Te diré adiós al alba [Venus] 3/3

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Vincent había recorrido bajo una fría llovizna los últimos kilómetros de carretera. Las calles eran una empinada cuesta arriba. Su caballo, cansado, resbalaba en el húmedo suelo y bajó de la silla para tirar de él. Anochecía.

Una densa nube cubría la población situada en el pico de la montaña y apenas veía unos metros de calle. Las farolas, con su tenue una luz anaranjada, solo iluminaban las paredes de piedra de las casas, todas ellas con la puerta bien atrancada.

Pasó ante la iglesia, sonaron cinco campanadas. Inspiró el aire turbio y frío. Llegaba a tiempo, el castillo no estaba lejos, pero él ya no era precisamente joven y el viaje se le había hecho demasiado largo.

-º-

La dama Beatriz le esperaba en un salón caldeado e iluminado únicamente por el fuego de la gran chimenea, donde se aposentaron en mullidos sillones y a él le fue servido un caldo caliente. Hablaron de los negocios que habían llevado a Vincent hasta ahí y finalmente ella le invitó a unírsele a la cena.    
Su esposo, el Magistrado, había fallecido a escasos meses de sus nupcias, y el viajero la contemplaba con indisimulada admiración. Mujer sensual, de edad indefinida, Vincent estaba seguro de que justo superaba los cuarenta. El pelo recogido dejaba a la vista un ovalado rostro de extrema palidez y unos mechones castaños y ondulados enmarcaban unos ojos muy atractivos de color avellana.    
Un joven le mostró su alcoba. Una bañera despedía vapor, y un baño le pareció una gran idea. Reposando en el agua caliente, observó los pesados cortinajes que cegaban las ventanas y el dosel que cubría con la misma tela una gran cama, pero dormir tendría que esperar a finalizar el protocolo.    
Durante la cena, el vino corrió alegre en sus copas y Vincent fue sometido a un verdadero interrogatorio sobre su vida, al cual respondía más bien satisfecho por el interés que despertaba en la viuda.

Ella ocupó sus sueños esa noche. Unos ojos oscuros penetraron en su mente dormida, y el tacto de un pelo sedoso cayó en su rostro antes de que los labios del durmiente recibieran el primer beso. El cuerpo del hombre reaccionó automáticamente a la seducción de una piel cálida y despertó bajo la desnudez de Beatriz.    
Vincent respondió al beso y deslizó sus manos por la espalda de la mujer desde los hombros hasta la cintura, donde se asió firmemente para entregarse a la locura que lo había despertado. Y en esa locura no percibió que aquellos labios, ahora vestidos de rojo intenso, estaban completamente pegados a su cuello. Satisfecho, entró dulcemente en la oscuridad.

-º-

El castillo se construyó sobre un antiguo templo dedicado a la diosa Venus. En su época, los marineros peregrinaban hasta él en busca de sacerdotisas que les alegraran el regreso a tierra. La magia de la diosa continuó en el lugar pues se usaron las mismas piedras del templo para la nueva edificación. Beatriz, retomó el culto a escondidas, pidiendo el don de la inmortalidad a Venus, y el único requisito que le impuso la deidad para disfrutarlo fue que la sangre vertida fuera en su nombre.    
La historia de aquella pareja duró tanto tiempo como su condición inhumana les permitió ocultar a sus víctimas, mas con el paso del tiempo los rumores de misteriosas desapariciones se extendieron y una noche los habitantes de la población incendiaron el castillo, ardiendo éste por los cuatro costados. Él pudo escapar; pero Beatriz quedó atrapada entre sus muros. Temiendo por su vida, se dirigió a la costa y compró un pasaje en el primer barco que abandonaba la isla, de regreso a su patria.

-º-º-º-º-º-


Cuando Vincent, aquella noche, la vio entrar en el salón de baile con el collar de perlas negras al cuello, los ojos ahumados y los labios carmín, sintió que su corazón muerto volvía a latir. ¡Era imposible!, Beatriz desapareció en el incendio hacía cientos de años. Años de añoranza por ella, y ahora... Fijándose más, apreció que esta encarnación de su amor era mucho más joven.

La contempló bailando con Sergio, y, con los ojos brillantes de emoción, pensó en cómo desearía bailar con su Beatriz. Cuando desparecieron escaleras abajo hacia las habitaciones, tuvo miedo al pensar que ese neófito pudiera acabar con ella. Y decidió en ese instante reclamarla como compañera de tinieblas.

-º-


Sergio, con el bello cuerpo inerte todavía entre sus brazos, contemplaba la cabeza de Vincent en un extremo del cuarto de baño. La sangre de Sam cubría parcialmente la macilenta cara.

«¿Por qué?», se preguntaba, completamente en shock, imaginándola tan hermosa como antes de que ella entrara al cuarto de baño. La vida se le antojó demasiado larga sin esa mujer que acababa de encontrar de nuevo, y resolvió que no quería vivir más una vida solitaria sin sentimiento. 

Con el cuerpo de Sam en brazos, cruzó la puerta del aparcamiento. Subió al risco que resguardaba la antigua fábrica de cemento, para ver, desde el acantilado, el amanecer que lentamente apartaba la oscuridad de la noche. Solo tenía que esperar. 

Se sentó en una roca sin dejar de sostener a Sam. Le limpió la cara quitándole el maquillaje y la besó suavemente en los labios. Recordó su abrazo en la moto, esa noche antes de llegar junto al mar. Recordó su sangre cálida. La recordó en la pasada noche, bailando en una fiesta donde no debía haberla llevado jamás, y haciendo el amor con una pasión que pensó que nunca encontraría.

La luz lentamente empezaba a ganar a las sombras. «¡Qué ironía!, voy a dejar de existir en instantes, y me da igual», pensaba. Solo deseaba sostenerla en brazos hasta el último segundo.

-º-


Empezó con un sutil parpadeo que pasó inadvertido a un Sergio derrotado. Siguió un leve bombeo de aire en los pulmones. Ese movimiento sí lo percibió y la miró fijamente esperando que se repitiera. Seguía pálida, pero sus labios habían adquirido un tono rosado. Instantes después abrió los ojos.

–¡Sam! 

La acostó sobre la roca, asiéndola por los brazos y la zarandeó un poco.

–¡Ay! ¡Sergio, no soy de piedra! ¡Au!

Él sonrió y la besó. La besó como si no hubiera un mañana. 


Y no lo habría. Los primeros rayos de sol estaban a punto de alcanzarles.


-º-


En una angosta cueva, de espaldas al este, esperaron a que el crepúsculo los abrazara de nuevo. 

–No recuerdo mucho –dijo Sam. –«¡Beatriz!», escuché. Me giré y vi a ese ser espantoso sonriéndome. Decía cosas incongruentes, me llamó "su dama" y dijo algo de "reclamar el derecho de creación". No sé más... quedé sumida en la oscuridad.

Él le contó cómo la había encontrado y su profunda desesperación. «No te volveré a perder de vista otra vez». «Ni yo a ti», respondió la joven, sellando su promesa con un beso. Las horas en la oscuridad pasaron rápido... estuvieron muy ocupados en volver a sentirse, como harían, en adelante, eternamente.

Salieron a la noche. Sam tomó a Sergio de la mano. Se escuchaban las olas romper en las rocas a lo lejos y recordaron aquella primera noche, bajo un tamarindo en flor.

 

 

FIN

 

©Serendipity

Diciembre 2023

 

 

 


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