Si los hombres lo hacen, ¿por qué nosotras no? - Parte 2

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Nila me miró como cuestionándome si me decidía a acompañarla en la juerga.

—Bien, vamos —le dije, y al escucharme me sentí como si la que hubiese hablado fuera otra. Pero creo que el ser apreciada, el ser vista de aquella manera me había alentado el orgullo.

‘Ora sí que decidí “aventarme al ruedo”, como diría mi padre. Caray, mi Padre. El pobre se hubiera ido de espaldas si me hubiese visto en ese momento. A él le fascinaban los toros y hacía alusiones a la fiesta brava todo el tiempo, como alentando a vivir sin temor. Por eso algo que usualmente decía era: “en la vida no hay que tenerle miedo a nada, hay que aventarse al ruedo cuando es necesario”. Y eso estaba por hacer esa noche. Pareciera que sus mismas palabras me hubieran alentado, aunque ya me imagino cómo hubiese reaccionado si me viese en esa situación, Nila y yo estábamos por tener “tremenda faena”, jaja. Claro que en ese momento ni siquiera me imaginaba hasta dónde llegarían las cosas.

Cuando regresamos al departamento de Nila, ésta les invitó a los muchachos diversas bebidas alcohólicas al gusto de cada quien. Allí, entonados y relajados, comenzó a charlar con ellos. Yo guardaba silencio no sabiendo qué decir, pero, a decir verdad, me mantenía expectante, atenta.

Sin tapujos, Nila les preguntó si ya habían tenido experiencias sexuales antes. Esto tomó a los tres jóvenes por sorpresa. No podían dar crédito a lo directa que en el ámbito sexual podía ser su anfitriona.

Gracias a sus respuestas pude darme cuenta que el más extrovertido era Pepe, un muchacho varonil y el más guapo de los tres, quien evidentemente no era ningún inexperto en el tema. Domingo, un joven moreno, chaparrón y fornido, era el “cómico” del grupo, diciendo cualquier graciosada, y burlándose a la menor oportunidad sin miedo al ridículo. Por último, Tomás era el chico más callado y, supuse, el más inocente. Pude notar que éste, además de sonrojarse, evadía mi mirada.

«Éste ni siquiera ha besado en su vida», me dije.

—Vamos a jugar a la botella —propuso Nila espontáneamente—, y a quien le toque va a tener que contar una experiencia sexual real. Quiero saber si de verdad son tan machitos.

Noté que Tomás estaba nervioso, probablemente temiendo que le tocara a él. De seguro no tenía nada qué contar. Para su fortuna fueron sus compañeros los primeros en salir escogidos. Cada uno narró su historia con notoria fanfarronería y exageración.

Para buena suerte de Tomás (y mía, puedo decir) la siguiente seleccionada fue Nila.

—Bueno, hace unos días acompañé a mi esposo a una cena con unos socios suyos, en un restaurant de la ciudad. Mientras él conversaba airadamente con uno de ellos, yo mantuve un juego de miradas con otro quien me pareció bastante atractivo. Nos estuvimos comiendo con los ojos prácticamente. Logramos entendernos muy bien sólo con las miradas. Así que, luego de decirle a mi marido que iría al sanitario, le indiqué que me acompañara. Aquél asintió y me siguió poco después, disimuladamente. Ambos nos metimos al baño de mujeres dentro del cual nos encerramos. Ahí me lo cogí de lo más rico —mientras Nila describía esta última parte, sus caderas se movían como representando lo narrado. Los muchachos, quienes no perdían detalle, parecían totalmente embobados.

—Y el güey de tu esposo, ¿qué no se dio cuenta? —preguntó, sin ningún recato, Domingo.

Nila rió y noté que tal pregunta la satisfacía pues inmediatamente contestó:

—Cuando salí y regresé con él, el muy pendejo ni notó que se me habían venido en plena boca a pesar de que lo besé.

—Órale, ¿llevabas la boca llena del esperma del otro? —comentó Pepe.

Nila asintió riéndose. Todos reímos imaginando tal escena.

Domingo notó que a Tomás se le había establecido una perceptible erección bajo su pantalón. Inmediatamente realizó comentarios burlones sobre él.

Nila, sin embargo, se le acercó al muchacho y le palpó el bulto.

—Bueno, por lo que se puede observar, tú serás el primer voluntario para mostrarme qué tal funciona el artículo que compré —le dijo Nila, quien luego ordenó—. Muy bien, bájate el pantalón y sácate la verga. Es momento de probar esa bomba de vacío que compré.

Hubo sorpresa y risas nerviosas. Como que a los chicos aún les costaba creer que aquello estuviese pasando. A Tomás le temblaban las manos mientras procedía a liberar su erección. Nila sacó el producto de su caja y armó sus piezas. Tomás seguía temblando y tenía las mejillas tan coloradas que me hizo recordar a la pequeña Heidi, una caricatura que veía de chiquilla.

—Bueno, vamos a ver —y con aquel cilindro transparente en una mano, Nila lo guió hacia el pene de Tomás, el cual tomó con su otra mano y, con el propósito de que entrara fácilmente en la abertura propicia para ello, le lengüeteó la punta del miembro.

Sin embargo, Tomás no pudo soportar el roce lingual en su área íntima y eyaculó sin poder contenerse. Nila no tardó en regañarlo.

—¡¿Cómo no pudiste aguantarte?! ¡¿Qué... eres un crío?!

El pobre chico resintió aquella reprimenda (de seguro así se sentía frente a sus camaradas) y yo sentí pena por él.

—Oye, Nila, ¿por qué no pruebas con Pepe? —sugerí y me sorprendí de mi atrevimiento. Pero no quería ver sufrir más vergüenza al pobre de Tomás frente a sus amigos.

Nila aceptó mi propuesta y, tras descubrirse el sexo, Pepe mostró que éste era particularmente largo. Sólo que aún lo tenía flácido. Nila, sin pensárselo, lo tomó y con mano y boca experta lo provocó para que se erectara. Viendo esto los chicos estaban sorprendidos y entusiasmados.

—Eso, así —dijo Nila mientras introducía aquel largo falo en la cámara propicia para ello—, ahora muéstrame qué tal funciona la bomba que compré —y comenzó a oprimir la perita de hule bombeando el aire que contenía el cilindro hacia el exterior.

Yo estaba maravillada, el pene, que de por sí era de considerable largueza, se inflamó aún más de lo que estaba tras la manipulación de mi amiga. Conforme la mano de Nila bombeaba aquella perita de hule, en el interior del recipiente el pene se abultaba. La transparencia del tubo nos permitió atestiguar el incremento de tamaño en el miembro de Pepe. Él mismo estaba sorprendido, sus amigos igual. Todos estábamos asombrados. Supongo que Nila era la única acostumbrada a ver algo así, pues procedía de la forma más natural. Era increíble ver cómo el ya de por sí erecto miembro de aquel chico crecía aún más, hinchando el glande hasta el punto de amenazar con estallar. Por la expresión de malestar en el rostro del chico, los demás nos dimos cuenta que la presión sanguínea en su pene ya era excesiva, e incluso dolorosa.

—Ya Nila, por favor para ya, ¿qué no ves que le haces daño? —le pedí suplicante, temiendo que le hiciera algún daño permanente al pobre muchacho.

Temía que, como película de horror, terminara explotando la sangre ante la vista de todos nosotros.


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