Luces, cámara, ¡acción! Rodando: 'El hombre en la luna'.

La sala de prensa estaba en silencio, todos los ojos puestos en Neil Armstrong y Buzz Aldrin. Los flashes de las cámaras capturaban no solo sus rostros, sino también la sombra de duda que los envolvía. La seriedad de sus expresiones era un enigma para el público, pero el verdadero misterio yacía en las profundidades de sus mentes.

Después de la "misión", la CIA había implementado un protocolo de hipnosis, una serie de sesiones intensivas donde los recuerdos de los astronautas fueron cuidadosamente reescritos. "Recuerden la sensación de la gravedad lunar, la textura del suelo bajo sus botas, la majestuosidad del horizonte alienígena," les susurraba el hipnoterapeuta con voz calmada pero firme.

Neil y Buzz, bajo el peso de la hipnosis, comenzaron a creer en la realidad construida para ellos. Sus memorias del estudio de grabación se desvanecían, reemplazadas por recuerdos vívidos de un paisaje lunar que nunca habían visto. La nación necesitaba creer, y ellos eran la clave para esa creencia.

"La superficie era desolada, pero hermosa a su manera," relataba Neil, su voz ahora un eco de la verdad manipulada. "Al mirar hacia la Tierra, sentí una conexión inquebrantable con la humanidad." Las palabras eran suyas, pero las memorias eran un regalo de la hipnosis.

Buzz asentía, su acuerdo no con Neil, sino con la narrativa implantada en su psique. La hipnosis había hecho su trabajo, creando héroes convincentes para un público ajeno al engaño.

Con cada aparición pública, la hipnosis se reforzaba, asegurando que la mentira permaneciera

intacta.