¿EN DEFENSA PROPIA? 1

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Enviado el , clasificado en Intriga / suspense
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 Aquella fría noche del mes de marzo del año 2022 Alberto Mir que era un alto ejecutivo de mediana edad de una importante empresa de telecomunicación regresó a su hogar que estaba ubicado en Pedralbes que es una de las zonas más señoriales de Barcelona tras haber ido a cenar con un cliente a un buen restaurante de la ciudad, sintiéndose a la vez un tanto desolado ya que su bella esposa llamada Olga se hallaba en Madrid para asisitir a un Congreso de Dietética dado que esta era su profesión y volvería al cabo de tres días.

Alberto.aparcó su coche en el parking de su lujosa casa y poco después se adentró en la misma. Aquella cena le había dado  sed, por lo que enseguida se dirigió a la cocina; abrió el frigorífico y tomó una tónica bien fría. En el momento en que se disponía a beber, de súbito oyó un ruido de pasos en el piso superior que era donde estaban los dormitorios y como es de imaginar todo su cuerpo de puso en alerta. ¡Alguien había irrumpido en su vivienda; con toda seguridad sería un ladrón que había entrado a robar objetos de valor! Con el ánimo en vilo el ejecutivo se sintió por unos segundos tan asustado como desconcertado al igual que un ratón acorralado por un inminente peligo. pero asimismo con  la cereza que si no reaccionaba pronto el intruso se haría dueño de la situación y él sería su víctima; así que Alberto tomó con resolución el atizador de hierro de la chimenea que había en un extremo del comedor que estaba en una semi penumbra, y solo iliminado por la ténue luz de las farolas de la calle que se filtraba a través de los ventanales con el propósito de defenderse de un posible ataque, y se parapetó con un temblor de piernas en un discreto rincón de la estancia a la espera de poder enfrentarse con el delincuente

El silencio que se enseñoreaba en la casa se hizo denso y agoviante. Seguidamente Alberto vio la negra silueta del sujeto bajando por la escalera de caracol llevando en una mano un objeto que a juicio del ejecutivo bien podía ser un arma  y en la otra mano un saco o una bolsa en la que habría guardado los objetos de valor robados tales como joyas, dinero y algunas cosas más. Entonces sin pensarlo dos veces y llevado por un ciego instinto de protección el dueño de la casa se avalanzó con fiereza contra aquel hombre y le asestó un fuerte golpe en la cabeza con el atizador hundiéndole el cráneo, por lo que éste cayó al suelo como un muñeco roto muriendo en el acto.

Alberto encendió la luz del comedor con una respiración jadeante debiddo a la tensión del aquel instante y contempló el cadáver que yacía en el suelo. Se trataba de un delincuente cuyos rasgos indicaban que era alguien procedente de algún país del este de Europa. "¡Dios mio, Dios mío. He matado a un hombre!" -  se dijo él para sus adentros-. A continuación se apercibió que a su lado había una pistola y se apresuró a vaciar la bolsa en la que el ladrón había guardado los objetos de valor. Posteriormente se dejó caer en un sillón y cerró los ojos sintiendo que le invadía un gran cansancio, con la vana esperanza de que aquello había sido una simple pesadilla de la que pronto se despertaría. Pero evidenemente no fue así. Al abrir de nuevo los ojos se dio cuenta de que allí seguía el cuerpo sin vida del delincuente. Se le ocurrió llamar a la Policía para denunciar el suceso, pero algo en su interior le contuvo, y optó por contactar con su amigo  Germán Lorente  que era el abogado de la empresa que era dos años mayor que él, para que le aconsejara qué debía hacer ante aquella difícil situación.

Como ya era medianoche, el amigo Germán estaba en la cama cuando sonó su móvil y éste de mala gana atendió la llamada.

-¡¿Si...?! - expresó el hombre con displicencia.

-Germán. Soy Alberto. Me ha ocurrido algo muy grave. He matado a un hombre. ¿Puedes venir ahora a mi casa por favor? - suplicó el ejecutivo con voz temblorosa.

- ¿Cómooo...? No te muevas de aquí que vendré ahora mismo.

Al cabo de quince minutos el abogado de la empresa llegó al domicilio de Alberto.

- ¿Qué ha sucedido? - inquirió el abogado tan pronto cuando hubo entrado en el vestíbulo de la vivienda.

Alberto le puso en antecedentes de un modo atropellado llevado por un estado de nervios, mientras el abogado echaba un vistazo al cadáver que yacía en el suelo rodeado por un reguero de sangre.

- Hay que llamar a la Policía. ¿Verdad? - dijo Alberto con resignación.

- Espera, espera. No nos precipitemos. Pensemos con calma - respondió su interlocutor sentándose en el sofá.

Tras una pausa prosiguió.

- Mira Alberto. Yo no soy un abogado criminalista. Pero sí sé que desde un punto de vista jurídico, tú has cometido un delito por el que te pueden condenar a seis años de cárcel.

- ¿Yo soy un delincuente? ¡Pero si yo soy la víctima hombre! - protestó airado Alberto-. Han entrado en mi casa a  robar; y si este tipo me hubiese encontrado en ella, lo más seguro es que me habría matado a mi. Era él o yo. Esto ha sido un acto en defensa propia. No hay que darle más vueltas.

- Yo te entiendo. Pero según la Ley hay una diferencia entre la legítima defensa y una acción desproporcionada. Tú has atacado a este hombre tan pronto cuando lo has visto y lo has matado. Y no sabes si él te iba a atacar a ti. Para que haya una explícita defensa propia, tiene que  haber habido una agresión real o que ésta sea inminente, y no es este el caso - replicó el abogado.

- ¡Pero vaya tontería! ¿Qué iba a hacer? ¿Tenía que esperar su reacción para ver si me atacaba; o decirle: "Espere un momento señor, que esto que hace usted de asaltar las casas no está bien y voy a llamar a la Policía"? Y  mientras tanto él me mata a mí - dijo con sorna Alberto.

- Alberto, Alberto..¿Te quieres calmar? No vamos a llamar a la Policía, porque es obvio que te verías envuelto en un buen lío.Creeme.

                                                            CONTINÚA

 


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