EL CLUB DE LOS HOMBRES 1

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Amadeo Vilalta era un tímido joven de veintisiete años que el médico de cabecera le había recomendado hacer ejercício fisico para solventar aquel defecto anímico. Así que en un caluroso día de verano de los años 80 del siglo pasado él se hizo socio del emblemático Club de Natacción de Barcelona que estaba ubicado en el popular barrio de pescadores La Barceloneta donde había una gran piscina cubierta en la que se celebraban los campeonatos de water-polo, junto a la cual se hallaba un gimnasio con todos los utensilios necesarios para el sano desarrollo del cuerpo humano.

El recién llegado se dirigió a dicho recinto y tras hacer durante un rato un poco de gimnasia  se desplazó en bañador pero cubierto con un albornoz a un gran recinto al aire libre desde el que se divisaba la playa y la azulada franja del mar, en el que había unos frontones y una larga piscina rectangular con una agua cristalina de un color verde-esmeralda que a su vez emanaba generosamente de una abertura que había en un extremo de la misma.

Como hacía un tórrido y sofocante calor Amadeo se dispuso a darse un chapuzón; mas en aquel instante un  socio del Club que era un sujeto de edad otoñal le reconvino.

- La ducha. Primero es conveniente que te  duches, porque sino encontrarás el agua demasiado fría.

Amadeo hizo  caso del consejo de aquel socio y poco después ya estaba nadando en aquella piscina en la que efectivamente el frío líquido estremeció su cuerpo, aunque de un modo tonificante. Cuando hubo terminado fue a tumbarse en una de las hamacas de madera para tomar el sol, al lado de un  grupo de socios que hablaban animadamente, y al poco se le acercó el hombre que le había instado a que se duchara y con una sonrisa le dijo:

- Tú eres nuevo ¿verdad? - respondió Amadeo.

- Sí - respondió Amadeo.

- Pues verás. Aquí cada uno va a la suya- Y si quieres hacer amistades tendrás que esperar unos meses o quizás años a que los demás socios se acostumbren a verte para que te tomen confianza. Sabrás que el catalán es muy introvertido y le cuesta bastante intimar con quien sea- continuó el hombre-. No obstante el ambiente de este Club es muy liberal porque aquí no cuentan para nada las jerarquías, y todos somos amantes del clima mediterráneo y del mar. Esto nos hace iguales a todos. En este sitio hay políticos, actores del espectáculo, empresarios y muchos médicos de todas las especialidades. Y todos se repetan entre sí.

- ¿Y mujeres? ¿No hay mujeres? - inquirió Amadeo.

- Hay algunas nadadoras... Pero por favor que no vengan las señoras aquí - dijo el bañista con reticencia-. Si empiezan a venir mujeres yo me doy de baja del Club porque se dedicarían a criticar y a censurar nuestros desarrpados bañadores, así como nuestras conversaciones, o las tonterías que decimos que tanto nos hacen reír.

Entonces Amadeo vio que en aquel grupo de bañistas se agregó un tipo barrigudo y patizambo, el cual de una manera apremiante se dirigió a un socio de mediana edad y le espetó:

-¡Juanito, Juanito! Me han dicho que tú tienes la llave del apartamento. ¿Verdad que sí?

- Pues sí. La tengo. ¿Por qué? - quiso saber el  tal Juanito

- Es que me la tendrías que dejar, porque ayer  conocí a una mujer en un PUB que está sensacional, y me gustaría llevarla a nuestro "picadero".

Por lo visto entre todos los miembros de aquel grupo habían alquilado un apartamento en un barrio periférico de la ciudad en el que solían llevar a sus ligues ocasionales.. Pues una cosa era la vida oficial, convencional y otra la vida oficiosa y anticonvencional que les confería la ilusión de libertad individual; y lejos de no amar a sus esposas,  ellos practicaban su liberalismo amparándose en una vieja tradición masculina que venía desde la Segunda República del siglo XX dando lugar a que muchos de aquellos socios consideraran que quien no tuviese una amante era un pusilánime; un pobre hombre sin iniciativa.

-¡Ah! ¡No me puedo creer que un tipo tan feo como tú haya ligado. Jajaja! - bromeó Juanito-. Pero sí hombre. No te precupes que ya te dejaré la llave. Pero no la pierdas ¿eh?

Cuando Amadeo salía de aquel Club para regresar a su casa, se cruzó con el socio que le había dirigido la palabra. 

-. Hola de nuevo. Me llamo Fernando. ¿Y tú? - se presentó él al fin.

- Amadeo. En verdad que nunca había visto una piscina tan estupenda como la de este Club.

-Ya ves. ¿A qué te dedicas si se puede saber? Yo soy cardiólogo y trabajo en el Hospital del Mar.

- Yo me dedico al negocio familiar, que es una joyería que está en Pueblo Nuevo.

- ¿Y tienes novia?

- Oh, no. Me gusta la independencia y por ahora no pienso comprometerme con nadie; aunque sí que tengo alguna amiga - comfió Amadeo.

Sin embargo el joven ignoraba que en auella institución deportiva había otros tantos socios  de su misma generación que eran tan autosuficientes  como él. 

Cuando el cardiólogo llegó a su hogar presintió que se le avecinaba una tormenta familiar.

Su esposa Aurora que era una dama que a pesar de haber cumplido algo más de cuarenta años no había dejado de ser una belleza excepcional, ya que era una mujer alta y esbelta; morena, cuyo físico recordaba a una actriz de cine, en ausencia de su marido se había dedicado a limpiar su desordenado despacho cuando casualmente reparó en su agenda particular, y llevada por un instinto de curiosidad se puso a ojearla y de súbito dio un respingo porque vio anotados unos números de teléfono de unas féminas con sus estrafalarios nombres tales como Ingrid, Biriggitte, Vanesa... por lo que ella enseguida se apercibió que eran mujeres de "vida alegre" que bien podían ser tanto de  profesionales del sexo como amateurs.

                                                                        CONTINÚA

-

- Sí


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