Entre Dos Secretos: El Peso del Ayer y Hoy - Parte II

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Parte II

Recuerdo la vez que fuimos al cine, antes de que todo se desbordara. Héctor me había insistido en que fuéramos a ver una película que, según él, estaba en cartelera. No era un plan que me emocionara demasiado, pero accedí porque ya empezaba a sentir esa presión de estar rechazando a René cada vez que me pedía salir, y a Héctor no quería decirle que no otra vez. Así que me encontré con Héctor cerca del cine, en una de esas tardes después del trabajo, cuando no había tantas personas en la sala.

Desde el principio, supe que algo iba a pasar. Nos sentamos en la fila más alta, donde casi no había nadie más. Apenas apagaron las luces, Héctor comenzó a inclinarse hacia mí, como si hubiera estado esperando ese momento toda la tarde. No me resistí, porque en el fondo sabía lo que iba a suceder. Nos besamos, primero de manera suave, y luego con más intensidad. Pero esta vez no fue como las anteriores, con esos besos robados en algún parque o en la calle. No, esta vez no había prisa, ni temor de ser vistos. Éramos solo él y yo, en la oscuridad de la sala, ignorando por completo la película que comenzaba a proyectarse frente a nosotros.

Perdimos la noción del tiempo. Héctor se acercaba más y más, sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo con una familiaridad que no debería haber permitido. En ese momento, dejé de pensar en todo lo demás: en René, en mi vida en Lima, en el trabajo. Lo único que existía era Héctor y el deseo que despertaba en mí. Lo que comenzó con un beso terminó mucho más allá de eso.

No vimos la película, no tenía importancia. Salimos de allí como dos personas que compartían un secreto que nos ataba de una manera que no podía entender. Lo que sucedió esa tarde en el cine fue un paso del que no podría volver. Y, sin embargo, no me detuve. No quise detenerme.

Después de esa noche, todo cambió. Ya no era solo un par de besos robados. Héctor comenzó a ser una presencia constante en mi vida, aunque René siguiera allí, sin saber nada. Y luego, vino la invitación de Héctor para ir a Puerto Maldonado. Al principio, dudé. Sabía que era una mala idea, sabía que estaba yendo demasiado lejos. Pero, al final, acepté. Me dije que era solo un fin de semana, que no tenía nada de malo en ello. Pero en el fondo, sabía que estaba cruzando una línea de la que no podría volver.


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