Entre Dos Secretos: El Peso del Ayer y Hoy - Parte III

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Parte III

El viaje fue como entrar en una burbuja donde todo lo demás dejó de existir. Héctor había organizado todo: un refugio en medio de la selva, lejos de Lima y de mis preocupaciones. Durante esos dos días, me dejé llevar por la ilusión de que podía ser feliz con él, de que podía escapar de la culpa. Héctor me trató como si fuera la única mujer en el mundo, y por un breve momento, me permití creer que eso era suficiente.

Cuando llegamos al club campestre, el sábado por la tarde, ya había oscurecido. La selva, que durante el día me había parecido vibrante y llena de vida, ahora se sentía misteriosa, casi amenazante. Las estrellas brillaban en el cielo, más nítidas que nunca, y la brisa cálida acariciaba mi piel. Todo parecía diseñado para que el ambiente fuera perfecto, casi como si el universo mismo estuviera conspirando para crear un escenario romántico para Héctor y para mí.

Sin embargo, en el fondo de mi mente, una pequeña voz seguía recordándome la realidad: yo no debería estar aquí. No debería estar con Héctor. Pero ese pensamiento, que llevaba días arrastrando conmigo, se desvanecía cada vez que él me miraba con esa sonrisa despreocupada y segura.

Entramos al lobby del club y Héctor se acercó a la recepción para hacer el check-in. Mientras él hablaba con la recepcionista, yo me dediqué a observar el lugar. Era un ambiente rústico pero cómodo, con paredes de madera oscura y una decoración que combinaba elementos modernos con el estilo tradicional de la región. Todo el lugar tenía una sensación acogedora, como si estuviera diseñado para hacerte olvidar las preocupaciones del mundo exterior.

De repente, la voz de Héctor interrumpió mis pensamientos. Se acercó con las llaves en la mano y una sonrisa tranquila en el rostro.

—Ya está todo listo —dijo, extendiéndome la mano para tomar la mía.

Sentí una pequeña punzada de ansiedad, pero no quise mostrarla. Acepté su mano, tratando de mantener una actitud relajada. Caminamos juntos hacia la habitación, pasando por los senderos iluminados tenuemente por faroles que parecían flotar en la oscuridad. Las sombras de los árboles se proyectaban en el suelo, y el sonido de los insectos y las aves nocturnas llenaba el aire.

Cuando llegamos a la puerta de nuestra habitación, Héctor se detuvo un momento antes de insertar la llave en la cerradura. Me miró y sonrió de nuevo, pero esta vez había algo en su sonrisa que me inquietaba.

—Espero que no te moleste, pero solo reservé una habitación para los dos —dijo con tono despreocupado.

Sentí que mi corazón se detenía por un segundo. Mi mente se llenó de confusión. ¿Cómo no había pensado en esa posibilidad? ¿Cómo había llegado hasta este punto sin darme cuenta de lo obvio?

—¿Solo una habitación? —repetí, intentando sonar sorprendida, aunque mi mente ya sabía que algo así podía pasar.

Héctor asintió, sin perder su sonrisa. Parecía tan seguro de sí mismo, como si todo estuviera perfectamente planeado. Y quizás lo estaba.

—No pensé que sería un problema —continuó él—. Ya que… bueno, nos conocemos hace tanto tiempo, y esta escapada es para relajarnos, para disfrutar. ¿No es así?

Me quedé en silencio por un momento, tratando de procesar lo que me acababa de decir. Sabía que podría haber dicho algo, que podría haber retrocedido y pedirle que llamara a la recepción para reservar otra habitación. Pero no lo hice. En lugar de eso, mi mente empezó a buscar excusas, justificaciones para lo que estaba a punto de ocurrir.

Después de todo, me había dicho a mí misma que este viaje era para desconectarme, para dejar de lado todas las complicaciones que me rodeaban en Lima. René no estaba aquí, no sabía lo que estaba ocurriendo, y quizás era mejor así. No quería lastimarlo, pero una parte de mí se convencía de que esto no le afectaría si él no lo sabía.

—Supongo que no hay problema —dije finalmente, esforzándome por mantener la voz tranquila.

Héctor sonrió y abrió la puerta, invitándome a entrar. La habitación era acogedora, con una cama grande en el centro, decorada con sábanas blancas impecables. Las ventanas daban a un pequeño balcón con vistas a la piscina, y el suave sonido del agua fluyendo en el fondo creaba una atmósfera de serenidad. Era el escenario perfecto, pero en ese momento, mi mente estaba en otra parte, luchando con los dilemas que se acumulaban en mi interior.

—Espero que te guste la habitación —dijo Héctor, mientras dejaba su maleta a un lado—. Pensé que este lugar sería perfecto para nosotros.

Asentí, intentando sonreír mientras recorría la habitación con la mirada. Me acerqué al balcón y me apoyé en la barandilla, mirando hacia la piscina iluminada por luces suaves. Sentí a Héctor detrás de mí, acercándose lentamente hasta que su mano rozó la mía. Su toque era familiar, pero al mismo tiempo, me resultaba extraño. Habían pasado tantos años desde que estuvimos juntos, y aunque los sentimientos seguían allí, algo en mí había cambiado.

—Carol —dijo en voz baja, inclinándose hacia mí—. Este viaje es algo que he estado esperando desde que volví a Lima.

Su confesión me tomó por sorpresa. Me giré para mirarlo, encontrándome con sus ojos sinceros, llenos de esa nostalgia que parecía envolvernos cada vez que estábamos juntos. Una parte de mí quería creerle, quería dejarme llevar por el momento. Pero la otra parte, la parte racional, me recordaba que todo esto era una escapatoria temporal, una fantasía que no podía durar.

—Yo también he estado esperando este momento —admití, aunque mi voz sonaba más insegura de lo que esperaba.

Héctor sonrió y me tomó de las manos, guiándome de vuelta al interior de la habitación. Nos sentamos juntos en la cama, y durante unos minutos, hablamos sobre todo y nada al mismo tiempo. Era como si estuviéramos evitando el inevitable desenlace de la situación. Sabíamos lo que estaba a punto de ocurrir, pero ambos estábamos jugando al juego de pretender que no lo sabíamos.

Finalmente, el silencio se apoderó de la habitación. Héctor me miró una vez más, esta vez con una expresión más seria.

—Carol, sé que esto puede ser complicado, pero quiero que sepas que no espero nada de ti. Solo quiero que disfrutes este fin de semana, sin presiones.

Su sinceridad me desarmó por completo. Héctor siempre había sido directo, y esa cualidad era algo que siempre había admirado de él. Pero en este momento, esa honestidad solo me hacía sentir más vulnerable. Sabía que estaba cruzando una línea que no podía deshacer, pero una parte de mí ya había aceptado lo que estaba ocurriendo.

Me incliné hacia él y lo besé, esta vez sin reservas. Ya no había espacio para la duda. Sabía que este viaje marcaría un antes y un después en mi relación con Héctor, y también en mi vida en Lima. Mientras nos abrazábamos en esa habitación, el peso de las consecuencias futuras se desvaneció, al menos por esa noche.


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