GÚLNAROK (3 de 3)

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Un grupo de adolescentes, creyéndose todavía inmortales a esa edad, decidieron enfrentarse a Gabriel y al Gúlnarok, pero no tardaron en descubrir que su inmortalidad era tan solo una máscara para el miedo. A uno de ellos le arrancó los ojos con unos ganchos para carne. El segundo murió con una capucha en su cabeza, degollado como si se tratase de una reedición de la revolución francesa. El tercero parecía haber sido rociado con ácido en la cara. Él mismo saltó desde un puente mientras corría sin visión como un pollo sin cabeza por el asfalto. Solo el cuarto consiguió huir, pero lo hizo cuando ya había perdido su ojo derecho, atravesado por un dardo.

El superviviente consiguió llegar hasta un bar donde había mucha gente reunida frente al televisor. Llegó gritando con el ojo todavía colgando delante de su nariz. La concurrencia lo miró horrorizado. Su cara, teñida de sangre, le daba el aspecto de un demonio salido de las entrañas de la tierra. Una mujer se desmayó al no poder soportar el horror mientras el niño contaba su terrible historia.

Se organizaron partidas de caza. Nadie estaba seguro de lo que iban buscando, pero todos tenían la certeza de que lo reconocerían en cuanto lo vieran. La búsqueda no tuvo que prolongarse demasiado, pues a media noche Gabriel se sentía tan fuerte como un dios, y fue voluntariamente al encuentro de aquellos pusilánimes que habían decidido enfrentarlo.

Ninguno de los cazadores había imaginado que tendría que combatir con un niño; tal vez un compañero de su hijo. Sintieron miedo al pensar que sus vástagos habían estado tan expuestos a la muerte, sin que ellos hubieran podido imaginarlo. Aquello los llenó de odio, y con una mirada cómplice y furtiva se pusieron de acuerdo para acabar con aquella criatura del averno.

Gabriel y su fiel Gúlnarok comenzaron tomando ventaja. Un par de hombres se dispararon en la cara a sí mismos nada más comenzar el altercado. Al ver aquello, otros tantos huyeron calle abajo pensando que así podrían evitar la ira del señor de la Oscuridad. Cambiaron de idea cuando un cable de acero les seccionó la cabeza. Estaba tendido entre los dos extremos de un callejón, pero la oscuridad les impidió verlo.

–Relatos Oscuros –dijo Gabriel–, así son nuestros Relatos Oscuros ?lo dijo con una voz tan grave que parecía imposible que perteneciera a un niño.

Una risa macabra que no provenía de ninguna parte siguió a las palabras del muchacho. Los adultos se sentían impotentes ante su poder, y el miedo les hizo encoger. Uno tras otro fueron cayendo sin visión y sin vida al frío asfalto tan negro como el reino de las tinieblas. Parecía que la ciudad entera iba a sucumbir ante el empuje de aquel monstruo y su sombra.

Entonces ocurrió lo inesperado. Más tarde, muchos se atribuyeron la hazaña, pero lo cierto es que fue Hipólito López quien encendió las luces de su Ford Mondeo y privó al Gúlnarok de su poder. Al ver como la luz lo afectaba, los policías que estaban allí lo iluminaron con sus linternas, hasta que el engendro desapareció dejando que Gabriel enfrentara solo a un ejército de adultos armados hasta los dientes.

El muchacho comprendió que no tenía ninguna oportunidad y cayó de rodillas, rindiéndose sin condiciones. Varios hombres se le echaron encima y lo encadenaron de pies y manos, terminando así lo que más tarde sería conocida como “La Noche Oscura”.

*******

Gabriel estuvo años a cargo de diferentes doctores que no hacían más que sedarlo cada vez que se comportaba de manera extraña. Las medicinas para la esquizofrenia lo mantenían en un estado de paz que él llegó a apreciar, pero no lograron matar al Gúlnarok.

Luego de la cantidad de asesinatos, jamás lo dejarían libre, pero la verdad es que él tampoco quería salir de aquel hospital; sabía que allí era el único sitio en donde podía tener a la bestia bajo control.

Luego de varios tratamientos, los psiquiatras lograron una forma de neutralizar la oscura personalidad de Gabriel sin necesidad de darle tantos medicamentos: lo internaron en una habitación solitaria iluminada con diez lámparas de luz clara.

Su acolchada habitación no tenía un centímetro de sombra, y el Gúlnarok durmió por años.

Gabriel se pasaba el día leyendo poesía e historias románticas, de hecho, leía cualquier cosa que no tuviera el más mínimo resquicio de terror entre sus líneas. No quería brindarle a la monstruosa criatura ningún incentivo para que volviera a emerger. Pero fue solo cuestión de tiempo para que tanta energía latente estallase de una vez.

Una noche, dos enfermeros se acercaron por el pasillo:

–Esta noche le daré una lección a ese loquito –dijo el más corpulento.

Había pedido el traslado hacía mucho tiempo, esperando la oportunidad de vengar la muerte de su hermano en el último acto violento de Gabriel. Y esperó una noche de fin de semana largo en la que el hospital estaba con muy poco personal.

El enorme enfermero abrió la ventanilla de la celda de Gabriel y se asomó:

–Hola, enfermito. Tú asesinaste a mi hermano en La Noche Oscura. Lo encontraron con una capucha en la cabeza, degollado. Eres un torturador y un asesino. Yo te quitaré lo loco a golpes.

Gabriel seguía sentado en el suelo en un rincón, con la cabeza baja, leyendo como si nada hubiese ocurrido.

El enfermero sacó un bastón de su cintura e ingresó a la habitación. Pronto debió cubrirse el rostro con la mano porque la luz lo estaba cegando.

–¿Por qué hay tanta luz acá? –gritó el enfermero obeso– ¿Puedes apagar algunas?

El más pequeño de los enfermeros salió de nuevo al pasillo y bajó cinco perillas; apagando todas las luces en el interior de la habitación. Varias sombras comenzaron a danzar en el suelo, rodeando a Gabriel, y de pronto éste alzó la mirada:

–Me encanta la oscuridad… –dijo al fin.

.

FIN


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