Casado con la soledad

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          Cansado, y por que no decirlo, decepcionado con el rumbo que había tomado mi vida, me encontré, un día más, en el salón de los olvidados. En el mundo de aquellos que pasan tiempo con la soledad creyéndola una compañera, dejándose engañar por la que dicen felicidad del autosuficiente y que, en verdad, solo dibuja sonrisas en el rostro de los tristes.

           La lámpara encendida proyectaba sombras a mi alrededor, testigos tenebrosos de lo ordinario, del conformismo que, en última instancia, conduce a la desesperación.

"Es esa imperfección la que te hace perfecta" dijo una voz en mi cabeza.

      Una voz de ese pasado que no se puede cambiar.

            Espere que esas palabras hicieran que el recuerdo cobrase vida de manera mágica, que la habitación se llenase de luz y colores, pero no fue así.

        Y sin embargo, noté un nudo en mi estómago, el latido de mi corazón se hizo más rápido y el gusto amargo de una tableta de chocolate de gran pureza me transportaron a los momentos, quizás a los únicos momentos, felices de mi vida.

             Si dijese que no la conocía mentiría. La conocía muy bien. Después de tres dias de ocio junto al mar habíamos intercambiado cartas de esas que tienen palabras escritas a mano, de esas que aun guardan el perfume del momento y dejan hueco a la imaginación. Innumerables confesiones entre relatos del día a día.

            Quien diga que se puede amar lo desconocido, casi seguro que miente. Ante lo desconocido puede haber atracción efímera, deseo, pero no amor... hablo, para que me entiendan, de ese amor que duele cuando desaparece de tu vida, hablo de ese amor que genera memorias que no te dejan nunca, de esa persona que forma parte del bucle infinito de los " y si hubiera".

          La fortuna quiso que nuestras vidas volviesen a coincidir. Ella me recibió en su casa. Nos saludamos como extraños, con torpeza. Al día siguiente ella fue a trabajar y volvió tarde, cansada. La escena se repitió al día siguiente y al otro. La comprendía, cortesmente sonreía mientras compartíamos una cena rápida antes de ir a cama. El penúltimo día le reproché algo, me enfadé con ella y conmigo casi al mismo tiempo y fui a cama. El último día, por fin, tuvimos tiempo para cenar fuera. Al volver a casa nos sentamos en el sillón. Ella trató de disculparse y yo dije que la culpa era mía. Luego el silencio y una mirada.

          Esa mirada y todo lo que vino después me persigue hasta hoy. Esa noche antes de que el sueño nos venciese, ese tiempo precioso en el que se materializaron las cartas, los sueños, la espera, creando algo que las palabras apenas pueden explicar.

    En definitiva, esa imperfección que te hace perfecta y que va más allá de la edad y la apariencia. Esa imperfección perfecta, que hoy, mucho tiempo después, aun arrepentido de no haber vivido, casado con la soledad, me hace sonreir.


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