Los asquerosos apios

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Acabamos de llegar a nuestro nuevo hogar, es la tercera vez en este año que nos mudamos, pero mi padre dice que es la definitiva. La casa es enorme y está situada en las afueras del pueblo, tenemos al lado el lago “Aguardiente” y el bosque detrás. Lo único que no me gusta es que de mi casa al pueblo son diez minutos andando. 

Es lunes por la mañana y como un zombi, desayuno y me preparo para ir al instituto. Para mi alegría, mi padre se ofrece a acercarme en coche y como todavía es pronto damos una vuelta por el pueblo. Mi padre se para delante de la única tienda abierta a las 7:30 de la mañana: 

-Es la mejor que hay. Julio, el diseñador, ha recibido multitud de premios. Si quieres, luego nos acercamos-. Asiento sin despegar la vista de la ventanilla. 

Sé que mi padre solo quiere compensarme por todos los problemas de este año, pero comprar ropa y cambiarnos de casa no los va a solucionar. 

A la vuelta del instituto con el dinero que me ha dado mi padre decido comprarme algo de ropa en “Soy Julio y tengo ropa para todos toditos”.  La verdad es que hay multitud de tallas y parece que la ropa esta echa a medida. 

Al cabo de unos días ya he hecho todo lo que se podía hacer en este pueblo así que cuando el sábado por la tarde para de llover, me pongo mis bambos, cojo los auriculares y me voy a correr por el bosque a pesar de que mi padre me ha advertido que es peligroso. Pero cuando llego a la puerta principal, sale mi madre del salón con un apio de dos metros en el mano: 

-Hija, lo siento. Sé que no te gustan los apios pero para cenar hay puré de apio con apio cocido y para acompañar sorbete de apio. ¡No me mires así! Que también he hecho una tarta de apio. Esta riquísima, ya verás.-.dice sonriente y se va dando saltitos la mar de contenta hacia la cocina con su apio gigante. 

He de reconocer que la medicación nueva está funcionando, ahora está más centrada que antes. 

Cuando llevo 45 minutos corriendo, resbalo en el barro y me caigo, entonces oigo el agua de un río y me doy cuenta de que me he alejado más de lo que debería. Si llego tarde me caerá una bronca, así que me levanto y me pongo en marcha, pero está oscureciendo y no distingo bien el camino por el que he venido. A la media hora sé que estoy perdida y antes de que me entre pánico veo una luz al fondo y corro hacia ella. La luz viene de una caballa en mitad de una explanada; respiro aliviada y empiezo a subir las escaleras del porche. Un grito me detiene y miro hacia la ventana. Al ver a Julio apuñalando a otro hombre con un cuchillo carnicero y con un serrucho a la vez, intento no hacer ruido e irme, pero tropiezo en las escaleras. Para cuando se abre la puerta yo ya estoy corriendo como alma que lleva el diablo. Me detengo al lado de un árbol exhausta para coger aire, pero enseguida noto el cuchillo lleno de sangre en mi garganta y sin darme tiempo ni siquiera a levantar la vista me golpea y pierdo el conocimiento. 

Al abrir los ojos veo a Julio en el centro de una habitación sin ventanas arreglándole la sisa a una camiseta de un muerto y a su derecha hay por lo menos veinte cadáveres en diferentes estados de descomposición apilados unos encima de otros. Detrás suyo puedo ver también el cuchillo carnicero colocado con la punta hacia arriba y a su izquierda cuerpos de personas disecados con bonitos y conjuntados atuendos y tocados. En ese momento me doy cuenta de que estoy atada de manos y pies y que no tengo ninguna manera de salir, es extraño, pero me siento aliviada porque si muero me libraré de los asquerosos apios: 

-Tengo que reconocer que me has sorprendido. Ya lo decía mi abuelo de los desconocidos solo puedes esperar sorpresas-. suspira. - Como eres la segunda persona viva que entra en mi taller me gustaría darte una explicación. Nunca lo hago, pero ya sabes que es bueno cambiar de rutina de vez en cuando-. hace una pausa y prosigue. -Todo empezó cuando iba al colegio, se metían conmigo por mi figura corporal pues estaba un poco gordo y como en las tiendas no había de mi talla, la ropa se me subía dejando a la vista mi barriga. Me afectó tanto que decidí ser diseñador de ropa para poder confeccionar todos los tamaños. Estuve un tiempo buscando modelos, pero todos tienen el cuerpo parecido. Así que decidí contratar a gente de la calle, pero tienen una vida muy ajetreada y no podían quedarse mucho tiempo, además no hacían nada más que quejarse. Entonces pensé en matarlos y así me quitaba todos esos inconvenientes. Sé que pensarás que podría comprar maniquís o fabricarlos, pero nunca me ha gustado usarlos. 

- ¿Qué pensarían tus padres si vieran todo esto? -. entonces se para y me mira serio. 

-Solo me crié con mi padre y le dio un infarto el día en que le enseñe mi primera colección. 

-A lo mejor te puedo servir de ayuda, si me desatases las manos y… 

-No-. responde con desprecio. - Tú solo me sirves como modelo para mi colección. 

Hago lo único que puedo hacer estando atada y que hago cuando no consigo lo que quiero: 

- ¡No me pongas morritos! -. grita Julio tapándose los ojos con la mano. - No lo soporto…. 

- ¡Suéltame y no lo volveré a hacer! 

 - ¡Nunca! -. grita 

Intentando tapándose los ojos, retrocede y se cae de espaldas casualmente justo donde estaba el cuchillo carnicero clavándoselo en la garganta. 

Es extraño pero lo primero que pienso es que no me voy a librar de los asquerosos apios. 

 


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