Una última vez

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Nuestra relación era un sube y baja, sobre todo cuando él se fue de la ciudad, la distancia terminó por acabar con lo que sentíamos. En los mejores momentos había cariño y pasión desenfrenada, pero en los malos solo había discusión y lágrimas. Me volví adicta al drama y al sexo de reconciliación, pero todo tiene un límite y una mañana tuve que hacer la llamada. Rompimos por teléfono en una larga y seria conversación. 

Con el paso de los días fui deshaciéndome de sus cosas y sus regalos, todo lo que guardaba conmigo, quería borrarlo para siempre de mi vida. Un par de semanas después recibí una nueva llamada, era él pidiendo, casi rogando, por una última vez juntos. Acepté con la condición de que jamás volveríamos a intentar estar en contacto y en el fondo también quería darle un cierre sexual a lo nuestro.

Salí el fin de semana a visitarlo, me esperó en la terminal y fuimos a comer, luego a caminar y por último a un café. Estuvimos todo el día hablando de los buenos tiempos y nuestros planes a futuro, nuestras vidas iban en direcciones opuestas y haber terminado fue la mejor decisión que pudimos tomar. Al final de la tarde nos subimos a su auto para llegar a su apartamento.

En el camino se notaba la tensión en el aire, mientras manejaba puso su mano en mi muslo y yo también aproveché para manosear. Toqué su cuerpo, recordé lo perfecto que luce desnudo, sus brazos, su espalda y sobre todo su pene. Amaba su pene y lo rico que se sentía en las manos, mi boca y dentro de mí. Él fue el primer hombre en provocarme un orgasmo real y eso jamás podré olvidarlo.

Llegamos a su apartamento, lucia bastante bien, con razón no quería regresar. A penas al entrar se paró detrás de mí y me despojó de mi vestido mientras besaba mi cuello. Yo cargaba lencería negra, su favorita, eso lo encendió aún más y los besos románticos se convirtieron en jadeos y ropa cayendo por todos lados. 

Se sentó, abrió su pantalón y me mostró su miembro. Me lancé hacia él, lo tomé con ambas manos y lo masturbé, luego acerqué mi boca y comencé a lamer, a chupar, que rico sabor y que rica sensación, no había pasado tanto tiempo desde la última vez, pero sentía que estaba comiendo un postre que no probaba en años. Él tomaba mi cabeza y hacía que su pene llegara a mi garganta, eso me encantaba, que me tratara como una zorra desesperada por su verga.

Nos pusimos de pie, él se terminó de desnudar, se arrodilló a mis espaldas y comenzó a alabar mis nalgas, “este es el mejor culo que he probado” dijo en voz alta mientras apretaba, besaba y lamía la totalidad de mi trasero. Me dio la vuelta y me empujó a la cama. Me pidió que abriera las piernas lo más que pudiera, se quedó admirando mi mojada vagina por unos segundos. Comencé a tocarme, mirándolo a los ojos, chupé mis dedos y le pregunté ¿Quieres?, se acercó besando mis muslos y luego lamió mi húmedo sexo. Su lengua experta, su habilidad oral, sin duda, será lo que más extrañaré.

Ya no soportaba más y lo quería dentro de mí, me puse en cuatro, él detrás de mí comenzó a meterlo. “OHH, SI, ASÍ”, no podía controlar mis gemidos, lo sentía todo entero en mis entrañas, él halaba mi cabello y me daba con más y más fuerza. Intercambiamos posición, yo encima de él, brincando, poniendo todo de mi parte, seguimos así, volvimos a cambiar y así estuvimos por mucho rato.

Me vine incontables veces, estábamos sudados, mis piernas temblaban, me dijo que iba a llegar, me arrodillé y le decía “Soy tu puta, quiero leche, dame leche”, él se pajeaba con fuerza, mis palabras lo acercaban aún más al orgasmo hasta terminar expulsando chorros de semen caliente en mi cara, podía ver sus gestos de placer mientras su esperma se derramaba de mi rostro hacia mis pechos.

Solo dormimos un par de horas, un autobús me esperaba. Despertamos apurados, nos duchamos cada uno por su lado, no había tiempo para una ronda adicional, aunque moría de ganas. Me llevó a la terminal, me acompañó hasta que subí, volteé a verlo, me sonrió y se dio la vuelta. Llegué a mi asiento y al mirar por la ventana ya él no estaba. El hombre que pensé era el amor de mi vida se convertiría en un extraño. No me sentí triste, en realidad me sentí empoderada. No iba solamente de regreso a casa, iba camino a un nuevo comienzo, una nueva vida.


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