Longina (Melodías en prosa)

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Longina

Caminaba con la lentiud y el desgano propios e inapelable de la tristeza; hacía frío, se apresurba para llegar a la casa de su amiga. Cuando se acercó a la puerta el aroma del calor de la casa lo sacó de su melancólico estado; golpeó con la delicadeza de quien teme la ausencia de su huesped. Sintió con alivio gozoso el vaho emanado desde el interior, lo aspiró sin pensar el jucios de quien lo miraba. Una figura esbelta y longilinea se posó frente a él, una amalgama de arrebores abrasaron su cara, con su mirada profunda, encantadora le insinuó que la siguiera, aunque conocía la casa tropezó en más de una ocasión, tal era su turbación; pudo aplomarse, se dejó conducir hasta una salita simpática incrustada en medio de la cocina caliente y aromática. Ver aquella ilusión le asestó una punzada sublime, significó un mensaje de sensualidad abrumador, deseó no fuera un quimera. Se abandonó a la ensoñación creada por aquel rayo de dulzura y quiso decirle, “en el lenguaje misterioso de tus ojos”, deleitando su presencia, “hay un tema que destaca sensibilidad”: al ver sus movimientos graciles reflexionó, “en las sensuales líneas de tu cuerpo hermoso, las curvas que se admiran despiertan ilusión”, con la adoración por una imagen santa. Entonces sintió en el aire abrumdor  flotar su alma, “en la cadencia de tu voz tan cristalina”, cerrando los ojos al escucharla, “tan suave y argentada, de ignota idealidad”, hicieron vibrar su alma con la certeza de “que impresionada por todos tus encantos se conmovió mi lira y en mi la inspiración”. Pero la noche acabó, ella desapareció, tuvo que esperar para volverla a ver y la impaciencia “por ese cuerpo orlado de beleza, tus ojos soñadores y tu rostro angelical”, no lo dejaron tranquilo, al encontrarla otra vez escuchó dirigido a él “por esa boca de concha nacarada”, unas leves, pero extraodinarias palabras y con los carmines que brotaban por “tu mirada imperiosa y tu andar señoril”, lloró y en su mente “te comparo con una santa diosa, longina seductora cual flor primaveral”, brotando su deseo musical “ofrendándote con notas de mi lira, con fibras de mi alma, tu encanto jvenil”.

Todo acabó nuevamente, él se alejó dichoso. Al cruzar la esquina oyó brotar el susurro melódico de un radio donde jugueteaban la música y la letra sublime de Corona el trovador tradicional.


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