Primer beso y últimos azotes

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Laura, estudiante de primer año de universidad, se dirigió hacia la salida con paso vivo. Acababa de dejar los libros en la taquilla y solo llevaba un bolso de color claro que hacía juego con sus zapatillas de tela. Unos pantalones vaqueros ajustados y una camiseta amplia y algo larga completaban su atuendo.

Mario, que esperaba fuera, sonrió en cuanto se encontró cara a cara con aquellas facciones suaves y juveniles de las que se había enamorado. 

- Hola Laura. - dijo dándole un beso en la mejilla.

La chica sonrió con timidez y se tocó el cabello rubio dejando a la vista el pendiente en forma de flor de cerezo que colgaba de su oreja. La melena rizada le llegaba hasta media espalda.

Después de unos instantes de silencio, dedicados a mirarse el uno al otro. La muchacha tomo la palabra.

- Tengo el coche aquí al lado. ¿Vamos? -

El chico ocultó su sorpresa. No recordaba que Laura tuviese coche propio. Aun así, no dijo nada, y la siguió.

Diez minutos más tarde, en un parking vacío, se daban un beso en la boca. Para la chica era el primero, para Mario, tres años mayor que ella, el tercero en número, pero hasta ahora, el más especial de todos. El encuentro, aparte de alguna caricia y el típico agarrón de nalgas, no fue más allá. La chica llevaba el ritmo de la relación y Mario, aunque estaba listo para mucho más, dejaba que ella marcase las etapas. 

Al salir del aparcamiento, la conductora rozó el lateral del coche y rompió un faro.

- ¡Eres una estúpida! En que estás pensando. - dijo con desesperación cuando comprobó el daño.

Mario la tranquilizó quitando importancia al incidente. Laura agradeció las palabras ocultando su preocupación bajo una forzada sonrisa.

De regreso a casa, la chica se enfrentó al marido de su madre. Aunque era mayor de edad, vivía con sus padres, y en esa casa la disciplina era una palabra muy presente. 

Esperaba una bronca, una amenaza, pero no esperaba que la prohibiesen salir de casa el fin de semana. No era una niña.

- Bien, si no quieres reflexionar sobre tu conducta, cambiamos el castigo. - dijo su padrastro con voz de pocos amigos ante la terquedad de aquella mocosa.

- Fran, cálmate. - dijo su mujer esperando cualquier locura.

- No te metas cariño. - respondió el hombre con suavidad.

- Y tú jovencita... te has ganado unos buenos azotes. -

Laura, petrificada, le miró sin comprender.

- ¿Prefieres quedarte sin salir el fin de semana?

La muchacha negó con la cabeza.

- Pues entonces sube a tu habitación y prepárate, yo iré en un rato.

Laura fue a añadir algo, pero pensándolo mejor, no dijo nada. Mecánicamente, como si todo aquel día no perteneciese al mundo de la realidad, fue hacia su habitación.

Se sentó en la cama sin prestar atención al quejido de los muelles del somier que se estiraban bajo el peso de su cuerpo. La brisa se colaba por una ventana que daba al jardín. Un pájaro comenzó a piar y trinar tratando de llamar la atención de alguna pareja con la que hacer el amor y perpetuar la especie.

Desde el piso de abajo, llegaban sonidos humanos. Su madre copulaba con el hombre que, en unos minutos, entraría por esa puerta para ponerla el culo colorado.

Pensó en Mario, en lo agradable que había sido el ósculo, en lo bien que sabía su boca, en los placeres que la quedaban por descubrir. Se levantó de la cama, las mariposas revoloteaban en su estómago y, aunque no tenía ganas de orinar, fue al baño y lo intentó, dejando salir unas gotitas. Aprovechó para limpiarse con agua y jabón y volvió a sentarse en la cama. Su mente acumulaba todo tipo de imágenes y pensamientos, los nervios y el miedo se mezclaban de forma extraña con un tipo de curiosidad que, si no estuviese fuera de lugar, podría pensarse que era erótica. Después de todo Fran era un hombre y ella una mujer y lo que iba a ocurrir no dejaba de ser algo, a su edad, inapropiado.

La puerta se abrió finalmente y la figura del marido de su madre apareció. Laura tragó saliva y vio como Fran cerraba la puerta echando el pestillo. Aquello la dejaba indefensa, no iba a venir nadie a rescatarla. Aun así, sintió alivio, lo que allí iba a suceder quedaría entre los dos. 

- Levántate. - le ordenó su tutor legal sin más preámbulos.

La chica, haciendo un esfuerzo por controlar su estado de nerviosismo, se puso en pie. Sus piernas temblaban como un flan mientras miraba, con valentía, a los ojos de su "agresor".

- Te has portado de manera irresponsable y mereces un castigo ejemplar. - dijo Fran con voz fría.

- Bájate los pantalones. -

Laura se puso colorada. Torpemente desabrochó los vaqueros y tiró de la tela dejando sus bragas y sus muslos desnudos a la vista.

- Date la vuelta, de rodillas sobre la cama. - 

La chica obedeció dando la espalda al hombre y encaramándose a la cama.

Luego oyó el tintineo de la hebilla de un cinturón.

Luego notó una mano posándose en su espalda y empujándola hacia delante. Su cara quedó acostada sobre el catre. Su trasero en pompa.

Unos instantes después, su padrastro bajó sus bragas dejándola con el culo al aire, expuesto de la manera más humillante. Una ráfaga de aire acarició sus nalgas y se coló por la rajita.

- No te muevas, no quiero golpearte por error en otro lado.

Laura intentó apretar el trasero sin mucho éxito.

El primer golpe del cinturón impactó en todo el culo con contundencia. 

Escocía. Sin tiempo para sentir el ramalazo de dolor un nuevo azote se cebó con su trasero. Y luego otro... y otro más.

La voz, en forma de grito y queja se escapó de su garganta antes de que pudiese pensar en ello.

El quinto zurriagazo hizo danzar sus carnes.

Se mordió el labio inferior y se dejó caer sobre la cama, intentando recoger su cuerpo en un ovillo.

- Boca abajo. Obedece o llamo a tu madre para que te sujete.

La amenaza surtió efecto. Por nada del mundo quería que la viesen de aquella guisa. De alguna manera logró acostarse sobre el estómago y dejó su retaguardia lista para recibir el nuevo al cuero.

- uno... dos... tres - contó mentalmente mientras una lágrima resbalaba por su mejilla teñida de rojo vergüenza.

Luego, de improviso, llegó la descarga en forma de convulsiones, movimientos descontrolados y lo que solo podía definirse como un intenso orgasmo.

El marido de su madre, cogido por sorpresa, se detuvo mientras su miembro se hacía grande bajo los pantalones ante el inesperado desenlace. Luego, sin mediar palabra, con el azoramiento de quién ha cruzado una línea roja, salió de la habitación. Aquella iba a ser, sin duda, la última vez que osara azotar a su hijastra.

El tiempo paso deprisa o despacio o quien sabe cómo. El caso es que después de la tempestad vino la calma y... el escozor. Laura se reincorporó dejando un húmedo cerco en la cama. 

De pie, frente al espejo, observó el intenso rojo de sus posaderas.

 Sonrió.

- Tonta. - susurró.

Suspirando, revisó su culo una vez más.

Mario, toca esperar.


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