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Era una mujer tan sexy, tan sexy, tan sexy, que tenía prohibido acercarse demasiado a la pescadería del hipermercado de su ciudad ("Noooooor. Quédese usted a seis, siete metros. Ya sabe lo que pasa"), porque era tal la calentura sexual que llevaba en sí misma, por la gloria de mi madre, que derretía rápidamente el hielo granizao que cubría los pescaos.
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