Te diré adiós al alba [Perlas negras] 2/3

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«Desperté con el roce de una rama del tamarindo que envolvía el banco. La magia de su oscuridad me seguía provocando el aullido de la piel allí donde había posado sus labios.»

-º-

Cruzó la puerta acalorada por la carrera desde la parada del bus. Lanzó un «buenos días» a Roberto, que le devolvió el saludo desde detrás de la barra. En el cuartito de los empleados abrió su taquilla y sobre el fondo oscuro de la camiseta encontró una pequeña rama rosada y un sobre blanco que desprendía un leve aroma a incienso. Extrajo de inmediato la carta. 
Anónima. Intuyó una ecuación de tres: ella, el tamarindo que colgaba sobre aquel banco junto al mar, y Sergio. 

Era una manera peculiar de invitar a una chica a salir. «Fiesta, rigurosa etiqueta. Carretera C, 246, Km 30,5» Debajo figuraba fecha y hora del evento. Según Maps era una fábrica de cemento abandonada.

-º-

Al llegar admitió para sí que tenía su misterio; la oscuridad y las luces reflejando la niebla la convertían en un edificio impresionante.Los coches eran recogidos y llevados a un aparcamiento cerrado. La puerta estaba custodiada por el encargado del guardarropa, que la ayudó a quitarse el abrigo observando aquellos puntitos rojos fijados a su piel. 

Sam se adentró en un salón iluminado con centenares de velas. Un collar de perlas negras recorría su cuello cayendo sobre el corsé de seda que se alargaba hasta la cintura. La falda de tules negros dejaba entrever sutilmente el forro azul. Llevaba los ojos ahumados y en los labios un carmín intensamente rojo. Un recogido sencillo levantaba su pelo y unos guantes de raso también negro ocultaban sus brazos hasta encima del codo.  
Chicas vestidas con modelos de noche con generosos escotes y peinados sofisticados intercambiaban trajeadas parejas de baile.  

Sergio la esperaba inquieto. Presentía el hambre en demasiados ojos y la noche recién comenzaba. Caminó hacia ella, la besó en los labios -una tentación inevitable-, y se dirigieron al centro de la sala.  
–¿Cómo puedes ser tan incitante? –le susurró al oído mientras giraban bailando la jazzeada canción Tainted Love.  
–¿Dónde has dejado al lobo? –respondió Sam para camuflar su sonrisa ante el halago. –Lo echo de menos –añadió abriendo mucho los ojos y arrugando morritos.  
El motorista del lobo plateado había desaparecido bajo un elegante traje negro de corte impecable. La rizada cola negra de hebras plateadas estaba bien peinada y todavía podía percibir el aroma de su espuma de afeitar.  

–Me parece que va a ser una noche interesante, aún sin lobos, ¿no te parece? Ella asintió.        
Se dirigieron disimuladamente a una habitación privada, un piso por debajo de la fiesta, pero el furtivo movimiento fue observado desde el mostrador del guardarropa.

-º-

Sirvió una copa de champán y la invitó a acomodarse en el amplio sofá tapizado de negro que contrastaba con el borgoña de las paredes, donde diversos cuadros de oscuro impresionismo decoraban las paredes. Frente al sofá, dos puertas correderas abiertas mostraban un dormitorio y una puerta que daba acceso a un cuarto de baño.  

–Sergio, ¿qué es este lugar? Y tú, ¿quién eres? –preguntó dando un sorbo a su copa, observando alrededor.
La familiaridad con una persona conocida en la adolescencia no evitaba que tuviera cierta prevención. Quizá él fuera una persona bien situada y pacífica, pero también podía ser lo contrario.    

–Este lugar es un club privado. La sede se va cambiando de forma periódica para no llamar la atención y los socios son admitidos sólo cuando cumplen un requisito muy especial. Y yo... sigo siendo un hombre solitario. Trabajé como agente de bolsa unos años, y digamos que supe aprovechar las crisis financieras.  
De pie, con una copa en la mano y la otra en el bolsillo del pantalón, su cara se oscureció un momento mientras continuaba el relato abreviado de su vida.  

