LOS MALOSTRATOS 1 (CASOS REALES)

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Rosa Perelló era una mujer bastante extrovertida, algo fantasiosa según sus amigas; y de profesión maestra Nacional de Secundaria, la cual en sus ratos libres alternaba con dos sujetos que anhelaban ser su pareja muy diferentes el uno del otro. El primero llamado Juan era un hombre tranquilo, amante de la Musica Clásica y del diálogo, mientras que  el otro pretendiente cuyo nombre era Ernesto, era un tipo grandilocuente, muy altanero; y con un aire un tanto agresivo y era a su vez un sujeto muy ambicioso, ya que él pensaba que si quería ser respetado por los demás tenía que saber tener una buena suma de dinero en el Banco. Por eso mismo admiraba ciegamente a quienes se dedicaban profesionalmente al mundo financieto o empresarial.

A la madre de Rosa que conoció a los dos pretendientes, le gustó epecialmente la tranquila manera de ser de Juan; lo veía honesto y de buen talante, por lo que trató de convencer  a su hija para que se decantara sin pensarlo dos veces por éste. Mas ella opinaba que Juan era un soso, y no le había hecho el "clic" sensitivo para liarse con él, por lo que eligió al "osado" Ernesto dado que Rosa lo veía con un carisma extraordinario y muy listo para ascender en su trabajo y ser un "ganador" nato en el ámbito económico. Así que se casó con aquel hombre con el que tuvo una hija.

Sin embargo Rosa lo que no sabía era que si Ernesto era tan ambicioso; que si apoyaba su seguridad personal únicamente en el poder adquisitivo; en el tener, más que en el ser, era precisamente porque en realidad él era un pobre diablo; un ser superficial con una escasa seguridad interior. Y por esta razón el sujeto en la intimidad asumió el papel de un tiránico "rey sol", para que no notaran su pobreza espiritual estableciendo de ese modo un tenso y agresivo ambiente hogareño que atemorizaba tanto a su mujer como a su hija, puesto que él tenía arrebatos de cólera por cualquier incidente que se presentara en el seno familiar. Por otra parte, como Ernesto era un fanático del dinero se había convertido en un sujeto tan tacaño y tan ruin que si a Rosa y a su hija se les antojaba tomarse un refresco en algún bar, lo tenían que hacer de escondidas porque si él las descubría podía armarles un escándalo y acusarlas de caprichosas y de egoistas. Ellas tenían que adaptarse a su miseria personal.

Pero Rosa que siempre había sido una mujer que había querido mantener las apariencias en público, llegó un fatídico día en que ya no pudo ocutar más lo que ocurría en su hogar. Una noche, tras una fuerte discusión conyugal, Rosa y su hija se encerraron en el cuarto de baño para hablar de sus cosas, y Ernesto que había entrado en una espiral de un narcisismo paranoico, creyó que ellas conspiraban contra él. Entonces el sujeto empezó a dar vueltas y vueltas enloquecido como un toro en un corral en el comedor de su casa, hasta que segidamente se lanzó como un basilisco hacia el baño, y una vez allí les asestó tanto a Rosa como a su hija una soberana paliza a base de puñetazos y patadas dejándolas maltrechas en el suelo.

Este fue el final de aquella familia porque Rosa enseguida se separó de aquel energúmeno; aunque al cabo de unos días él fue a su hogar con un ramo de flores para pedirle perdón y que le diese otra oportuidad, pero todo fue inútil.

Esta mujer llamada Rosa, era una amiga de mi hermana y daba impresión de verla con un ojo morado y la cara hinchada a causa de los golpes recibidos por aquel tipo que era capaz de comerse al mundo.

Simultáneamente, por aquel tiempo fui como ya es habitual en mí a una tertulia literaria en el Club Náutico del pueblo en el que resido, y en aquella ocasión tuvimos que comentar un libro autobiográfico de una mujer que acudió ella misma a presentar su obra; y a la que llamaré Inés. Dicha dama era una mujer alta, y esbelta que rondaba los seseinta y tantos años de edad, la cual en su juventud había sido una gran modelo profesional de alta costura; y había sido una fémina de una belleza espectacular, quien a su vez había formado parte de las altas esferas de Barcelona. Por esta razón últimamente había sido durante varios años la compañera sentimental del presidente de la Federación Española de Deporte que trajo a la Ciudad Condal los Juegos Olímpicos del 92. Esta dama además de haber escrito su libro autobiográfico era también una buena pintora de cuadros al óleo. 

Lo singular de Inés fue que antes de ser la compañera sentimental del presidente de la Federación Deportiva de España, conoció en las élites en las que ella se desenvolvía a un hombre que al parecer era un íntimo amigo del Emérito  rey Juan Carlos, con que al cabo de salir juntos durante un tiempo Inés se casó él y como es de imaginar el sujeto no tardó en dejarla embarazada.Una aciaga tarde se hallaba ella en aquel avanzado estado, cuando él le anunció que tenía que salir de viaje por negocios, mas ella le instó a que no la dejara sola en aquella situación. De repente, de una manera inexplicable y totalmente demencial el marido se arrojó con una inusitada violencia sobre su esposa y le propinó una brutal paliza dejándola para el arrastre. Por lo visto Inés no tenía que discutir las decisiones de su marido.

                                                                             CONTINÚA


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