LA PUREZA DE LOS SUEÑOS

En el horizonte de la noche, ella cerró los ojos y se sumergió en su sueño. Allí, flotaba en un jardín de estrellas, donde los árboles danzaban al ritmo de melodías que sólo el alma podía escuchar.

Mientras el mundo terrenal la rodeaba de ruidos y preocupaciones, en su reino de ensueño, todo era posible, reinaba la paz, la felicidad, los abrazos tan necesarios, los besos y caricias respaldados por eco de la luna. En el sueño, los miedos se desvanecían como la niebla al amanecer.

Al despertar, el peso de la realidad la envolvía de nuevo, pero en su corazón guardaba el recuerdo de la pureza de su mundo onírico. Sonrió, sabiendo que, aunque la vida terrestre podía ser densa, los sueños le ofrecían un refugio eterno donde la belleza siempre florecería.

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Proyectaba la intensa luz de su otro mundo nocturno sobre el mundo que la rodeaba sin ella saberlo. Así un inexplicable cruce, inesperado, impredecible cruce de caminos la llevó a descubrir un nuevo país, entre el cotidiano vivir y el paraíso dulce y tranquilo de sus sueños.

El calor y el color, la chispa de cada acto, el sonido de acompañamiento, besos y caricias más allá del despertar, la melodía de la luna en su tránsito eran su nuevo reino. Descubrió que el refugio nocturno tenía el complemento de su nuevo país diurno, donde el fulgor de las estrellas era visible incluso con la luz del sol.

El idioma de los árboles, el susurro de las hojas a su alrededor, el eco de la niebla acompañándola, la musicalidad de los minutos, el rumor de otra voz similar a su voz, presente en multitud de instantes, convertían cada miedo en dulce cogerse de las manos. 

Emprendió su mañana con la sonrisa que tuvo al nuevo despertar. Sabía que seguiría allí, instalada en su alma, viendo por su mirada el sendero del parque cotidiano, reflejando la palma de la mano de las hojas desprendidas por el viento, su cantidad también deshojada por el arrebato de la pasión, para todos los años venideros.