas en un baile de aquí para allá. De pronto, sin esperarlo, ha entrado el otoño… Él ríe y juega siempre con ellas; a veces las hace volar hasta lo más alto para que se sientan libres de las últimas ataduras que las unen al barro que las harán pudrir nutriendo de nuevo ese suelo que sirve de pan a la foresta.

Se ha calmado por un instante; nos detiene un momento al pie de los árboles y quizá notemos que nos observan con displicente ausencia. La razón está en que ellos son los verdaderos dueños de este entorno privilegiado y tú no les importas. Muchos de ellos son centenarios y, aunque muertos y resecos un día futuro, seguirán estando ahí cuando los hijos de los hijos de tus hijos lleguen a entender que tú viviste en un mundo que un día fue explosivamente vivo y lozano.

Retomemos de nuevo su suave vuelo… Veamos más…

Nos hace dar la vuelta y volamos por encima del río que serpentea a lo largo del valle. Sus aguas acarician el lecho con su frescura, besan sus orillas una y otra vez y cubren de laca la vegetación cercana… No es época, pero, pasado un tiempo, llenarán sus aguas miles de vidas, y en las noches de verano croarán las ranas con sus cantos buscando a sus damas en alguna de esas charcas rebeldes.  No los entendemos pero, si pudiéramos, quizás sabríamos que cada uno de ellos recita un fragmento de un largo poema de amor escrito en su corazón.

Doblemos el último de estos meandros en la entrante primavera que, de súbito, se ha abierto ante su presencia, y observemos cómo su caudal se interna misterioso entre las montañas; sus laderas se nutren de su húmedo frescor y le muestran agradecimiento con el regalo de esas coloridas y abundantes pinceladas de flores silvestres. Amarillas retamas, verdes romeros y azulonas salvias las adornan y ungen su entorno con sus delicados olores, puros agrestes, esencias y jugosos frutos, rojos de sangre, morados, incluso blancos marfil, que ofrecen al ojo humano la hincada dulzona del diente.

Inhalemos ese aroma y su delicado sabor, notemos sus dulces esencias, disfrutemos de esos mágicos sentidos por estos breves momentos…

Subamos ahora tras él hasta las colinas; asómate a las otras laderas  y observa las estepas… Aunque ahora no las veamos, esconden la vida de miles de pequeñas criaturas e insectos de muchas especies; conejos, zorrillos, pequeños tejones, abejas, avispas, hormigas… Y, además, la flora de la que muchos de ellos se nutren, olivos, enebros, zarzales, espesos madroños con frutos y flores que asoman gustosas a un mismo tiempo… Todos se acarician de él, son sus miembros, sus sentidos, sus dones, porque él los refresca, los mima, los envuelve en su arrullo, su candoroso aliento…

Por último, observemos el musgo naciente en las piedras de esta orilla del río y absorbemos con la vista el movimiento nervioso de la trucha, el barbo y la carpa, verlos como suspendidos en el tiempo, sin hilos, en tan límpidas aguas, tan claras, tan llenas de vida…

Ya alza su vuelo de nuevo y nos deja extasiados sintiendo el pecado de ser tan obscenos con tanta belleza; y, aunque no lo veamos, el Viento, incorpóreo Creador, en su eterna libertad y al albur de su prístino solaz, seguirá visitando recónditos sitios que jamás soñaremos que existieran.


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