LOS REYES DE LA SELVA 1

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En algunos días de los años 90 venía a mi casa un hombre corpulento de mediana edad llamado Ramón Ramoneda, el cual se ganaba la vida haciendo de representante de una importante industria de Confección tanto masculina como femenina, dado que era muy amigo de mi familia. Pero él sabía perfectamente que su éxito profesional se debía a su carisma particular, a su brillante elocuencia que lo expandía también al ámbito social. Pues se consideraba un hombre de mundo a propósito de los viajes que hacía a lo largo y ancho de la Península Ibérica para vender los artículos de su empresa.

En efecto, Ramón Ramoneda tenía una facilidad de palabra extraordinaria, por lo que sabía exponer sus argumentos, sus puntos de vista con tal envidiable convicción, que bien hubiese podido ser un gran orador parlamentario si se hubiese dedicado a la política; razón por la cual eclipsaba a los demás que no acertaban a expresar con suficiente claridad sus opiniones.

A pesar de su actitud grandilocuente, cuando Ramón Ramoneda anunciaba a sus amistades que los iría a visitar en compañía de su esposa llamada Paquita, éstos se frotaban las manos de júbilo porque sabían que iban a pasar un rato entretenido y bastante ilustrativo.

Así era Ramón con los clientes que visitaba; y en las reuniones sociales en las que solía contar anécdotas divertidas de todas clases que se suponía que las había vivido en situaciones diversas. Daba ejemplos precisos, pintorescos para iluminar sus teorías sobre cualquier tema. Aunque quienes le conocían bien sabían que en muchas ocasiones exageraba sus peroratas para provocar la risa o la sorpresa.

Debido a esta tendencia histriónica en sus charlas se colaba de vez en cuando una mentira acerca de algo, pero que al soltarla lo hacía con su peculiar gracia, por lo que dicho embuste pasaba por una verdad incuestionable y todo el mundo se la tragaba.

Quizás para los amigos lectores Ramón Ramoneda no era más que un ocurrente charlatán. Y algo de éso había. Mas lo cierto era que era un sujeto inteligente, ya que sabía profundizar en muchas cuestiones y tenía un agudo juicio crítico en cualquier tema que se le presentara, que por supuesto estaba animado por un gran instinto pragmático de la existencia.

Ello se debía a que era un hombre autodidacta, puesto que tenía un anhelo cultural que le llevaba a leer toda suerte de libros; a informarse, que lo distingúía  de su ambiente de clase media que estaba compuesto por simples comerciantes del ramo de la Confección, los cuales sólo valoraban el aspecto económico de la vida.

Pero hurguemos más a fondo en la naturaleza de Ramón Ramoneda. ¿Por qué se mostraba en público tan autosuficiente hasta el punto que  era un oráculo mundano, y le importaba un rábano lo que sus contertulios pudieran opinar, puesto que él se escuchaba a sí mismo y no le interesaba dialogar con nadie? Pues en una discusión siempre hay un margen para que el otro me pueda convencer de algo. La verdad era que Ramón Ramoneda lo que quería por encima de todo era deslumbrar a su interlocutor y ser admirado por quienes le rodeaban por su brillante discurso. Él era un egocéntrico en toda regla.

Pero si aquel sujeto lo que buscaba afanosamente era exhibirse ante la gente, era porque en su fuero interno pesaba un sentimiento de inferioridad, que lo trataba de ocultar con la máscara de la prepotencia y de la fanfarronería.

Por otra parte, si él ostentaba una erudición era porque había tenido que dejar dejar de ir a la escuela de muy joven para ponerse a trabajar y ayudar a la economía familiar, quienes apenas le escuchaban en el hogar, y así disimular su falta de preparación académica. Si presumía de conquistador de varias mujeres cuando él iba de viaje, como realmente así ocurría, era porque cuando él empezó a salir con su esposa Paquita, un día en que la mujer le instó a casarse con ella y Ramón se negó, a la entonces ligue le acometió un arrebato de cólera y le atizó con un zapato a la cabeza, hasta que Ramón llevado por su  fragilidad interior cedió a esposarse con aquella dama. Así que ahora él hacía como podía para huir de la figura de "calzonazos".

El ego a pesar de que el hinduismo diga que es pernicioso y que lo hay que superar, es una cualidad natural en el ser humano que nos permite superarnos a nosotros mismos. Lo malo es cuando este ego se hincha. El caso de Ramón Ramoneda es similar al de los actores de teatro, en el que entra en juego la ley de la compensación. Muchos actores si buscan el aplauso del público es para compensar una pertinaz timidez que les agobia. Y otro tanto podríamos decir de algunos escritores.

                                                               CONTINUARÁ


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