ENTREVISTA CON EL DEMONIO (6 de 6)

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Una espesa niebla no me dejaba ver nada con claridad, y solo podía distinguir luces y siluetas amorfas que se movían a mi alrededor. Danzaban, saltaban, y podría jurar que hasta vi volar a algunas de ellas.   En medio de aquel escenario escuchaba como penetraban a la mujer y ella gemía con cada arremetida. Me quería ir, me sentía sofocado, el aire ingresaba a mis pulmones pero no podía expulsarlo. El indio kiokee me sujetó de los hombros y abrió la boca por primera vez en toda la noche. Hablaba, pero no pude escuchar lo que decía, solo dio un discurso mudo mientras oía unos tambores de fondo.   Luego de eso recuerdo que Nemesio me estaba abofeteando para sacarme del trance.   Hicieron un anunció con lo que pareció ser el cuerno de un animal, y vi que a mi lado dos mujeres se quitaron las prendas y fueron desnudas a buscar algo.   –Te gusta el carnero –dijo o preguntó Nemesio. Y mostró sus colmillos amarillos en una perturbadora sonrisa.   Las mujeres regresaron con el carnero muerto que había llevado Nemesio en su automóvil, pero estaba sin cuero. Uno de los encapuchados se acercó y extrajo de sus ropas un cuchillo de fabricación casera con el que comenzó a cortar al animal. Todos los adoradores metieron la mano en la tierra, por lo que hice lo mismo. Al igual que ellos arranqué un puñado de tierra junto con hierba, y lo acerqué a mi rostro para olerlo. Sentí la humedad, la vida que había allí; mientras las lombrices caían de mi mano. Luego las mujeres caminaron entre nosotros para entregarnos una porción de carnero a cada uno.   Pusieron en mi mano un trozo sangriento. La sangre chorreaba por mi brazo, y el color de aquella carne cruda me provocó náuseas. Vi como todos a mi alrededor devoraban lo que les habían servido, pero de ningún modo iba a hacerlo yo, por lo que miré a mi alrededor, y cuando el kiokee estaba distraído comiendo su porción, tiré la mía hacia atrás.   Minutos después las mujeres desnudas regresaron con un cuenco de barro. Metieron en él unas escobillas para luego sacudirlas hacia los demás. Aquel recipiente estaba lleno de sangre.   Salpicaron a todos con ella. Los encapuchados mostraron sus rostros para ser bendecidos por aquella lluvia escarlata. Salpicaron al kiokee, a Nemesio, y también a mí.   Yo recibí bastante sangre, y aunque me causó repulsión, supuse que muchos habrían querido estar en mi lugar.   El ritual había llegado a su fin, y yo regresé del bosque en el pequeño automóvil de Nemesio junto con el indio. Me senté en el asiento de atrás esa vez. Había sangre del carnero, pero yo también estaba sucio, y con todo lo que había visto aquella noche la verdad es que ya no me importaba. Solo quería regresar a mi casa a darme un baño.     *     Pronto iba a amanecer. Estaba exhausto, manchado con sangre y barro, pero tenía información como para escribir todo un volumen sobre el Wingakaw y sus fanáticos.   Creí que Nemesio iba a dejarme en la misma dirección en donde me había recogido, pero me dejó directamente en mi casa a pesar de que no le había dado la dirección.   Apenas descendí del vehículo, arrancó sin siquiera despedirse.   Sentí una presión en el pecho y mi cabeza latía con fuerza. Caminé desde la vereda hasta la casa tambaleándome, y al sacar las llaves de mi bolsillo para abrir la puerta vi que ésta ya estaba abierta. Al ingresar vi varios muebles en el suelo y cuadros con los vidrios astillados. Llegué temblando a la sala y allí encontré a Adriana y a Giselle. Estaban colgadas de la pared, una junto a la otra, con la cabeza hacia abajo.   Caí de rodillas junto a ellas. Mis manos temblaban en el suelo y al alzar la vista vi que las habían degollado. Lloré desconsolado apoyando la cara en el suelo. No podía pensar, pero de algún modo una idea vino a mi cabeza.   Noté que el suelo estaba limpio, y entendí que los asesinos habían recolectado la sangre de mi esposa y de mi hija, para un uso que nadie se atrevería a imaginar.       FIN


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