CUENTOS BREVES (del manual de la masturbación)

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CUENTOS BREVES
(del manual de la masturbación)

(12)

Y ASÍ LLEGÓ EL MOMENTO

Y así llegó el momento.

Nos habíamos quedado solos. La luz ambarina del atardecer retozaba cuarteando las paredes. Ella fumaba envuelta en una aromática voluta blancoazulada. Sus labios carmesíes sostenían disciplentemente la boquilla marfileña. Reía mis ocurrencias ligeramente atrevidas. Mientras bebía la larga copa tan ambarina como la luz mortecina del día, que trataba de prolongarse impíamente ante el vespertino señor del día, yo miraba sus piernas enroscadas sobre la chaisse long fucsia, bajo la mirada de un Chagall chispeante y colorido. Sus pezones florecían bajo la blusa verde brillante; subían y bajaban con sus risas.

Ven, me dijo, a la vez que sorbía su copa de menta.

Me acerqué como lo haría un colegial, con una inquietud tímida, como un explorador que por primera vez pisara la sabana africana, oliendo los peligros, con los ojos rodeando la horizontalidad del terreno.

Dame un beso, musitó.

Me senté a su lado y la besé largamente apretando su espalda contra mi pecho. Noté la renaciente virilidad molesta en la cárcel de tejido. Su lengua caracoleaba en mi paladar, se enroscaba en mi lengua, bebía de mí; yo bebía de ella, cálidez sabrosa que despertaba mis glándulas salivales. Mordisqueé levemente sus labios. Pincelada carmesí que ambicionaba paladear en mi boca. Mi mano penetró entre los botones de su blusa. Acaricié la carne prieta, firme, resolutiva, redonda, lunar, ardiente. Se estremeció ligeramente cuando alcancé el pétalo sobresaliente de su pezón. Lo aprisioné pellizcándolo con suavidad. No se alejó; bailó con un frotamiento sensual entre mi pulgar y el índice. Acariciaba y estiraba la carne granulada e invisible bajo el tejido. Chagall rugía sobre nuestras cabezas; la noche fue entronizada. Abrí dos botones y el pecho hermoso saltó a la libertad jugosa de mi boca. Lamía con fruición el botón erguido y endurecido por los deseos. Ella se quitó la blusa; se bajó el pantalán. La braguita negra se distinguía perfectamente amoldada a la blanca carne. La apreté contra mí. Sentía su palpitar, su respiración agitada. Bajé mi mano hasta introducir dos dedos bajo la braguita. El vello rizado, suave y cálido... Galope tendido. Amazona del tiempo: sus dientes se aferraron a mi lengua, apretándola, un leve dolor satisfactorio acompañó la gran erección que me produjo.

El glande, aprisionado, palpitaba en pequeñas acometidas. Ahora fue ella, sacerdotisa del placer absoluto, la que desaprisionó mi falo. Sabia, bajó el slip por debajo de los testículos tan duros como la verga rígida, con su capullo enhiesto, corona necesitada de pleitesías. Ella lo golpeó suavemente; tamborileó en el agujero del meato y yo me agité de gusto. Acaricié su vulva humedecida por la lubricidad que vivíamos. Un dedo.... dentro, untado de su flujo... otro dedo explorador, impregnado de su jugo femenino. Penetro, me hundo; ahora soy presente de aquel momento: estoy, soy actor inmediato. Mi polla se yergue. Me la toco, la acaricio. Revivo aquellos momentos...

Su coño se abre para mí, sus labios inferiores se extienden entre mis dedos como las bellas alas de una mariposa exótica. Descubro la vulva. ¡Qué hermosa carne labiada, rosada, brillante en su agujero..! Me pide que lo besé: chúpame, deja que tu lengua me saboree, lame mi manantial de fuego, dice. Recoge mi miel, trágatela; quiero deleitarme viendo como lo haces. Abre sus muslos, se inclina para verse el chocho expandido, la entrada de su cueva rodeada de vello pajizo. Se abre completamente y yo me sumerjo, su aroma me hipnotiza; me hipnotiza el interior de su caverna cálida. Le como los labios verticales, hundo mi lengua hasta que mi nariz encuentra la barrera de su monte de Venus, hurgo, chupo, extraigo, gozo, bebo, trago.... Ella gime y me empuja la cabeza. Quiere más. También yo jadeo, como ella ahora. El guisantito, pide, cómetelo, lámelo. Ella sabe el efecto ardiente de las palabras. ¿Te gusta mi coño?, dice. Tu polla está dura, quiere que la mame, la chupe, me la trague y verterse en mi lengua, quiere dejar irse su leche. ¿A qué te quieres correr mientras te la mamo? Hummm, respondo, con mi lengua dando pasadas en su coño.

En aquel momento, mientras le comía el habita deliciosa, cuando notaba en mi lengua el clítoris duro y erecto, giraba la punta de mi lengua en torno al pequeño glande de carne y ella se movía jadeante, notaba mi propio flujo subiendo por la verga y salivando por mi capullo. Vuelvo a aquellos largos minutos...

Un sonido gutural escapó de su boca y estalló en un orgasmo brutal. Montaba mi boca, restregaba la vulva, frotaba el clítoris contra mis labios. El sabor de su coño cambió, un néctar espeso impregnaba mis labios. Después fue calmándose. Seguía emitiendo sonidos de placer, voluptuosa, jadeante.

Ponte de patitas, me dijo. Acaté sus deseos. Ella se puso detrás de mí, me acarició las pelotas y me besó el culo; bajó a mi agujero y lo bordeó despacio, palpó la entrada. Un instante después noté su dedo humedecido en saliva, hurgando el orificio, penetrando en él. Me abrí de piernas, quería que lo metiese, que me follase.

Y lo hizo...

Su dedo entró con un leve movimiento espiral. Lo noté empapado de su saliva caliente. Gemí y me sorprendí con una demanda improvisada, gurxada por el deseo alevoso, soy tuyo, fóllame a fondo, dame por el culo. Ella entraba y salía con suavidad, pero penetrándome hasta el final. En un momento sacó el dedo y lo llenó de nuevo de saliva para penetrar otra vez. Me hizo gemir de gusto. Aquello era desconocido para mí.... y resultaba delicioso. Hazte una paja, mientras te hago el amor por detrás, mandó. Yo comencé a masturbar mi endurecido miembro hasta que me invadió el espasmo y la eyaculación. Con el dedo jodiendo mi interior, lancé un estertor de placer. Ella siguió los movimientos; entraba y salía de mi recto despacio, mientras mi semen caía a borbotones, resbalando de mis dedos. El olor al líquido seminal me inundaba las fosas nasales. Untuoso, el esperma llenaba mis dedos enteramente. Me vertí completamente, hasta que mis testículos dejaron de proyectar flujo. Ella me dio dos palmadas en las nalgas y extrajo su dedo de mi ojete. Enséñame tu leche, pidió. Me di la vuelta y le mostré a mi sacerdotisa la resbaladiza ofrenda de mi corrida. Ella cogió mi mano y chupó los dedos, uno tras otro hasta sorber todo el semen. Finalmente se puso sobre mí, introdujo sus dedos entre los labios vaginales y me acarició la boca. Chúpalos, corazón, solicitó. También eso me produjo un inesperado placer. Mi verga se tensó a la vez que ella metía los dedos húmedos de su flujo en mi boca anhelante. Así, decía, así... me gusta.

Cuando nos quedamos desnudos en la oscuridad de la noche, me preguntó, ¿habías hecho esto anteriormente? Nunca, respondí. Ella se echó a reír y repuso, tampoco yo. Ha sido un buen comienzo.


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