La fantasía de ser atada

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Cuando terminaban de hacer el amor, ella siempre le decía a su esposo que quería intentar algo nuevo. Le hablaba de sus fantasías, hacerlo en un motel, ser amarrada, ser azotada, que usen su cuerpo, grabarse y muchas cosas más, sentirse cómo la más puta de todas. Él se excitaba escuchando a su mujer y le hacía el amor varias veces más.

Un día él decidió hacer realidad esos deseos, metió en su auto algunas cuerdas y en la tarde al llegar del trabajo le pidió que lo acompañara a hacer algo. Ella subió al auto y notó que algo estaba raro cuando él tomó un desvío hacia el otro lado de la ciudad, le preguntó hacia dónde iban y el solo respondía "es una sorpresa".

Llegaron a un motel a la orilla de la carretera, un lugar para camioneros y putas baratas, exactamente como ella deseaba, si se iba a sentir sucia tenía que ser en un sitio así. Él tomó una bolsa del puesto de atrás y entraron a una habitación.

Apenas al ingresar, él la tomó por el cuello y la empujó a la cama, le quitó los pantalones y empezó a manosearla. Sacó las cuerdas de la bolsa y la hizo ponerse en cuatro para atarla en esa posición. "Me está gustando esta sorpresa" dijo ella, a lo que él respondió "Pórtate bien y te prometo que lo vas a disfrutar".

La ató fuerte, con la cola hacia arriba, ella no podía moverse, comenzó a meterle los dedos en su vagina y temblando pedía más. Luego empezó a nalguearla, ahí ella cayó en cuenta que estaba sometida a lo que él quisiera, porque incluso gritando él no dejaba de darle. Ella temblaba, la adrenalina subía, el placer aumentaba. Estaba siendo tratada como la puta que siempre soñó ser.

Él se detuvo por un momento y ella no podía ver que estaba pasando detrás. Él se estaba quitando la ropa para luego pasar la punta de su pene de arriba a abajo entre sus labios vaginales. "Por favor" rogaba ella, "¿Qué quieres?" Le preguntó él halando su cabello, "Cógeme, mételo".

Si dudarlo él enterró su gruesa verga en la humedad de su amada. Ella lloró de placer, sintiendo como su vagina era rellenada. La tomó por la cintura y siguió penetrándola, cada empujón la acercaba más a su límite, su respiración se aceleraba y él no se detenía viendo que ella tenía numerosos orgasmos uno tras otro.

Él soltó las cuerdas sólo para voltearla y volver a amarrarla boca arriba, con las piernas abiertas, mostrando su mojado, hinchado y rojo sexo. Él acerca su rostro, lame todos los jugos que chorrean y con ellos humedece el clítoris que está a punto de chupar. Ella arquea la espalda, no puede hacer más nada, mientras el saborea su entrepierna.

Se pone de pie y admira lo hermosa que se ve su esposa. Sin decir ninguna palabra vuelve a penetrarla, esta vez es él quien se deja llevar. Sus movimientos de cintura reflejan el placer de estar dentro de ella. Sigue y sigue sin parar, ella gime descontrolada, la velocidad baja, pero aumenta la fuerza, un empujón tras otro, hasta el fondo, hasta que ya no puede más y rápidamente se va al otro lado de la cama.

Ella abre la boca y recibe ese pene a punto de explotar. Él se mueve hacia adelante y atrás y ella aprieta los labios, él gruñe, tiembla, sólo toma unos segundos y llega. Fuertes chorros de semen inundan la boca de ella, traga lo que puede y el resto cae por sus mejillas mientras él la desata.

Al finalizar ella se sentía satisfecha y feliz porque su esposo le acababa de demostrar que eligió el hombre correcto con el cual pasar su vida.


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