Confidencias a medianoche (Final)
Por Jerónimo
Enviado el 26/12/2024, clasificado en Adultos / eróticos
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- Yo voy a contaros cómo acabé teniendo sexo con otra mujer.
Noté enseguida el interés que había despertado en la audiencia y, sin más rodeos, comencé mi relato.
Había sucedido mientras aún estudiaba bachillerato. Una compañera de clase me había pedido si podía echarle una mano con las matemáticas, pues se acercaban los exámenes y sentía que iba a suspender sin remedio.
Me dijo si no me importaba ir yo a su casa y quedé con ella el sábado sobre las siete de la tarde. Al llegar, me di cuenta de que estábamos solas en el piso.
- Tenemos todo el piso para nosotras, dijo ella entusiasmada.
Al principio, empezamos con las mates, lo que duró más o menos una hora. La verdad, me parecía que no estaba tan floja como ella decía, pero no me importaba repasar con ella lo más importante.
Después de una hora, ella propuso un descanso. Trajo unas cervezas y algo para picar y nos acostamos en la cama para estar más cómodas. Yo me quedé del lado de la pared y ella justo a mi lado. Después de un par de cervezas, mi amiga sacó un porro de la mesilla y empezó a fumar. Yo nunca había fumado, ni porros ni tabaco. Ella me lo acercó a los labios. Le dije que no me apetecía, pero insistió en que no me haría daño, es más, decía, te sentará de maravilla.
- Solo un poco, venga, no dejes que me coloque yo sola.
Finalmente, accedí. Chupé un poco y me produjo algo de tos, pero el sabor era agradable. Me gustaba el sabor y me gustaba sentir el humo entrando en mis pulmones y ver después como salía en pequeñas nubes. Era algo nuevo y placentero.
Sin darme cuenta, me fumé yo todo el porro.
Empezaba a sentir los efectos de la droga, pero no era nada incómodo, me sentía bien, despreocupada y tranquila. Y al notar ella que ya estaba bajo los efectos del porro, empezó a susurrarme que le parecía muy guapa, que tenía una figura preciosa y unos labios muy apetitosos.
Comenzó entonces a acariciarme la pierna. Yo intentaba detener su mano, pero ella me agarró por la muñeca y siguió acariciándome con la otra.
- Eres preciosa, Ana. Relájate, déjame hacer. Te deseo.
Yo protestaba, pero en mi estado, mis palabras no parecían muy contundentes. La mano de mi amiga estaba ya muy arriba en mi muslo, trepando sin obstáculos hacia mi sexo. Intenté librarme de la otra, pero ella apretó con fuerza y llevó mi brazo detrás de mi cabeza, dejándome inmovilizada, pues el otro estaba encajonado contra la pared.
Al fallarme las fuerzas, lo intenté con ruegos.
- Para por favor, no quiero.
- ¿Lo has probado ya?
- No, respondí.
- Pues entonces no te resistas. También el porro acabó gustándote.
Sus dedos alcanzaron mis bragas y comenzó a toquetearme por encima de ellas. Intenté mover mis caderas, pero solo conseguía ayudar a mi amiga con sus masajes.
Mientras se empleaba a conciencia conmigo, no dejaba de mirarme, intentando adivinar cuándo estaría ya rendida al placer.
- Para, suplicaba. No sigas.
Pero mis propias palabras me delataban, pues salían de mi boca cargadas de excitación, rotas. Cuanto más suplicaba, con más insistencia presionaba ella en mi sexo.
Cuando comprobó que ya estaba lo suficientemente cachonda, soltó mi brazo, que se quedó quieto en la misma posición. Con las dos manos libres, consiguió quitarme las bragas. Ahora sus dedos podían jugar libremente dentro de mí. Acercó una mano a mis labios y me ordenó que chupara los dedos. Abrí la boca casi automáticamente y me metió el índice y el corazón hasta la garganta. Chupé sus dedos, incapaz ya de oponer resistencia. Antes de follarme, me quitó la blusa y el sujetador. Entonces comenzó de veras su trabajo. Mientras su boca devoraba mis tetas, sus dedos húmedos entraban en mi vagina buscando mi clítoris. A pesar de mi negativa, no podía dejar de sentir que me ardían las entrañas.
- Para, decía entre gemidos, con la voz rota y la respiración entrecortada. No quieeero, nooo quieee.... ahhh, ahhh.
- ¿No quieres? Zorra mentirosa, si estás que te fundes putita.
Yo no podía más, estaba a punto de correrme y en el fondo, estaba disfrutando como una loca.
- Dime que te gusta, perra. Dime la verdad.
- Síiiiii, me encanta, sigue por favor, sig.… ahhhh, másssss, más.
Me corrí con una explosión brutal, retorciéndome como una culebra. Estaba sudando, pero a mi amiga debía parecerle igual de atractiva, pues empezó a besarme en los labios, las mejillas, el cuello, las tetas. Ella también había disfrutado de lo lindo. Al fin, había hecho realidad su deseo de follarme. Y se acabó.
- ¡Bueno!, dijo Natalia rompiendo el silencio. Para ser la primera vez que lo hacemos, creo que ha sido un éxito.
- Me gustaría saber qué historias son reales, dijo Susana.
- Chicas, ya conocéis las reglas. El misterio no puede ser desvelado.
Poco después, María y Susana dijeron que tenían que marcharse ya. Natalia me invitó a quedarme algo más, incluso podía dormir esa noche ahí. Total, nadie me esperaba en casa.
- ¿Te quedas a dormir?, me preguntó Natalia.
- Sí, de acuerdo.
Nos sentamos en el sofá una al lado de la otra. Natalia me cogió la mano y me dijo que mi relato la había excitado muchísimo, más que ningún otro. Llevó mi mano a su boca y empezó a besar mis dedos, después los metió dentro para chuparlos.
- ¿También estás caliente?, me preguntó.
- Mucho.
Me acerqué a ella y la besé en los labios. El contacto de nuestras bocas, nuestros alientos fundiéndose en uno, nuestras lenguas serpenteando como mariposas ebrias.... en un segundo me había puesto terriblemente cachonda. Mi mano tocó el muslo de Natalia y subió veloz hasta alcanzar su sexo. No llevaba bragas, la muy puta, con lo que metí enseguida mis dedos en su coño ya húmedo. Natalia se echó hacia atrás, presa del placer repentino de sentirse penetrada. Insistí con mis caricias mientras ella se abría la camisa para ofrecerme sus generosas tetas, duras, imponentes. Las besé presa de un frenesí que me descontrolaba. Mis dedos penetraban hasta el fondo y con cada penetración, Natalia se retorcía acercándose al momento culminante. Ello me animaba a no bajar el ritmo, a explorar con furia cada rincón de su sexo húmedo, a seguir chupando esos pezones exquisitos y duros.
No aguantó mucho. La calentura de los relatos había dejado su lívido a flor de piel. Se corrió en un orgasmo que parecía no tener fin, arqueándose, agarrándose al sofá y a mi brazo, echando de golpe la cabeza hacia atrás, para, al segundo siguiente, llevarla hacia delante, con el pelo alborotado tapándole la cara.
Dejé que se recuperara y fui a su cuarto. Busqué en la mesilla y encontré lo que estaba buscando. Volví al sofá, donde Natalia estaba ya algo recuperada, aunque jadeaba como si hubiera corrido medio kilómetro.
Le enseñé el porro y lo encendí.
- Ya sabes, querida, me encantan los porros desde hace mucho tiempo, los porros y un buen polvo.
Y me abrí de piernas esperando a Natalia.
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