Él estaba leyendo bajo el nogal. Ella se acercó despacio, para no asustarlo. Cuando él la vio, se acuclilló frente a él, lo miró fijamente a los ojos y le mostró lo que llevaba cubierto por un paño, como se llevan las cosas más delicadas. Es tuya, le dijo, pero trátala con cuidado; sólo la podrás usar una vez, luego se romperá. Él dejó el libro a un lado, extendió las dos manos y recogió el precioso tesoro, una llave de cristal. Con ella accederás a mi castillo. Es mi castillo de sueños, en él se encuentra mi corazón, mi más oculto tesoro; en sus luminosas estancias he ido depositando lo más bello que hallé en estos años. Una vez dentro, descubrirás mis fantasías, mis sueños, mi fragilidad, mis temores, mis recuerdos, historias que no sucedieron, pasos y reflejos, escaleras de caracol, armaduras relucientes, mil pasadizos secretos, disfraces de distinto color, misterios que no resolvimos; es decir, mi corazón.
Podrás salir cuando quieras, añadió, pero no volver a entrar. Siguiendo el camino de flechas llegarás a la estancia del presente; yo estaré allí, construyendo vidas secretas, remolinos de papel, mareas espumeantes, nubes vaporosas, bosques de sueños, tristes historias felices; no te puedes equivocar. Sólo tengo esta llave y la conservé estos años para ti. A ti te ha confío porque te conozco desde hace años, desde siempre y sé que no me vas a fallar.
Él le sonrió y ella colocó sus manos sobre las de él, cubriendo la llave que comenzó a brillar con destellos multicolores, igual que sus miradas de cristal.
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