Vidas de santos. Por entregas. Uno.
Por antonpirulero
Enviado el 27/11/2024, clasificado en Humor
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Al principio, el hambre hacía que casi estuviera fuera de la realidad, y mi arte, en correspondencia, lindaba lo surreal. Los editores se daban cuenta- también la policía- y sólo- los primeros- muy ocasionalmente, me dejaban pisar la moqueta del despacho principal de la editorial. La precariedad era tal, que, el hecho de haber sido recibido, constituía un triunfo, y aquellos pasos sobre la blanda superficie, me sabían a éxito profesional.
Casi como haber publicado me sabían tales entrevistas. Aquel entrechocar de manos me reconciliaba con el mundo. Alguien, allí dentro, se hacía cargo de lo difícil que era la vida, dándolo a entender. Y que lo mismo era tan sólo el azar el que hacía que se pudiera estar dentro o fuera sin haber en ello nada personal.
Uno, en correspondencia, les hacía saber- a estos dadivosos editores- que era consciente de la situación, y que aquel tender de mano no representaba, en principio, nada más. Todo muy aséptico, bonito, elegante. En otras- editoriales-, el propio humo del tabaco, entre otros indicios, me ponía sobre la pista de que aquel no era lugar para la contemporización, y que no superaría, siquiera, la primera criba que representaba la, también generalmente, secretaria, no tan empingorotada como en aquellos otros sitios de postín, pero, quizá por ello precisamente, con menos ganas de andarse en circunloquios vanos y estériles. Entonces, me despedía yo mismo, sin más.
Había nacido, se veía, para obtener el éxito a posteridad. A falta de otro valedor que uno mismo en la vida, me veía como aquellos lazarillos que en otro tiempo se empleaban con ciegos para arañarles las migajas de la compasión de los demás. Pero, ahora, la once se ocupaba en general de tales discapacitados visuales y en lugar de recitados de ripios, acompañados del pícaro para recoger las monedas, vendían el cupón, por lo que no era ya la salida natural.
Así que me tuve que adaptar a los años que corrían y me hice escritor profesional. O tal era mi pretensión- lo de la profesionalidad- que lo de escritor estaba al alcance de la mano de todo el que tuviera un lápiz y un papel. A tal fin me recorría, de cabo a rabo, la ciudad. La noche la empleaba en escribir. No toda, qué duda cabe, pues parte la empleaba en dormir. Antes fui camarero, peón de albañil, vendedor por catálogo y otras cuantas cosas más, pero sentía, como una especie de llamada, una vocación mística, o casi, hacia el mundo del arte de juntar palabras para entretener a los demás. Una especie de santidad laica me llamaba, atrayéndome como un imán, primero a los escritos, y luego, como se expuso, a hacer viajes a la editorial. Hechos que cumplidamente y si el lector tiene a bien se narrarán.
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