CAZADOR DE BRUJAS (3 de 3)

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Frente a él apareció la bruja. Un enorme sombrero y unos cabellos crespos cubrían su rostro, y solo se asomaba su larga nariz puntiaguda. Los ojos se le pusieron rojos, brillantes como brasas del infierno. Abel sacudió la botella lanzando un chorro de agua bendita sobre la hechicera, que se cubrió con sus harapos. La anciana gritó mostrando sus pútridos dientes, y el olor a azufre llegó hasta los pulmones de los cazadores. En el rostro arrugado de la hechicera pudieron verse quemaduras de las gotas de agua que le salpicaron, y entonces Tino le lanzó una botella entera, que estalló en medio de su frente.

La bruja corrió hacia un rincón oscuro para reagruparse y los hombres avanzaron valerosos a pesar del miedo que tenían; estaban dispuestos a morir en aquel enfrentamiento de ser necesario.   Abel hizo señas al muchacho para que se acercara por la derecha, para atacarla juntos a la cuenta de tres, pero antes de terminar de contar corrió hacia la bruja para dejar al joven atrás y asumir todo el riesgo.

La anciana fue veloz, y lanzó un hechizo al grito de «¡Mengi nixtul!», que provocó una explosión sorda haciendo tropezar a Abel.

En los segundos que le tomó ponerse de pie, Tino corrió hacia la bruja con el rastrillo a dos manos, y entonces Abel vio como ella lo esquivó y le clavó un cuchillo en medio del abdomen al muchacho.

Abel gritó y dio un salto para caer sobre la hechicera y ensartarle su rastrillo directamente en el cuello.

Enseguida se acercó al joven Tino, que lloraba de dolor y sonreía a la vez. Estaba feliz de que la muerte de su padre y las de los otros héroes no habían sido en vano, ya que habían puesto fin a la maldición que había afectado al pueblo desde antes de que él naciera.

Abel examinó el corte del muchacho, que no había sido profundo ni había afectado órganos vitales, pero el cuchillo estaba dotado de fuerzas oscuras, pues había sido forjado por seres malignos. Intentó cubrir la herida, pero la carne a su alrededor se derretía mientras lava ardiente brotaba de sus intestinos.

Los ojos de Tino se apagaron mientras Abel lo sostenía en sus brazos y le prometía que en el cielo lo aguardaba un sitio especial, donde gozaría de aquello que no alcanzó a conocer en su corta vida; como su primer trago de cerveza y el beso de una mujer hermosa.

A su lado, la malvada hechicera también había muerto, pero para deshacerse de ella para siempre debía cortarle la cabeza y transportarla a cientos de metros, de ese modo su perversa alma jamás podría encontrar los restos.

Su regreso fue celebrado, y la cabeza de la bruja fue echada a la hoguera. Algunas mujeres se descompusieron de impresión mientras la piel de la anciana se quemaba dejando todo el cráneo a la vista.

El héroe relató la travesía y habló de cuán valientes habían sido los otros cinco hombres; incluso alabó al Bordón que intentó huir cuando estaban en la colina frente a la casa, mintiendo que el hecho ocurrió mientras iban de subida. Pero más que nada habló de Tino, el hijo del herrero, diciendo que fue él quien mató a la bruja para fallecer poco después a causa de las heridas. La celebración duró varias horas y todos brindaron repetidas veces imaginando la llegada de una era dorada para el pueblo.

Al terminar la celebración, Abel y María Inés fueron a su casa. Él estaba exhausto y solo deseaba pasar la noche junto a ella. Pero mientras se quitaba las botas, María Inés se había escondido en un rincón oscuro, y se acercó a él para clavarle un cuchillo en el abdomen:

–Te imploré que no fueras –dijo ella–. Te dije que aquella era una misión suicida. Has matado a una de nosotras, pero somos muchas las hechiceras en este pueblo. Aquella era mi hermana, y ahora yo seré la bruja suprema.

Abel intentó cubrir la herida, pero la carne a su alrededor se derretía mientras lava ardiente brotaba de sus intestinos. Enseguida cayó al suelo, y lo último que alcanzó a ver fueron unos ojos rojos, brillantes como brasas del infierno.

FIN


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