–Un fin de año me presentaron a la mujer que iba a cambiar mi vida. Sin embargo solo fue un gran error; transformó mi vida en una eterna oscuridad y en ella estaba cuando te encontré.    
Se sentó a su lado, sirviendo sendas copas otra vez.    

–¿Y tú? ¿Has tenido pareja? –Sergio fijó su mirada en los maquillados ojos de Sam mientras apoyaba su brazo en el respaldo del sofá.    

–Tres años. Dos veces. No con el mismo, claro. Pero sí terminamos por lo mismo. Mentiras y más mentiras –un breve silencio y preguntó: ¿"Estabas", cuando me encontraste? ¿Y ahora?  

–Ahora... tengo una pequeña esperanza contigo. –Su media sonrisa surgió de nuevo.

-º-

Las experiencias de Sam no habían sido muy maduras. Con Sergio, se sintió deseada; eso era el mejor afrodisíaco. No le hizo falta más que sentir su mirada, su aliento acariciarle la piel y la humedad recorrió su cuerpo. Cada caricia la erizaba, a cada beso su cuerpo respondía pidiendo más, anhelando recorrer muy lentamente con sus labios todo el ser de aquél hombre que la hacía vibrar.    

Sergio acercó la boca a ese cuello que le desesperaba la razón. Tras un beso intenso, clavó sus colmillos iniciando la succión de la sangre, sintiéndose tan vivo como podía estarlo un vampiro. Ella gritó de placer en el momento que el beso se transformó en mordisco y estalló en el mismo momento que él introdujo su generoso miembro en ella. Su pequeña muerte le hizo arquear la espalda, y las uñas arrasaron la piel del hombre al tiempo que ambos iniciaban un vaivén hacia el éxtasis compartido.

-º-

Descansaban el uno en brazos del otro.     

–¿Voy a convertirme en vampira?  
 
Él y su media sonrisa le dijeron que no.  
   
–No es tan fácil, –respondió.      
 
Omitió que sólo existía un vampiro original, el que decidía quién le sería útil. Los transformados suponían una buena fuente de ingresos para él, y Sam no lo era.   

Besó de nuevo su cuello, el pelo castaño, aquella pequeña nariz y finalmente sus labios. Hubiera deseado poder quedarse más tiempo con ella.  

Y ella con él. Se levantó, lo miró acariciando suavemente el vello que le cubría el pecho y se dirigió al baño.

-º-

Vestido con su traje negro e impaciente por la tardanza llamó a la puerta del baño, sin obtener respuesta.   

–¡Sam! 
Giró el pomo. La puerta estaba cerrada por dentro.  
–¡SAM! –gritó.  
El miedo estalló en su mente. De un golpe de hombro la puerta se abrió, saltando rota la cerradura.

La escena que apareció ante él lo dejó horrorizado. El viejo levantó la cabeza del cuello de una Sam vestida e inconsciente, enseñándole sus colmillos ensangrentados con un gruñido amenazador.  
Sergio se abalanzó sobre aquel ser de novela gótica al tiempo que éste se levantaba dejando caer la mujer sin ningún miramiento. Eran dos gatos furiosos, los colmillos al aire, apartándose y volviéndose a atacar. El temor por aquella preciada vida escapando le concedió la rapidez para agarrar del cuello al ancestral vampiro y desgarrar la cabeza de su cuerpo. Cayeron las dos partes por separado.   
Entonces vio la entrada secreta al baño.  

Inmediatamente levantó el cuerpo de Sam del suelo. Tenía la palidez de un cadáver. Apretándola contra su pecho en un leve balanceo, repitió su nombre una y otra vez. 

 

 

©Serendipity  
Noviembre 2023

 

 

 

 


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