Rendida a Léa - Parte 1

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(Continuación del Relato “La Canguro”)

Tras lo ocurrido en la bañera, Léa me acompañó a mi habitación y se despidió de mí, pero yo no podía conciliar el sueño.

La oía deambular por la casa: en el baño con el secador de pelo, en su cuarto acabando de cerrar las maletas, de nuevo en el baño cepillándose los dientes, y de nuevo en el cuarto poniéndose el pijama para irse a dormir.

Escuché o imaginé, no sabría decirlo, el clic del interruptor de la luz y el gemido de los muelles de su cama.

Y entonces, como una adicta carente de voluntad que reclama su dosis, me levanté y me dirigí a su cuarto.

Abrí la puerta y un triángulo de luz trazó una senda amarilla que conducía del umbral de la puerta a los pies de su cama.

Ella no se movió. Seguramente me había oído venir y no se sorprendió de mi llegada.

Hasta que se incorporó levemente.

—Ven, cariño —dijo al tiempo que retiraba la manta y se apartaba para hacerme sitio.

Sus labios dejaron entrever las perlas deslumbrantes de su sonrisa y sus ojos brillaron con el reflejo de la tenue luz que se filtraba de las farolas de la calle.

Sus ojos divertidos sopesaban la conveniencia de distintos modos de proceder. Finalmente, recostó mi cabeza en la almohada y posó dos dedos en mis labios exigiéndome silencio. Me besó con dulzura y, sujetándome la barbilla, inclinó levemente mi rostro para que le sostuviera la mirada.

Y poseída por el influjo hipnótico de su mirada permanecí inmóvil mientras su mano descendía por mi rostro para acariciar mi mejilla. Recorrió el contorno de mi oreja y luego mi cuello, entreteniéndose en la nuca, recorriendo con los dedos el nacimiento de mi cuero cabelludo y levantando ligeramente mi cabeza.

Seguí inmóvil mientras volvía a acariciar la parte de mi torso que quedaba al descubierto en la parte superior de la blusa del pijama, e incluso cuando su mano se introdujo por dentro para rodear mi hombro y recorrer la parte superior de uno de mis brazos.

Conseguí contener los leves estremecimientos que me asaltaron cuando su mano empezó a desabrochar los botones de la blusa. No me moví mientras los soltaba uno por uno, hasta que sentí el vello de mi piel erizarse entre las dos piezas de tela que ya no daban abrigo a mi pecho. Entonces ya no pude contener un sutil temblor que recé le pasara desapercibido.

Pero cuando ya no pude permanecer inmóvil fue cuando su mano violó la franja de piel descubierta entre los dos paños inútiles de tela que era mi blusa y la recorrió desde mi cuello hasta mi ombligo, atravesando el valle de mis senos y mi vientre.

Y cuando ya no pude sostener su mirada fue cuando, en su regreso, su mano se introdujo bajo mi blusa muerta, que cayó rendida a un costado, y repasó con la palma abierta, el dedo pulgar hacia arriba, el contorno de mi costado, costilla a costilla, y hasta que a la altura de mi pecho su dedo lo delimitó definiendo su curvatura desde su parte inferior hasta su nacimiento.

A partir de ahí cerré los ojos y ya no volví a abrirlos.

Su mano desveló la otra parte de mi torso aun parcialmente oculta por la blusa, y quedé con los dos pechos descubiertos, y ella los recorrió suavemente, como siempre con mucha pausa, sin prisa, tomándose su tiempo, paladeando cada instante, cada contacto, como si cada centímetro de mi piel profanada requiriera una adoración reverente en la que no cabían las urgencias y desenfrenos de las que yo era presa en mis arrebatos.

Y el fervor religioso de su contacto era una verdadera tortura para mi inexperto cuerpo en lo relativo a ese tipo de experiencias.

Se me hacía evidente que su acertado instinto hacía tiempo que era consciente de la naturaleza incendiaria de mi ser, y lo adecuado de sus referencias al fuego que ardía en mi interior y que ella sabía perfectamente como inflamar.

Mi cuerpo temblaba con su contacto, y mi respiración agitada delataba mi creciente excitación.

Su mano seguía recorriendo mi torso desnudo, sin concentrar sus caricias en ninguna zona en concreto. Sus pasadas empezaban en mi cuello, a veces acariciaban mis brazos, otras veces fluían como un roce casual por la parte superior de mi pecho, a veces bajaban por mi costado dedicándome las caricias de la parte exterior de su mano, luego con la palma abierta recorría mi vientre, realizando pasadas circulares desde donde nacían mis costillas hasta el límite de mi piel oculto por el pantalón del pijama, a veces un par de dedos se introducían bajo el elástico del pantalón, jugueteando con el vello que cubría mi pubis. Y siempre acababa acariciando mis pechos. Primero uno y luego el otro, dedicando su tiempo a recorrer su contorno, a poner a prueba su firmeza, a jugar con su elasticidad, a moldearlo con su mano caprichosa y, finalmente, a venerar mis pezones erectos. Los acariciaba con el dedo anular y luego los golpeaba con sumo tacto mientras el resto de su mano sujetaba el pecho con firmeza. Y el pezón respondía hinchándose y poniéndose duro y firme, más duro y más firme cuanto más duros y más firmes eran los golpecitos a los que lo sometía.

Hasta que la mano volvía a recorrer mi cuello y la tortura empezaba de nuevo.

Yo me estremecía y mi entrecortada respiración se debatía entre numerosos suspiros y esporádicos jadeos. Las lágrimas volvían a fluir copiosas y yo ahora no les ponía freno. Ya no eran muestras de tristeza, sino la expresión física de un placer que no podía controlar y que de alguna manera tenía que desbordar un cuerpo incapaz de contenerlo.

Hasta que en uno de sus viajes exploratorios bajó el elástico de mi pantalón y ya no hubo vuelta atrás. En lugar de seguir su peregrinar por mi costado, su mano se introdujo más abajo hasta sentir como su palma entera rebasaba mi monte de Venus, sus dedos posados sobre la parte superior de mi vagina. Sus dedos rozando mi clítoris palpitante.

Sentí una ligera presión de su mano en mi vientre cuando se incorporaba levemente, y sentí a continuación como la presión se aflojaba mientras su cuerpo se reclinaba sobre el mío. Sentí el calor de su torso desnudo en mi costado. Se había quitado la camiseta del pijama. Sentí su rostro descansar sobre la parte superior de mi pecho, sentí sus labios besar con dulzura la suave piel de mis pechos, sentí su lengua acariciar mis pezones, sentí sus labios cerrarse sobre uno de ellos y su lengua lamerlo y juguetear con él moviéndolo caprichosamente. Y sentí como su mano se deslizaba por la parte superior de mi muslo, recorrerlo hasta casi la rodilla, y volver en sentido inverso por la cara interior hasta que el dedo índice presionaba mi labio vaginal, haciendo rezumar mis flujos y empapar su dedo, que notaba viscoso y fluido al deslizarse hacia arriba y recorrer el interior de mi entrepierna y volver a empezar su recorrido por la parte superior de mi otro muslo hasta mi rodilla.


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