Mi amiga

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En el colegio yo tenía una amiga. Su nombre era Isabel y a pesar de tener un rostro hermoso, su cuerpo era obeso y comparado con otras chicas de clase, poco atractivo. De hecho, yo nunca me había fijado en ella; para mí no era más que una amiga. Pero lo que sí sabía era que yo a ella le gustaba. Siempre que podía se sentaba junto a mí en las clases o trataba por todos los medios coincidir conmigo en los grupos de trabajo. A medida que pasaban los cursos nos hicimos más amigos hasta que cumplí los catorce años.

Aquel curso me distancié un poco de mi grupo de amigos por discusiones tontas pero que a aquella edad parecían mucho más importantes. Así pues me quedé un poco solo e Isabel se dio cuenta. Fue ella la primera que me dijo de quedar después del cole para dar una vuelta. Por supuesto yo dije que sí, era una buena amiga, divertida e inteligente. No tenía otra cosa que hacer, así que como no quería quedarme aburrido y muerto de asco en casa, le dije que sí.

Así empezamos a quedar por las tardes varias veces a la semana. Caminábamos hasta el centro comercial, comprábamos chucherías, gastábamos la propina en los recreativos, etc. Algunos días aún quedaba con mi grupo de amigos, pero ya no era como antes.

Entonces una tarde que habíamos quedado y que mis padres no iban a estar en casa, Isabel y yo decidimos alquilar una película en el videoclub. Como siempre hacía, Isabel me dejó elegir a mí y escogí una película de anime japonés. La portada tenía un dibujo muy chulo de mechas y el argumento en la parte trasera de la caja parecía interesante.

Metí la cinta en el reproductor y nos sentamos en el sofá. La película comenzó y mientras la veíamos comíamos golosinas de una bolsa de plástico que sujetaba ella.

Unos veinte minutos dentro de la película los dos protagonistas se enrollaron y empezaron a hacer el amor. No era hentai, el porno animado japonés, pero sí que eran imágenes ciertamente eróticas que enseñaban casi todo. Y sin darme ni cuenta, mi pene se hinchó en una masiva erección. Estaba tan metido en la escena que no me percaté de la tienda de campaña que había en mi entrepierna. Era jueves así que habíamos tenido gimnasia y aún llevaba el chándal, así que lo que habría sido más disimulado con unos pantalones vaqueros era perfectamente visible.

Cuando por fin noté la presión del pantalón y bajé la mirada, sentí como me subían los colores. Y automáticamente giré la cabeza a la derecha para ver si Isabel se había dado cuenta. Ella estaba mirando mi entrepierna como hipnotizada y con una sonrisa pícara en los labios.

—Ay... perdón —dije apretando mi pene hacia abajo con la mano derecha.

—Tranquilo —respondió ella levantando la mirada para mirarme a los ojos. Ella también se había sonrojado y sus mejillas brillaban rojas en su pálido rostro—. Ya sé cómo sois los chicos.

—Es que esta escena es... bufff

—Sí, yo también estoy un poco... —afirmó ella bajando la mirada de nuevo a mi entrepierna.

—Ah... —respondí yo, sin saber qué decir, avergonzado.

—¿Estás muy cachondo?

Yo asentí sin hablar ahora poniendo la otra mano también encima de mi entrepierna.

—¿A ver?

Su pregunta me sorprendió tanto que la miré con la boca abierta, sin palabras.

—Si quieres, claro. Es que nunca he visto una dura. Bueno he visto en foto, pero no en vivo.

No creía lo que estaban escuchando mis oídos. ¿Me estaba pidiendo ver mi pene erecto? Por un lado, tenía muchas ganas de liberar mi miembro que se veía sujeto y atado por manos, pantalones y calzoncillos; pero por otro lado era mi amiga, y una chica, me daba mucha vergüenza que me viera desnudo.

Por fin ganaron las hormonas revolucionadas de mi cuerpo adolescente y aparté las manos. Me pene saltó irguiéndose de nuevo y levantando la tienda de campaña una vez más. Si bien, en esta ocasión, una mancha oscura coronaba la punta del triángulo. Era una mancha de humedad. ¿Tantos jugos había soltado por el pene? ¿Y si Isabel creía que era pis? Aquello me dio muchísima más vergüenza y estuve a punto de volver a taparme y salir corriendo, cuando ella habló:

—Mira. Te ha salido líquido preseminal —y soltó una risita.

Yo asentí con un gemido y una sonrisa.

—Venga, enséñamela.

Cogí la goma de la cintura de los pantalones y tiré para abajo, bajándomelos hasta por debajo de mis genitales. Mis calzoncillos de color gris estaban incluso más mojados dónde la punta de mi pene presionaba hacia fuera. Miré a Isabel y ella no quitaba ojo de mi entrepierna. Miraba con ojos desorbitados y los labios un poco separados.

Con un último empuje de valentía, me bajé los calzoncillos. Mi pene se enganchó en ellos y cuando la goma lo soltó, este saltó rebotando en mi vientre.

—Ala... Es más grande de lo que pensaba. Eso no puede caber en una vagina.

—No es tan grande, varios de clase la tienen más grande que yo —dije, tratando de quitarle hierro al asunto, pero en realidad incapaz de controlar el latido frenético de mi corazón.

Una gota de líquido transparente emergió de mi uretra y aquello hizo que Isabel soltara otra risita pícara.

—De verdad estás muy cachondo. ¿Te apetece cascártela?

Iba a decir que no, pero antes de poder hablar, mi cabeza se movió por propia voluntad asintiendo.

—Pues venga, que así veo cómo te corres.

Agarré mi pene con la mano derecha y empecé a subir y bajar. Empezando despacio y cogiendo velocidad poco a poco. El líquido preseminal que seguía saliendo por mi uretra se escurrió por mi pene lubricando mi mano y haciendo que aumentara más el ritmo de mis movimientos.

Estaba cerca de correrme cuando Isabel dijo:

—Espera. ¿Me dejas que siga yo?

—Sí —dije sin pensar, super excitado.

Ella alargó el brazo derecho y envolvió mi pene con su mano. Su tacto era cálido y muy suave. Al sentir su mano se me escapó un gemido de placer.

—Qué caliente está... —murmuró ella, más para sí que para mí.

Entonces ella inclinó su cuerpo sobre mí, acercando su rostro a mi pene y empezó a menear su mano masturbándome a la misma velocidad que estaba usando yo un momento antes. A aquel ritmo, con sus dedos presionando mi pene y so rostro tan cercano, me subió la excitación hasta estar a punto de explotar.

—Me voy a correr... —dije entre gemidos.

Ella agachó el rostro y metió mi glande en su boca. Al sentir el calor y la humedad de sus labios y de su lengua llegué al orgasmo. Un chorro de semen salió disparado de mi pene.

Isabel siguió subiendo y bajando la mano, más despacio ahora y ¡tragó! Se apartó un poco y me miró sonriendo y pasándose la lengua por los labios.

—Sabe bien —dijo soltando una risita. Después me miró intensamente a los ojos y dijo— Ahora me toca a mí.


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