LA NIÑA QUE ALIMENTÓ AL DIABLO (2 de 2)

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Al día siguiente la asistente social se dirigió a la casa de Lucía y Jazmín, la vieja casa que alguna vez fue escenario de los más terrible que ocurrió en la historia de San José. Me contó que golpeó la puerta repetidas veces hasta que Jazmín se asomó a la ventana y dijo que estaba sola, que su madre había salido, y a pesar de la insistencia no le permitió ingresar.

Decidí averiguar más sobre el modo de actuar de la joven y pregunté a la bibliotecaria qué libros había estado pidiendo prestados. Me dijo que pidió varios libros de terror y misterio; no de relatos fantásticos, precisamente, sino más bien sobre mitología y narraciones de hechos sin explicación. También pidió tomos religiosos, pero por no tener un motivo escolar para llevarlos, no se los otorgaron.

Esa semana Jazmín apareció con un moretón en el ojo y entonces la asistente social decidió dirigirse a su hogar con la policía, con la intención a ingresar a la fuerza si fuese necesario, y yo me ofrecí a acompañarlos. Ocurrió lo mismo que la vez que fue la asistente sola: llamamos a la puerta y nadie atendió, hasta que Jazmín se asomó a la ventana y nos pidió que por favor nos retirásemos. La niña dijo que su madre estaba enferma y estaba durmiendo. Los oficiales tenían la orden de ingresar al domicilio, yo estaba de acuerdo, era evidente que había algo que estaba escondiendo, algo que debíamos detener de inmediato.

Jazmín gritó pidiendo que nos fuéramos, pero los policías rompieron la cerradura. La asistente social pidió hablar con la madre de Jazmín, pero ella insistió en que seguía dormida. Finalmente, la niña se quebró:

–¡No se la lleven, por favor! Yo la estoy cuidando, pronto volverá a estar como antes.

A medida que nos acercamos al dormitorio, comenzamos a sentir un hedor espantoso; extraño para el resto de la casa, que se veía bastante limpia y ordenada. Frente a la puerta de la habitación el olor se volvió insoportable. La asistente social me miró:

–¿Es carne podrida?

–Azufre –dije sin dudar.

Jazmín se acercó a mí y me abrazó mientras uno de los oficiales abría la puerta.

Lo que vi en ese momento hizo que todo lo que mis referentes sostenían temblara; todos mis valores, todas mis creencias, se derrumbaron cuando los oficiales abrieron la puerta de la habitación.

En el dormitorio había una mujer encadenada del tobillo a la estufa, tenía sangre y vómito en su rostro y en sus manos, no tenía labios, y sus dientes estaban a la vista, amarillentos, con saliva burbujeante cayendo a cada lado. Tenía el cuerpo magro con todos los músculos estaban contraídos, y sus dedos se retorcían mientras intentaba liberarse de la cadena. El suelo estaba cubierto de inmundicia, pero aún se veía un enorme pentagrama trazado en cenizas. Aquella criatura habría sido irreconocible si no fuese por su vestido floreado, que alguna vez le quedó ajustado en la cintura.

Lucía, o lo que quedaba de ella, no hablaba, solo gritaba frases incomprensibles mientras los oficiales la apuntaban y Jazmín lloraba con el rostro hundido en mi pecho. Fue en ese momento en que sucedió algo cuya realidad se va tergiversando, y las versiones se van multiplicando a medida que transcurre el tiempo. Las cenizas del pentagrama comenzaron a incendiarse mientras Lucía se movía como un animal rabioso. Su voz se oyó grave y profunda, y sus ojos brillaban mientras la carne de su tobillo comenzaba a desprenderse. En ese momento me alejé por el pasillo, y abracé con fuerza a Jazmín para protegerla. De pronto oímos un disparo.

Esa noche debí testificar por lo ocurrido, y pronuncié palabras que jamás creí saldrían de mis labios, como que hay cosas que no se rigen por las leyes físicas, y que el universo no es del todo cognoscible para el ser humano. Lo cierto es que la situación me dejó perplejo, y apenas tuve la reacción de alejarme para cuidar de Jazmín. Al final no pude decir si el disparo fue o no en legítima defensa, y si la mujer logró soltarse antes de que la mataran. Solo sé que ella ya no volvería a ser la de antes; hacía mucho tiempo que había dejado de serlo. Cuando comenzó a adorar al Diablo, torturó a Jazmín hasta que ésta, en una oportunidad la encadenó y alimentó a esperas de una mejora. Pero eso nunca ocurrió, la mujer había sido convertida en una bestia, un monstruo sin conciencia, una esclava que vivía para satisfacer los morbosos caprichos del Príncipe de las tinieblas.

.

FIN


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