En una fría mañana de diciembre, el pueblo se reunió. Ante ellos, un viejo libro de tapas desgastadas brillaba bajo el sol. "Esto es nuestra voz", dijo el orador, levantando la Constitución. Cada palabra contenida en sus páginas representaba un sueño de justicia, igualdad y libertad. Uno a uno, los ciudadanos tomaron la palabra, sus historias entrelazándose con los principios fundamentales del documento.
Muchos recordaron en ese momento que la Constitución no solo era un texto; era el latido de la esperanza colectiva, un pacto eterno que unía "a todos" en la lucha por un futuro mejor, recordando también que los derechos no son solo privilegios, sino garantías que deben ser respetadas y defendidas.
Sin embargo, también es importante reconocer y recordar, que la existencia de una Constitución no garantiza automáticamente su cumplimiento. La verdadera fortaleza de un sistema constitucional radica en la participación activa de la ciudadanía, la vigilancia constante y el compromiso de "todos", para defender los principios que sustentan nuestra convivencia.
Cada generación tiene la responsabilidad de interpretar y adaptar la Constitución a los desafíos contemporáneos, asegurando que siga siendo un instrumento de justicia y equidad. En este sentido, la Constitución es un pacto vivo, un pacto llamado a la acción para construir, olvidando las tan complejas y mal llevadas ideologías políticas, un futuro en el que los derechos de todos sean respetados y promovidos.
Debemos ser capaces de pensar en ésto, por encima de ideologías y luchas absurdas de poder, para así " no tirar por tierra" lo que tantos años costó conseguir.
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