La psicóloga

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Empecé a sufrir ataques de ansiedad después de sufrir un accidente de tráfico. Físicamente salí bien parado, pero emocionalmente quedé tocado.

Como no conseguía controlar los ataques de ansiedad, empecé a ver a una psicóloga. Los psiquiatras ya me habían recetado unas pastillas, pero, si bien algo ayudaban, no consiguieron quitarme la ansiedad por completo.

Mi psicóloga, Alex, era una joven en el final de la veintena, con el cabello negro, liso y largo hasta la mitad del brazo. Llevaba unas gafas grandes con marco metálico casi imperceptible, sobre unos ojos color miel. Sus labios no eran muy gruesos, pero sí de un color bermejo de manera natural. Sus caderas eran anchas, si bien su cintura era pequeña. Y sus pechos parecían considerables, aunque nunca llevaba ropa ceñida por encima de la cintura. Aquel día, ella vestía unos vaqueros blancos apretados, una blusa negra, y unas Converse negras.

Cuando fue mi turno la saludé y la seguí hasta su oficina. Ella cerró la puerta detrás mía y yo tomé asiento en una silla frente al escritorio. Alex no tomó asiento y me miró con los brazos cruzados, apoyando la cadera en el escritorio.

—Había pensado en hacer algo nuevo hoy.

—Ah —dije sorprendido. Normalmente, lo que hacíamos era básicamente hablar sobre lo que sentía y las situaciones que me provocaban ansiedad.

—Me gustaría probar la hipnosis. ¿Te parece?

—Sí, claro —en realidad no lo tenía tan claro. No confiaba en la hipnosis, nunca me habían podido hipnotizar.

Mi dijo que me tumbara en el diván mientras ella se sentaba en la silla que había a un lado del mismo.

—Respira tranquilamente y presta mucha atención a mi voz. Mira el reloj que hay frente a ti en la pared.

Miré la pared y en efecto había un reloj con forma de gato. Vi que la cola se movía al son de los segundos de un lado a otro.

—Concentra tu atención en mi voz y tus ojos en el rabo del gato.

Empezó a decirme que me relajara, repasando todas las partes de mi cuerpo para que yo las sintiera relajándose y desechando la tensión del día. Después de un buen rato de aquel modo, utilizó unas frases, que no voy a divulgar aquí por el peligro que tiene conocerlas. 

—Ahora cierra los ojos —hice caso.

Ella creía que me había hipnotizado, pero lo cierto era que no. Yo era plenamente consciente de todo lo que ocurría a mi alrededor. ¿Y por qué obedecí sus palabras? Al principio me daba vergüenza que se diera cuenta de que no lo había conseguido. Después... bueno, en seguida os daréis cuenta de porque continué actuando después.

—¿Estoy hablando con el subconsciente de X ? —me preguntó (es evidente que mi nombre no es X, pero esto es lo último que no comparto contigo, prometido).

—Sí —le seguí el rollo.

—¿Qué opinas de mí? —me preguntó. Aquello me descolocó.

—Creo que eres buena profesional —respondí desconcertado.

—No es eso lo que quería saber. ¿Qué opinas de mi cuerpo?

No sé cómo pude controlar mi cuerpo y el gesto de mi rostro, quizá fue la relajación de antes; pero el caso es que no desvelé mi estado completamente consciente y respondí de la manera más sincera que pude, como haría un hipnotizado.

—Me gusta tu cuerpo.

—¿Has tenido fantasías sexuales conmigo?

—Sí —estaba siendo sincero. Sin embargo, no entendía por qué me hacía estas preguntas.

—¿Te has masturbado pensando en mí?

—Sí.

Entonces empezaron a venir a mí algunas de aquellas fantasías que efectivamente había tenido y así, sin comerlo ni beberlo, empecé a sentir como mi pene crecía dentro de mis pantalones. Sentía vergüenza, porque en la postura que estaba, no había manera de disimular aquella erección, pero no pude evitarlo. Creció y creció hasta que tuve un bulto enorme en la entrepierna de mis vaqueros.

Escuché como Alex soltaba una suave risita y entonces sentí como algo me tocaba la entrepierna. ¡Era su mano! Mi pene saltó bajo su tacto, empujando hacia arriba el pantalón.

—Vamos a ver qué tienes aquí —dijo en un susurro.

Con lentitud me desabrochó el cinturón y el botón de los vaqueros. Después, también lentamente, me bajó la cremallera. Yo sentí que mi erección escapó del vaquero sobresaliendo y empujando con fuerza la fina tela de mis calzoncillos.

Con los ojos cerrados, no veía la escena, y debía imaginar todo lo que ocurría. Así que empecé a imaginar su cuerpo desnudo pegado contra el mío. Su mano masajeó mi pene a través de la tela. Yo estaba muy excitado y sentía que no tardaría mucho en correrme como siguiera así.

Entonces ella destapó mi pene bajando los calzoncillos y los pantalones. Sentí que mi entrepierna estaba al aire y mi pene latía al son de mi corazón, saltando con cada latido. Una gota de líquido preseminal se derramó sobre mi vientre. Sentí como su mano frotó el lugar y después envolvió mi pene en un agarre fuerte pero suave. Su mano estaba caliente y húmeda, como si hubiese echado un poco de saliva en ella.

—Mmm, qué rica... —susurró Alex.

Empezó a masturbarme, moviendo la mano arriba y abajo. Yo estiraba mis piernas y apretaba mis manos, sintiendo el placer recorriendo mi cuerpo. Tanto era así, que no pude evitar decir:

—Cómemela...

Y para mi grata sorpresa, sentí sus labios sobre mi glande, besándolo. No pude aguantar más y abrí con cuidado los ojos. Ella chupaba mi glande con los ojos cerrados, sus cabellos negros derramándose sobre mi vientre desnudo, su mano izquierda masajeando mi pene y su mano derecha deslizándose por debajo de mi camisa y acariciándome el pecho.

Continuó masturbándome mientras chupaba mi glande. Cambió de mano para aumentar la velocidad, su boca sin despegarse de mi glande en ningún momento.

Entonces sentí como si fuese a explotar. Apreté la mandíbula y los puños, tratando de aguantar un poco más, solo un poco más... Y llegué al orgasmo de manera explosiva. Mi semen saltó de mi pene al son de mi corazón, parte dentro de la boca de Alex, y parte resbalando por la mano que sujetaba mi pene.

Ella continuó chupándome el glande como si se tratase de un chupa-chups. Con la lengua recogió todo el semen que había por el tronco de mi pene y por su mano, tragando cada vez que cogía un poco.

Cuando acabó de limpiar todo con la lengua mi pene ya había encogido bastante. Lo dejó suavemente. Me subió los calzoncillos y los vaqueros y me abrochó todo, como si nada hubiera ocurrido. Después volvió a hablar:

—No recordarás nada de lo que acaba de ocurrir.

—No lo recordaré.

—Pero te lo imaginarás la próxima vez que te masturbes, y creerás que es solo tu imaginación.

—Sí.

Después me sacó de la hipnosis y me dijo:

—Ya está. Creo que hará efecto, la sesión de hipnosis ha ido bien —yo la escuché, tratando de disimular—. Ahora seguramente te sentirás como cansado y muy relajado, es normal —esto último lo dijo con una sonrisa pícara—. Aunque vamos a necesitar más sesiones de hipnosis, te veré la próxima semana, ¿OK?

Como os podéis imaginar, dije que sí.


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