El hombre de negro, emisario del mal. Parte 1 de 2.

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       Mario era un tipo duro, de los de gimnasio diario. Desde pequeño su altura y corpulencia le habían granjeado el respeto de sus compañeros. Sus padres tenían lo justo para vivir y aunque tenía cubiertas las necesidades básicas, no quería ser una carga para la familia y pronto buscó la manera de sacarse unos euros. Todo empezó en el propio colegio, dónde alumnos pudientes alquilaban sus servicios para estar protegidos contra los cabeza huecas que, con sus cerebros primitivos, solo pensaban en abusar del prójimo. 

 

      Al contrario de lo que pueda pensarse, los estudios se le daban bien, sin embargo, su visión de la vida y su interés por el dinero y los negocios, le llevarón a optar por el mundo laboral desde muy pronto. Primero fue portero de discoteca y luego, cuando cogió algo de experiencia, se decantó por alquilar sus servicios como guardaespaldas. Fue en ese trabajo dónde conoció a Raquel, su jefa. La mujer, unos años mayor que él, era decidida y transmitía seguridad. Aunque lo que más destacaba de ella era la capacidad camaleónica para transformarse en lo que fuera. Sus clientes eran hombres acaudalados cansados del poder, hombres que buscaban una mano firme que les hiciese sentirse, durante unas horas, dependientes física y emocionalmente.

     Aquella mañana, sobre las once, un hombre que aparentaba unos cincuenta años, traje negro, rostro pálido dificil de leer y gafas oscuras que ocultaban su mirada, entró en la oficina y se dirigió hacia dónde estaba Raquel. 

- Buenos días, ven conmigo. - dijo con voz grave.

La mujer levantó los ojos y recibió la invitación con una mueca de disgusto.

     Mario, que no estaba lejos, terminó de un trago una taza de café negro y amargo y se puso en guardia.

- No te conozco y no me apetece ir contigo. Así que si no te importa lárgate por dónde has venido. - replicó la mujer.

        El desconocido consultó un reloj de pulsera de colección y dibujó una sonrisa artificial, dejando a la vista unos dientes blancos demasiado perfectos para ser reales. 

- Mi propuesta te va a interesar. - replicó haciendo caso omiso a las palabras de su interlocutora.

- Insisto, no tengo nada que hablar contigo. - replicó Raquel alzando la voz.

      Mario, atento, comenzó a caminar hacia dónde estaba su jefa, dispuesto a echar, por la fuerza si fuese necesario, a aquel tipo.

El hombre de negro se quitó las gafas y le miró fijamente a los ojos.

        Mario se detuvo a menos de un metro de distancia. De repente sientió frío, como si alrededor de aquel tipo la temperatura hubiese bajado diez grados. Quiso decir algo, pero el miedo que nace de dentro, un desasosiego y malestar que no había experimentado antes en su vida le impidieron hablar. Los nervios se apoderaron de su cuerpo y se cebaron con su tripa. Necesitaba ir al baño con urgencia, no, no era eso, necesitaba desaparecer de allí, borrar los últimos minutos de su existencia. De alguna manera, logró darse la vuelta, volver sobre sus pasos y encerrarse en el servicio. El tacto de la taza en sus nalgas le devolvió a la realidad. Durante los próximos minutos, mientras vaciaba sus intestinos, decidió que no quería ser valiente nunca más. 

    Raquel, sin el apoyo de su guardaespaldas y, por qué negarlo, intrigada por el efecto que aquel tipo tan seguro de si mismo parecía tener sobre el resto de gente, decidió, contra lo que dictaba su instinto, saber más.

- ¿Te gusta algo en especial? - preguntó al fin.

       El hombre de negro sonrió como solo saben hacerlo las hienas y, durante los siguientes diez minutos, le relató con precisión y todo lujo de detalles lo que necesitaba de ella.

(Continuará....)


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