No siempre es la falta de tiempo

Andrea Julia se encontraba en un momento crucial de su vida, no sabía que decisión tomar. Todo se había complicado y había llegado a un punto en que ya no sabía cómo era sentirse plena. Estaba el trabajo a tiempo parcial, su carrera, sus amigos a quienes casi no veía y a su familia que tampoco les dedicaba mucho tiempo...  

Tiempo, tiempo era lo que le faltaba para realizar todo lo que tenía que hacer. ¿Pero cómo podía ser eso la causa de su hastío y desasosiego? Pensaba que sí que era necesario todo lo que estaba haciendo. ¿Era por culpa suya entonces él porque estaba ahora a esta altura mirando al vacio?  

Por una parte, necesita trabajar para poder cubrir sus gastos y está estudiando para poder obtener un trabajo y una calidad de vida mejor. Pero esto cubría casi todo el día y se sentía culpable por no dedicarle tiempo a su familia y amigos. Por lo que eso también la estresaba, y a parte tampoco se sentía parte del grupo al solo poder acudir el 25% de las ocasiones. Tampoco tenía pareja ni alguien con quien disfrutar de vez en cuando, por lo que esto también le provocaba no sentirse querida. Muchas veces se sentía sola y atada de pies y manos por no poder cambiar su vida.  

Eso era lo que pensaba, pero en realidad ni podía ni quería, porque en el fondo sabía que estaba haciendo lo que quería y necesitaba. ¿Entonces porque se sentía así? Solo necesitaba cambiar el modo de sentirse, sus emociones, esa tristeza que la embargaba a veces y que no sabía cómo combatirla. A veces se quedaba mirando a la ventana con la mirada pérdida, pensando ¿y si dejara de existir?  

Se veía como un castillo con una fuerte muralla, en la que nadie se atreve ni quiere entrar. Está tan protegida por ella misma que no sentía nada. ¿Y así va a ser siempre? ¿O iba a ir a peor? Por eso había tomado esta decisión, se estaba arriesgando y lo sabía pero no tenía otra opción. Era hora de decir basta, de decirse basta a ella misma. Su peor enemiga. 

Primero se puso mona porque era un día especial y, se dijo que se sentía orgullosa de sí misma. Por fín, se había decidido a vibrar y a lo iba a hacer alto. Por eso, los disfrutaría todos, empezaría por el azul y acabaría por el más alto, el rojo. Así que cuando le llegó su turno en la fila interminable, en la que le había dado tiempo a repasar su existencia, se tiró por el tobogán. Dio cien mil vueltas divertidas hasta que acabó en una de las piscinas.  

Si es cierto, que pasó miedo en algunas atracciones, pero al final se sintió extasiada, viva. Vibraba, su energía fluía por su cuerpo y ella entera era poder. Había ido sola y había disfrutado un montón, no se comparó en un escenario imaginario donde lo pasaba con sus amigos, pareja o familia. Simplemente disfrutó con ella misma. 

Se dio cuenta que al igual que en el aquapark, la vida hay que explorarla. No quedarse mirando desde el puesto del socorrista, elegir atracción e ir a por todas y luego a otra y así... y se pasará miedo, y se te hará eterno, como cuando esperas tu turno en pleno agosto, pero luego hay que disfrutar porque el tobogán y el chapuzón solo dura un instante.  

Todo esto le dio fuerzas para entender su vida a Andrea Julia y también que la vida al igual que en el aquapark la haces y disfrutas contigo misma principalmente. Ya que pocas atracciones se pueden bajar más de uno en un tobogán. 

Desde entonces su vida continua igual que antes, pero sus sentimientos no. Su vibra está alto, su tristeza se ha disipado, ya no mira meditabunda por la ventana, ha aprendido a disfrutar de la vida que ha elegido y a hacerlo sola, regalándose pequeños momentos de disfrute personal.