El Terror que Acecha en el Hospital Infantil

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En el oscuro anochecer, cuando la luna arrojaba una pálida luz sobre el mundo, el hospital infantil se sumía en una inquietante calma. Leticia, una joven enfermera de cabello oscuro y mirada apacible, se encontraba disfrutando de su hora de descanso en el patio trasero del hospital. Había traído consigo una cena sencilla y se acomodó en una silla mientras el viento susurraba entre los árboles cercanos.

Masticaba distraídamente su comida cuando, de repente, sus oídos captaron un sonido que hizo que su corazón se detuviera por un instante: un grito, un lamento agudo y lleno de dolor, como si alguien estuviera sufriendo una agonía insoportable. El sonido parecía resonar desde algún lugar distante, pero cercano al mismo tiempo, como si estuviera atrapado entre el viento y la oscuridad.

Leticia se puso de pie de un salto, mirando a su alrededor con ojos asustados. La luna era su única compañía en ese momento, y los pasillos del hospital estaban silenciosos. Pero el grito persistía en su mente, un eco inquietante que la impulsó a actuar. Sin perder tiempo, corrió hacia el interior del edificio en busca de ayuda.

En su prisa, tropezó con un oficial de policía que estaba de guardia en el hospital. Con voz temblorosa, le explicó lo que había oído y la urgencia de la situación. Sin embargo, para su desconcierto, el policía pareció inmutable, como si esta no fuera la primera vez que alguien compartía una historia similar.

"Tranquila, nueva. Esto ha sucedido antes", dijo el policía con una calma que contrastaba con la angustia de Leticia. "Es probable que hayas oído a alguna de las almas atormentadas que deambulan por aquí. No es raro en absoluto."

El comentario hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Leticia. No podía creer que algo tan horrendo fuera considerado común en este lugar. Pero su deber y su preocupación por los pequeños pacientes del hospital superaron su miedo. Decidió enfrentar la oscuridad y descubrir la fuente de esos gritos por sí misma.

Armada con una linterna y un corazón lleno de valentía, Leticia avanzó por los pasillos del hospital. Las luces tenues y los susurros distantes de las máquinas la acompañaban mientras seguía el eco del lamento. La sensación de que algo la observaba se intensificó a cada paso, y el aire parecía cargado de una tensión palpable.

Finalmente, llegó a una puerta entreabierta que llevaba a una parte olvidada del hospital. Siguió el sonido hasta una habitación oscura. El terror se apoderó de ella cuando iluminó con su linterna el interior y vio a una figura lánguida y pálida acurrucada en una esquina. Era una mujer vestida con harapos, su rostro contorsionado por el dolor, y sus ojos reflejaban un sufrimiento insondable.

Leticia se acercó con cautela, llamando suavemente a la mujer. Sin embargo, la figura solo soltó un gemido gutural y continuó gimiendo. La enfermera sintió un nudo en la garganta, una mezcla de tristeza y miedo que amenazaba con paralizarla. Pero su instinto de cuidar y sanar prevaleció.

Con un latido acelerado, Leticia extendió su mano para tocar el hombro de la mujer. En el momento en que su piel la rozó, la habitación se convulsionó en un caos sobrenatural. Las paredes parecían estremecerse, los gritos se multiplicaron y el aire se llenó de una oscuridad asfixiante. La mujer levantó la cabeza, revelando unos ojos sin vida que de repente brillaron con una luz aterradora.

"¡Ayúdame... libérame", susurró la mujer con una voz que parecía una amalgama de voces tormentosas.

El miedo que embargó a Leticia era indescriptible. Comprendió en ese instante que esta entidad no era una víctima inocente, sino algo mucho más oscuro y malévolo. Estaba atrapada en un torbellino de energía que no podía comprender y que amenazaba con arrastrarla consigo.

Desesperada, Leticia arrancó su mano de la de la mujer y retrocedió, pero la oscuridad parecía pegarse a su piel. Corrió fuera de la habitación y escapó de esa parte olvidada del hospital. La puerta se cerró detrás de ella con un estruendo ominoso, y los gritos de la mujer se desvanecieron en un eco siniestro.

El hospital volvió a la tranquilidad, como si nada hubiera ocurrido. Leticia nunca habló de lo que experimentó esa noche, y sus ojos llevaban una sombra de terror que nunca se disipó. Siguió siendo una enfermera ejemplar, cuidando a los niños con amor y compasión, pero cada vez que miraba hacia el patio trasero, recordaba la oscuridad que acechaba en los rincones olvidados.

La experiencia cambió a Leticia para siempre, convirtiéndola en una testigo silenciosa de lo inexplicable, de lo que se oculta más allá de la realidad que conocemos. La oscuridad acecha en los lugares más inesperados, esperando a que alguien más curioso que valiente se atreva a enfrentarla y descubrir su verdadero terror.


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