ENTREVISTA CON EL DEMONIO (5 de 6)

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Los cinco hombres de la tarima repitieron el cántico hasta que todos los que estábamos en el suelo nos fuimos acomodando; éramos unos cien aproximadamente.   En el escenario había una fogata, y las chispas y humos que de allí salían dibujaban imágenes paganas en el aire.   Observé a los adoradores. Muchos de ellos se cubrían con gorras y capuchas, pero ni las sombras lograban ocultar sus grotescos rostros.   Pude ver bien a uno de los hombres que cantaba a mi izquierda; tenía la mirada perdida, y de su boca caía saliva mientras repetía el verso. Una mujer intentaba sin éxito cubrirse con el cabello; tenía medio rostro quemado, y se notaba que había perdido la vista en uno de los ojos. En ese momento busqué a Nemesio, quien en aquel escenario comencé a sentirlo casi como un viejo amigo.   Una mujer mayor empezó a gritar con los brazos abiertos. Su mirada en blanco mostraba un enajenamiento que solo una entrega total podría lograr.   Todos parecían corrompidos por aquella maldad a la que adoraban, y hasta sus rasgos humanos se desdibujaban en aquel bosque siniestro. Seres sin almas, almas en pena, pérdida del ser.   Cuando dejó de llegar gente a la reunión, uno de los sujetos con las túnicas ordenó silencio alzando las manos, y luego mostró una bolsa de cuero con un animal dentro que se movía con desesperación. Metió su mano y tomó a un gato. A pesar de los esfuerzos por soltarse que hacía el pobre felino, el individuo se mostraba indiferente a los rasguños y mordidas. Luego sacó un cuchillo y le abrió el abdomen sin pérdida de tiempo.   Había oído de rituales en donde matan gallinas y conejos, pero ver como mataban a un gato me pareció más cruel.   Otro de los encapuchados tomó la palabra:   –Sean bienvenidos, hermanos de sangre. Daremos inicio a este encuentro con una purificación.   A cada uno de los cinco encapuchados se le entregó un fierro para marcar ganado y lo apoyaron sobre el fuego. Poco después los cien adoradores se corrieron liberando un pasillo hacia la tarima.   Imaginé lo doloroso que sería para las cinco personas que pasarían a ser marcadas por esos hierros al rojo, pero por el momento solo un hombre joven pasó caminando entre nosotros.   Al subir, se quitó la camisa quedando con el torso desnudo. El muchacho no tendría mucho más de veinte años. Entonces los cinco encapuchados tomaron los fierros y lo apoyaron a la vez sobre su espalda. Soltó entonces un alarido mientras el metal derretía su pellejo, y un olor a carne chamuscada penetró mis fosas nasales haciéndome lagrimear.   El joven se desmayó a causa del intenso dolor y entonces se lo llevaron arrastrándolo.   Al recibir la invitación me imaginé llegando a un sótano donde vería unos pocos sujetos recreándose con juegos de rol, pero se ve que aquellos adoradores no hacían nada a medias.   –¿Era un traidor? –pregunté a Nemesio.   –Es uno de los seguidores más fieles que conozco –dijo–. Él mismo pidió su purificación.   Quienes dan testimonio de lo que ocurre en esos rituales suelen quedar traumados psicológicamente, por lo que no se puede afirmar la certeza de sus relatos, y debo admitir que no puedo asegurar qué cosas que creí haber vivido sucedieron en realidad, solo intentaré contar la noche como la recuerdo, junto con lo que sentí en aquellos momentos.   Pensé entonces que muchos allí tendrían sus lomos marcados, y pensé que en algún momento podrían pedirme que yo también hiciera un sacrificio para mostrar mi devoción.   Tuve miedo, y deseé haber llevado un arma conmigo; aunque no me habría servido de mucho frente a tanto individuo inconmovible y en un lugar tan alejado de la ciudad. La única opción que tenía era seguir con todos los sentidos alerta, pero fingiendo que aquella reunión era normal para mí.   Una persona llegó caminando. Llevaba el rostro cubierto por un cráneo de búfalo. Sus cuernos eran masivos, pero a pesar de ellos los llevaba con total naturalidad.   Todos se arrodillaron al verlo, incluso los cinco encapuchados de la tarima. Yo también me arrodillé. Al mirar a mi alrededor vi que todos tenían los ojos cerrados, a excepción del indio kiokee, que me estaba mirando fijamente.   El del cráneo de búfalo tenía puesta una capa de cuero, y de pronto la abrió mostrando unos enormes senos. No creo que haya sorprendido a los demás que se tratase de una mujer, pero a mí sí.   Dejó caer la capa al suelo quedando desnuda por completo, y se quitó el cráneo de búfalo para relucir una larga cabellera negra.   Uno de los encapuchados encendió una vela negra y le hizo oler el humo a la mujer. En ese momento todos se pusieron de pie, y yo hice lo mismo.   Poco después ella empezó a mostrar signos de alucinaciones. Movió la cabeza, girando y diciendo palabras incomprensibles, y los cinco encapuchados se acercaron a ella y la besaron.   Le besaron el cuello, los brazos…, todo el cuerpo. La mujer respiraba cada vez más agitada. Luego los hombres se quitaron las túnicas, quedando desnudos también, pero aún conservaban las capuchas.   –Pero… ¿ella quiere que le hagan eso? –le pregunté a Nemesio–, ¿o está demasiado drogada?   –Estaría mal si así fuera –contestó con lo que interpreté como una pregunta retórica.   Entonces pude oler el humo de aquella vela que comenzó a llenar el lugar.   ... ...continúa en la sexta y última parte...


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