HACIA EL HOMBRE "MAQUINA" 1

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Me llamo Roberto Font, de profesión cuidador de personas de la tercera edad en sus hogares; y actualmente una señora cuyo nombre es Carla Vila residente en la zona alta de Barcelona ha requerido mis servicios para que atienda a su padre llamado Raúl que es un hombre de ochenta años en su piso particular que no está muy lejos del domicilio de dicha mujer, el cual está algo delicado de salud puesto que ella tiene que viajar a menudo tanto a Madrid como al extranjero por asuntos laborales y apenas tiene tiempo de estar junto a su progenitor.

Raúl es un hombre de aspecto deportivo y muy vital; de trato afable; aunque no deja de hacer ostentación de sus éxitos profesionales así como de los personales que ha tenido a lo largo de su vida y con razón. Pues no tan sólo ha sido un sujeto luchador que nunca se ha amedrentado ante las dificulades que le han salido al paso sino que también ha tenido una vista de lince para los negocios.

- Sí... Yo entré a trabajar muy joven en una fábríca de muebles de representante pero enseguda tuve muy  claro que aquello no me iba a durar mucho tiempo porque yo aspiraba a ser algo más. Quería ser dueño de mi propio negocio - me explicaba el señor Raúl una y otra vez como suelen hacer muchas personas de edad avanzada, sentado en un sofá que estaba en el sobrio comedor de su casa junto a un ventanal por el que entran los rayos del sol-. ¿me comprendes chico?

- Sí, hombre. Por supuesto que le comprendo- le respondía yo.

- En esta vida hay que ser ambicioso; tener un objetivo claro y luchar para  alcanzarlo sin descanso, porque la fortuna no llueve del cielo - prosiguió mi interlocutor-.- Si sale bien estupendo y si no al menos lo habrás intentado. ¡Esto es ser un hombre de verdad! Si no se tienen aspiraciones uno acaba siendo iin triste oficionista,un don nadie en cualquier empresa como lo fue el bobo de mi cuñado - dijo Raúl con prepotencia-. Así que con los ahorros que tenía y un préstamo del Banco monté mi primera tienda de muebles y como trabajé sin descanso y las circunstancias me eran favorables puesto que los empresarios pagábamos al Estado unos bajisimos impuestos, con el tiempo llegué a tener dos tiendas más. Pero el capital que llegué a ganar lo invertí en inmuebles que hoy en día me dejan una sustanciosa rentabilidad.

- Mira que bien.

- Sí. Pero esto no es lo más importante chico. Poco antes de tener mi primera tienda me casé con una de las jóvenes más guapas y más simpáticas del barrio en el que vivía, la cual me dio dos hijos y siempre confió en mi. Tuvimos nuestroa altibajos como cualquier matrimonio, pero no se nos ocurrió separarnos como ahora sucede en muchas parejas que no se aguantan ningún error y a la mínima cada uno tira por su lado. Pues yo voy por la calle, paso frente al Ayunamiento de la ciudad, o de una iglesia y veo que sale de la misma una pareja de recién casados mientras que los invitados les echan arróz y pienso: "A ver cuánto les  dura este marimonio. No apostaría por él ni un céntimo".

- También habrá parejas felices - repliqué yo con una sonrisita.

-¡Bah! Tú aún eres joven y lo ves todo de color de rosa - espetó Raúl con sorna-. Pero como te decía, en aquellos  tiempos mi buena estrella en el aspecto económico me hacía sentir muy seguro de mi mismo. Yo era un ganador y no había quien me tosiera. Recuerdo que mi mujer y yo íbamos a las mejores fiestas de la ciudad, sea en el hotel Ritz que antiguamente había albergado a la alta sociedad, a celebridades de toda Europa, o en cualquier otro lugar vestidos de gala. Yo iba de smoking y mi mujer de largo; y todo el mundo nos admiraba. La gente nos comparaba con la realeza de Mónaco. A mi con el príncipe Rainiero y a mi mujer con Grace Kelly. Aquello fue una época dorada.

Era evidente que para el señor Raúl la estética en el vestir; en la buena imagen era lo que mejor reflejaba la óptima situación económica de la  que disfrutaba; su buen status social ante los demás.

- Supongo que sus padres estarían muy contentos de tener a un hijo tan brillante como usted - dije yo inocenemente.

De súbito la locuocidad del señor Raúl enmudeció y me dirigió una sombría mirada que parecía que me quisiese fulminar. Era como si yo sin preenderlo hubiese puesto el dedo en una llaga difícil de sanar.

- Mis padres... Mi familia... - susurró él con  resquemor-. Ojalá no los hubieses mencionado..

- Lo siento. Yo no quería incomodarle.

- Mis padres jamás me quisieron - confesó mi cliente-. Y nunca me apoyaron en nada. Todo el afecto lo volcaron en mi hemana que era una mujer muy envidiosa que llegó a dominarles totalmente. Yo, hiciese lo que hiciera siempre estaba mal; y era el tonto de la familia. En cambio la loca, la disparatada y la mentirosa de mi hermana  era la lista. Y cuando me quise independizar con mi negocio, mis padres en lugar de alegrarse por ello; en desearme buena suerte aún me echaron un cubo de agua  fría encima; trataron de quitármelo de la cabeza. Era como si ellos tuvieran envidia de mis aspiraciones. Te aseguro que a veces la familia es un obstáculo para el progreso de un hijo. ¡Hay mucha estupidez en  torno a la familia! Hay buenas madres, que es lo natural, pero también hay malas madres que no quieren a sus hijos. No todas las mujeres son seres de luz. Pero esto no se quiere ver.

- De acuerdo. Pero a pesar de todo usted no rompió con su familia. Siguió visitándolos con regularidad- le señalé yo.

-Sí. Los visitaba de vez en cuando. Al fin y al cabo eran mis padres.

- Usted sentía un sentimiento contradictorio hacia ellos. Por un lado los quería porque eran personas de su misma sangre, pero por el otro lado los odiaba por lo que le hicieron - le dije para darle a entender que lo comprendía.

Mas al parecer me equivoqué en mis apreciaciones ya que mi interlocutor estalló de pronto:

- ¡¿Qué dices chico?! No entiendo tus palabras - expresó el señor Raúl asombrado como si le hubiese hablado en chino y presa a la vez de una aguda agitación por lo que se puso a temblar como una hoja de un árbol zarandeada por el viento. Pues aquel hombre a pesar de los años transcurridos todavía seguía bajo el influjo de su mala experiencia familiar-. Gracias al dinero que gané con mi empresa ya no me intimidaba mi familia; y yo vivía como me daba la gana.

                                                                            CONTINÚA

 


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