Mi coño quería ese pollón subiendo por sus paredes, apretando con cada sacudida y alcanzando el punto más alto de mi húmeda vagina.
Raúl se pegó a mis tetas como un lactante. Lamía y chupaba sonoramente, como si quisiera extraer un chorro de leche de mis pezones tiesos y duros. Entretanto, yo frotaba aquella tranca brutal. Lo tumbé en la arena y me puse sobre él, dándole mi culo. Cogí la verga y me la metí en el agujero toda de una vez. Lo tenía completamente lubricado por la gana de follar y empecé a cabalgar a mi gordito y hacer rotar su falo ancho y largo por toda la amplitud de mi conejito hambriento. Sus manos jugaban con mis tetas; magreaban mis pezones. Los dos jadeábamos fuertemente. Casi siempre, yo procura que la sonoridad de mis folladas fuera contenida, por timidez; pero en "nuestra isla" no había nadie, así que me puse a gritar a cada empalada de aquel falo gigantesco. Mi higo estaba tan abierto que a cada follada la presión y el roce de mi clítoris me llevaba a los cielos. Gemí y grité galopando y moviendo mi vientre hacia adelante y hacia atrás, pegando mis nalgas a su blando vientre, tragando en mi raja la polla, subiéndola y bajándola en el coño chorreante; tanto que un par de veces se salió y me golpeó los cachetes del culo; eso me resultó una experiencia nueva y muy satisfactoria: la agarré, toda llena de flujo como estaba y la pasé por todo el culo, rozándola por el otro agujero y dándole toques con el sedoso glande. La volví a clavar y entonces tuve un espasmo descomunal y grité al sentir la descarga eléctrica y placentera del orgasmo. Monté la verga casi a saltos, la dejé que me traspasará el conducto hasta que, casi sin respiración, me dejé caer hacia atrás.
Raúl manoseaba mis tetas sin cesar. Su tranca seguía dentro, apretada y tiesa, ardiente como un tizón, pero no se corrió ni trataba de hacerlo. Sus empellones eran cortos y delicados; estaba gozando al ir jodiendo mi conejo lleno de flujo. Extraje la polla y le pedí que se diera la vuelta; que se pudiera de rodillas. Yo me coloqué sobre él, subida en ese culo redondo, grande y blando. Busqué de nuevo la imponente verga que no se aflojó ni un poquito. Jugué a pajearla, a la vez que frotaba mi chocho contra el culo de Raúl, mi calentura sexual se mantenía a tope. Raúl gemía de gusto al sentir como mis dedos apretaban toda su carne cilíndrica y masajeaban el pedazo de pija. Metí mis dedos en la vagina y los saqué llenos de mi fluido, que llevé a la polla impregnándola completamente. A Raúl le dio tanto placer como a mí. Seguí pajeándolo y frotando mi clítoris contra su montañita de culo... y me asaltó un deseo. Volví a introducir mi dedo en el coño caliente y lleno de flujos; lo saqué y lo llevé y a su agujero, a su ojo del culo. Él se movió ligeramente, pero no protestó. Acaricié el botón de aquel anillo prieto y estriado con mi dedo mojado y fui metiéndolo suavemente. Me puse muy cachonda. Me mojé otra vez el dedo y lo saqué chorreando mi semen femenino y volví a jugar con el ojete de Raúl, sin dejar de pajearle la polla. Él jadeaba ligeramente y al notar el empuje de mi dedo se abrió de piernas y con voz entrecortada dijo: mételo todo; fóllame. Así lo hice. Mi dedo se hundió en el agujero hasta que no pudo entrar más y empecé a joderme el culo de Raúl, a ritmo con la masturbación de la verga, que parecía echar fuego. Entramos en un ritmo a tres bandas: mi masturbación clitorea en su culo, la suya con mi mano y mi follada de su ano. Una jodida triple. En uno de mis empujones dentro del canal de Raúl noté una fuerte sacudida y emitió un sonido gutural, comenzó a resoplar y se corrió entre mis dedos, yo le apreté el glande y lo froté como una loca, para incrementar su placer. Su leche manaba y se escurría por mis dedos, mi muñeca, en mi puño que apresaba aquella polla que descargaba semen espeso.
Mi dedo penetraba aún su ano. Él se movia igual que si fuera él quien estaba follando, no como si fuera yo quien jodía su ojete y su orificio masculino. Y... mi clítoris sufrió un fortísimo espasmo seguido de muchos más. Todo mi coño se expandía, subía y bajaba, se abría y se cerraba, salía y entraba entre mis labios verticales. Yo chillé de placer y Raúl se dejó caer sobre la arena, conmigo encima. Los dos permanecimos así mucho rato, acompasando la respiración, dejando que resbalasen nuestros jugos sexuales.
Me di la vuelta apretando mi vulva y pensé mirando el cielo azul pulido: ¡Ojalá nunca vengan a rescatarnos!
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