EL CLUB DE LOS HOMBRES 3
Por franciscomiralles
Enviado el 11/12/2023, clasificado en Cuentos
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Ramon Ramoneda, el hombre más elocuente de Club de Natación de Barcelona se sentía bastante eufórico mientras viajaba con su coche hacia Valencia, puesto que la empresa de Confección en la que trabajaba de representante lo había enviado a esta Comunidad de la península para visitar a un importante cliente, y por lo menos él se iba a librar por un par de días de los reproches constantes de su mujer llamada Rosita. A decir verdad aquel "Cicerone" de estar por casa en la intimidad era de un ser de extrema sensibilidad que todo le afectaba, pero que sin embargo en público se cubría con una coraza de suficiencia y de altanaría para que nadie notara su debilidad temperametal.
Una vez que Ramon llegó a su destino y se hubo aposentado en el hotel de siempre, y después de concertar una visita con el cliente se dirigió a uno de los mejores restaurantes de la ciudad con el propósito de almorzar un suculento plato de paella valenciana. Posteriormente volvió al hotel y se puso en contacto con Rosario que era su vistosa y eventual amante cada vez que iba allí, la cual se trataba de una viuda cuarentona; morena, de ojos grandes y con unos voluptuosos pechos; pero que también hacía horas extras para ganarse un buen pico satifaciendo los caprichos eróticos de algunos amigos.
Rosario llegó pronto y Ramon queriendo fardar con el sexo femenino obsequió a su amiga con una botella del mejor cava. Mas cuando él ya estaba desnudo encima de ella, al maduro galán le atacó con virulencia unas terribles naúseas que le empujaron a ir al lavabo, a la vez que le entró un insoportable dolor en el lado derecho de su cintura.
-¡ Ay...ay...ay... que mal me encuentro! - se quejó él retorciéndose de dolor- Anda, anda. Llama a Recepción.
Rosario muy asustada hizo lo que se le pedía y al cabo de un rato una ambulancia llevaba al "Cicerone" del Club al hospital donde le diagnosticaron una apendicitis aguda, por lo que fue necesario intervenirlo quirurgicamente enseguida.
Todo fue muy rápido y cuando Ramon despertó de la anestesia lo primero que vio fue la figura hierática de un hombre de luenga barba y vestido con una túnica blanca que lo observaba con conmisceración. "Ya está. Eso es que me he muerto y ahora estoy en el cielo frente a San Pedro que viene a juzgarme por la vida que he llevado - se dijo a sí mismo Ramon temeroso.
-Confieso que como me forzaron a casarme demasiado pronto cuando este no era mi plan, porr eso he hechado una cana al aire de vez en cuando. Pero yo no he hecho daño a nadie-expresó Ramon balbuciente.
- ¿Qué dices hijo mío? Tranquilízate que todo ha ido muy bien. Ayer nos tomamos la libertad de llamar a su esposa, que vendrá aquí a media mañana- respondió el misterioso personaje.
Entonces Ramon lo comprendió todo. A él lo habían operado y estaba en la habitación de un hospital en compañía de un fraile que se cuidaba de la capilla del mismo.
Aquella misma mañana irrumpió en la habitación Rosario en la que también estaba el fraile.
- ¿Cómo te encuentras cariño? - se interesó ella con su peculiar sensualidad-. ¿Te duele la herida?
- Ya ves. Estoy bien dentro de lo que cabe.
- Es esta su señora? - inquirió el fraile.
- Digamos que es una amiga - respondió Ramon con ambigüedad.
- ¡Ah! - hizo el fraile con laconismo.
¿Y si ahora entrara Rosita, su mujer,? - se preguntó Ramon lleno de pavor-. ¿Qué ocurriría?
Es verdad que a veces parece que el destino juega sádicamente con nosotros, porque Rosita entró como un torbellino en aquella estancia con su hijo pequeño de siete años llamado Carlitos, y se acercó al lecho del enfermo con manifiesta ansiedad.
-¡Ay Señor, Señor! ¿Cómo estás? ¿Cuándo te vino el ataque? ¡Mira que si esto te llega a ocurrir en la autopista! ¡Vaya susto que nos has dado! - exclamó Rosita.
Ramon se quedó pálido sin habla, puesto que a su lado permanecía impávida Rosario, quien estudiaba por el rabillo del ojo a la legítima mujer de su amante. Era como si casi les hubiera pillado infraganti en la cama.
- ¿Quién es esta señora papi? - quiso saber inoprtunamente el niño.
-¡Sí, éso digo yo! ¡¿Quién es esta mujer Ramon?! ¡¿Y qué hace aquí?! - preguntó Rosita en señal de alarma.
- Pues... pues...Es la hija de un cliente que la han informado de lo que me ha sucedido y me ha venido a ver- improvisó una mala mentira Ramon.
- ¡Ah si?! ¿Te crees tú que yo me chupo el dedo con el tiempo que hace que nos conocemos? ¿Me tomas por tonta? ¡Vamos hombre! Parece mentira que todo un padre de familia como eres tú se comporte como un niñato caprichoso con señoritingas. Y todo para hacerte el milhombres con tus amigotes del Club de Natación.
- Rosita, no re pases. No hagas ahora un espectáculo - la corrigió su marido.
-...Ahora, si prefieres a esta "señora" - prosiguió Rosita con un énfasis mordaz refriéndose a la desairada Rosario y sin hacer ningún caso a Ramon-. yo me voy con Carlitos y que sea ella la que te cuide. ¡Sí, sí, sí! Que te haga ella la comida, que te lave la ropa y sobre todo que aguante tus cansinos rollos. ¡hip, hip...! - sollozó echando una buena dosis de teatralidad-. Después de lo mucho que he hecho por ti y así me lo pagas. ¡Eres un ingrato y un sinvergüenza!
-¡ Señora, sin faltar que una tiene su dignidad! - protestó airada Rosario.
- ¡Tú re callas y te vas a la calle,que yo soy la auténtica mujer de este hombre ante Dios y ante la Ley! - le gritó desafiante Rosita que se había envalentonado frente a la presencia del fraile.
- Por favor, señoras. Un poco de respeto que estamos en un hospital - suplicó el pasmado fraile con un hilo de voz pero sin ningún éxito.
Ramon se sintió desfallecer. Pero en aquel instante hizo acto de presencia el doctor acompañado por un par de enfermeras que llevaban un carrito con los enseres clínicos para el cuidado del paciente.
- ¡Vamos, vamos todos fuera que el doctor tiene que visitar a este señor! - ordenó autoritaria una de las enfemeras.
-¡Adiós puta, más que puta! - insultó Rosita a la amante de su marido, cuando saliereon de la habitación en volandas.
CONTINÚA Y FINAL
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