Hay en ellos una soledad inconfesada. Dos extraños en la infinitud de los sueños. En el convoy casi sin pasajeros, una luz amarilla inconcreta transforma el espacio vacío de sus compartimientos en una estancia propia y entrañable; el espacio en movimiento que genera un pacífico remolino circular de recuerdos; un presente revelador de los momentos del pasado —reconstruido; una yuxtaposición de realidades vividas y deseos frustrados—: su mundo. El mundo de cada yo interior: ese desconocido para las miradas superficiales de los otros.
En uno y otro vagón, las dos miradas se funden con la cambiante iluminación de las carreteras y las aldeas; casas bajas, edificios de esqueleto blanco, difusos matorrales, charcas que apenas vistas se pierden a gran velocidad, en la lejanía de la marcha. Ahí queda una instantánea que se graba en la retina y que en momentos ignotos regresará a la memoria, sin saber cómo, sin saber porqué, para reconfortar otra soledad: la de la fila de los bancos solitarios, tristes, vacíos, sin más vida que su propia compañía y la de las farolas. Ese parque.
Alguna ráfaga de viento hace que el ferrocarril combine el traqueteo de las ruedas sobre las vías con un ulular como una voz de una inquietante banshee. Dura instantes. Fuera, la rauda luz del convoy ilumina, con un resplandor oscilante, luz entrecortada, los raíles brillantes y los parajes nudos.
Sin saberse, sin conocerse, los desconocidos hacen un mismo viaje sin paradas intermedias, con un destino idéntico. Ella se reconforta con poéticos pensamientos que llenan aquellas parcelas de su mundo en que nadie penetra. Él penetra en las entrañas de la noche circulando como el tren nocturno, rompiendo el mundo parcelado. El espacio compartido del ferrocarril, la noche estrellada mesetaria, los insolentes campos de trigo y cebada, interminables, austeros; la vista de las figuras nobles de los árboles que bordean el camino de hierro; grandes esperanzas, apasionados sueños trazarán, sin ellos saberlo, un encuentro fortuito en la estación de destino, una mirada casual, un segundo fugaz, un imborrable recuerdo; la permanencia en la retina de aquellos ojos y labios gemelos... minutos después... un café repetido... y una larga conversación ininterrumpida en una estación semivacía en la que los corazones se conectan para siempre.
En esa estación silenciosa, el mundo parece desvanecerse en esa unión... y sus sincronizados corazones, unidos, marcan el inicio de un viaje que jamás imaginaron. Mientras el tren parte, en el aire flota una gran promesa, una amistad que es un viaje sin fin, y mientras el tren se aleja avanzando hacia lo desconocido, ambos se dan cuenta de que siempre tendrán reservado un asiento el uno para el otro, en el difícil y a la vez bonito camino de la vida.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales