SE VENDE

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"SE VENDE”… Así de lacónico rezaba el cartel clavado en el césped.

Al principio creyó que su nuevo vecino se había vuelto loco; apenas hacía unos meses que se había establecido con su mujer en la casa de enfrente y, por lo visto, ya se había cansado de ella. Recuerda que cuando llegaron con el camión de mudanzas tuvo una pequeña charla con él, le puso a su disposición su ayuda para lo que necesitara y él le correspondió amablemente con idéntico ofrecimiento. No pareció que su aspecto extranjero influyera en su contra. Le sorprendió muy positivamente la empatía y rebosante juventud de Ibrahin, y se dijo que sería bueno trabar su amistad, y hasta compartir con él -¿por qué no?- alguna que otra partida de ajedrez. Ibrahin le presentó a su esposa y después le aseguró que si él estaba a gusto jamás la vendería.

Ella, Betty, la hermosa Betty, era una despampanante morena toda simpatía y exuberancia, una de esas beldades que quitan el sueño nada más verla y hacen mirar por el rabillo del ojo al afortunado marido, desde luego con resquemor y los dientes largos… No sé si me explico… ¿Cómo diría?… Como… como si en realidad aquella sílfide fuera tuya y te la hubieran arrebatado sin derecho alguno… ¿Se me entiende? ¿Absurdo, verdad? ¡Curiosas sensaciones las que puede exudar un estúpido macho drogado por el “chute” masivo de hormonas tan traicioneras! Pero bueno; la vida es así, aunque en realidad él era consciente de que tenía que mostrarse serio y respetuoso con aquella pareja tan peculiar... Sobre todo… por “ella”.

Volviendo al principio, lo cierto es que aquel odioso cartel anunciando la extraña transacción lo dejó sin palabras; y hasta puedo asegurar que también lo irritó. No podía ser, le embargaba la incredulidad; Ibrahin le dijo que estaba encantado con residir en el barrio, que la casa la habían comprado por muy buen precio y que su intención era tener hijos, echar raíces allí, junto a ella.

Por eso no podía creerlo…

¡“SE VENDE”…! ¿Por qué hacía esto? ¿Qué algo tan malo y determinante había pasado entre ambos…? ¡Era verdaderamente incomprensible!

Miró de nuevo tras las cortinas y confirmó de nuevo que el cartel continuaba allí, a la vista de todos, inmutable, agresivo y con grandes letras... como retándole. Jamás en su vida había odiado tanto a una cosa inanimada, pero ese cartel había logrado despertar en él unos sentimientos endiablados, en extremo enfermizos.

Se quedó allí, tras la ventana, entre ensimismado e indeciso…

Mayor fue su desasosiego cuando, al cabo de unos minutos, llegó un tipo alto y desgarbado, se detuvo frente al cartel y después se dirigió presuroso hasta la entrada de la casa llamando insistentemente a la puerta. Vio salir a Ibrahin junto a la hermosa Betty y empezaron a hablar con el recién llegado de forma muy amistosa…

Eso fue la gota que colmó el vaso de su paciencia y sintió que estallaban en su cabeza toda una guerra de deseos inconfesables. «¡Tengo que evitarlo…!» -se dijo-, y forzando al máximo su impaciencia, no pudiendo contenerse más, salió corriendo en su dirección y, tras conseguir colocarse entre los tres, le gritó (más bien le imploró)…

-¡Ibrahin, Ibrahin, por favor, no se la vendas a este tipo…! ¿Cuánto quieres por “ella”?

 

 


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