Mi semblanza

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Cuando estoy a punto de cumplir, como edad, las tres cuartas partes de una centuria y en mi mente sigan manifestándose irregularmente vestidos, sencillos, discretos, extravagantes o como mis musas los hayan concebidos, unas veces tranquilos, otras agitados, esperando en silencio, que cubiertos de las palabras necesarias, abandonen el misterioso santuario en los que habitan, para llegar a formar parte de la escena del mundo.

Estos misteriosos y escalofriantes hijos de mi fantasía siguen bullendo en mi mente y, en ocasiones sacan a la luz, momentos y recuerdos de mi vida, hazañas pueriles que me hacen retroceder en el tiempo, hechos juveniles que vuelven a mi ser, haciéndome revivir dichosos y nostálgicos momentos pasados, que afloran de nuevo.

También, estos pequeños fantasiosos me conducen de nuevo a las aulas, iluminando mis sentidos, rememorando momentos dichosos y ufanos, recordando difíciles fases de mi vida escolar, no solo ensalzando mis triunfos, como lamentando mis derrotas.

Igualmente me conducen, por el difícil camino de la juventud, aflorando situaciones dichosas unas, difíciles otras y sobre todo tratando de alejar de mí, aquellos eventos en los que la alegría, estaba huida, la buena suerte, en busca y captura y la fortuna, desaparecida. Todos ellos formando parte de ese conglomerado de hechos y situaciones, que condicionan una vida y que sus recuerdos, no entrañan una alegría, pero que los tenemos que aguantar, porque forman parte de nuestra existencia.

No obstante, y a pesar de todo no me puedo quejar. He tenido una infancia dichosa, junto a mis padres y hermanos. Fuimos niños felices que no nos faltó de nada, recibiendo el amor y calor de sus padres y la atención de muchos allegados a la familia. Después, adolescentes felices, en los que su actividad principal, como fue su formación, se tradujo en su meta a alcanzar, en unos momentos y circunstancias difíciles, en los que la formación pasaba a otra escala, ya que las necesidades y difíciles subsistencias en las familias, se hacían insoportables y la educación tan solo estaba destinada a los más favorecidos, aunque éstas las soportaban todos, porque formaban parte de la sociedad, en esos momentos.

Después, fuimos jóvenes estudiantes, en los que nuestra única meta era, alcanzar el aprobado de nuestras asignaturas y la continuación de nuestra formación, para poder, otro día, alcanzar la meta impuesta y formar parte de esta sociedad, como persona educada, integra y trabajadora.

También fuimos personas felices en nuestra adolescencia, en las que nuestras manifestaciones de amor e ilusión entre las personas y sus relaciones, se llevaban a efecto, unas veces consiguiendo enamoramientos rápidos e imposibles, otras sintiendo penas y disgustos, por los rechazos recibidos, pero todo ello, dentro de la norma real de la edad juvenil, llena de amores y sinsabores.

Pero todos estos vaivenes que en esta edad recibimos, como consecuencia del tiempo que experimentábamos, en esos momentos, eran el camino directo a la consolidación de nuestro futuro, no solo emocional, sino también laboral. Cuando tenemos que pensar en el mañana, tenemos que ir forjando una actividad, de la que poder seguir viviendo y condicionar todas estas cuestiones a nuestro futuro soñado.

Todo esto, exprimido hasta los últimos átomos, formó parte de nuestra existencia, hasta nuestra juventud, después vinieron las obligaciones laborales, familiares y de toda índole, que condicionaron nuestras vidas. Así ha sido la vida de los nacidos en los cincuenta y así seguirá siendo, ya que ésta es igual para todos y se repite día a día, año a año, década a década. En definitiva, la vida sigue igual.


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