Ariadna liberada

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Desde fuera del laberinto, desde el otro lado del espejo, Ariadna espera ser liberada.

Ariadna no quiere vivir como un ser pasivo, a la espera de que su papel subalterno y supeditado a la acción masculina, la conduzca a su propia felicidad.

Ariadna es su propia liberadora frente al Minitauro opresor. Su hilo, tejido por ella, es un hilo de sí y para sí. Ha cruzado la frontera vetada para ella y ha elaborado también la estrategia para salir del Laberinto minoico.

Ariadna ha tomado conciencia de ella misma, ha abandonado el sillón de la resignación para observar su propia estatura; se ha mirado al espejo y ha gozado de su propia desnudez sin necesidad de quien lo haga por ella, sin ella.

Con tesón, Ariadna ha forjado sus propias armas distintivas, el carcaj repleto de saetas de la sensibilidad, el escudo de la obstinada resistencia a vivir en reclusión, el casco luminoso de su propia inteligencia y sabiduría, las sandalias aladas para volar hasta el cielo.

Ariadna ha quebrado el reflejo condicionado de su educación restrictiva, de toda represión y ha saltado al otro lado.

Ariadna, en el momento en el que saltó al otro lado, se miró de nuevo en ese espejo antiguo que había heredado de su abuela. Era un espejo grande, largo, rodeado de un armazón de madera y donde se veía reflejada de los pies a la cabeza.

Durante toda su vida, siempre había sentido que ese espejo reflejaba algo más que su imagen y como le dijo su abuela antes de morir: "si quieres ver reflejado algo más que tú imagen debes situarte al otro lado".

Nunca hasta ahora se había atrevido a dar ese paso, a dejar de lado todas las expectativas y limitaciones impuestas por la familia y por la sociedad y ser libre en el laberinto de la vida. Sintió que para ello, debía desnudarse ante sí misma. Y así, aquella tarde en su pequeño apartamento, se quitó la ropa y la fue dejando encima de su cama, despacio, sin prisa, dejándose llevar por su paz interior, sintiendo cada parte de su cuerpo que quedaba libre de ropa, libre de ataduras, de obligaciones impuestas. Completamente desnuda, se situó frente al espejo de su abuela y se miró. Observó cada parte de su cuerpo sin juzgar, sintiendo cada parte como una pieza que encajaba perfectamente en un bloque, en una unidad ....y en ese momento comenzó a ver en el espejo a una mujer diferente, una mujer de mirada decidida y sonrisa audaz.

En se momento, Ariadna sintió su chispa de rebeldía, que había permanecido oculta durante años y decidió que era hora de liberarse de las cadenas invisibles que la ataban. Comenzó a explorar su identidad sin interferencias externas y cada vez su imagen en el espejo era más clara y más bella.Cada vez tenía más confianza en ella misma y era más feliz.

Entonces entendió por fin las palabras de su abuela. El espejo no solo mostraba lo exterior sino también el interior.Había aprendido a amarse y a aceptarse, dejando de lado el juicio ajeno.

Un día, al mirarse al espejo, una amplia sonrisa dibujó su cara, sintiéndose por fin una mujer liberada, lista para enfrentarse al mundo con todo su ser y con la premisa firme de ser siempre fiel a sí misma

 

 


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