Rendida a Léa - Parte 2
Por agata
Enviado el 25/02/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Mis manos se aferraron a la sábana y sentía los nudillos en tensión y las uñas clavándose en las palmas. Mi espalda se arqueaba y mi cadera se revolvía incontrolable mientras mis piernas eran presa de temblores y sacudidas. Los jadeos eran ahora continuos y se alternaban con profundos gemidos.
La boca de Léa no daba tregua a mis pechos. Mis pezones sufrían un castigo ininterrumpido de besos, lametones y pequeños mordiscos.
Mis tobillos, que Léa había recogido abriendo de par en par mis piernas y alzando mis rodillas, seguían presos por el revoltillo que formaban mis pantalones a su alrededor. Sus manos procesionaban ahora por el interior y la parte inferior de mis muslos, y su encuentro con mi entrepierna era cada vez más intenso, más prolongado.
Ya no era su dedo índice, sino toda su mano la que en cada llegada a mi ingle transitaba al otro hemisferio de mi cuerpo restregándose lujuriosamente sobre mis labios vaginales. Los aplastaba impregnándose de flujo, invadiendo incluso alguno de sus dedos planos su interior, quedando alojado entre ellos y recorriéndolos de abajo a arriba hasta localizar mi inflamado clítoris. Y allí presionaba con fuerza amenazando con arrastrarme con su empuje hasta la cabecera de la cama.
Yo soportaba ahora sus embates con mi mano libre apoyada por detrás de mi cabeza, pues la otra no me pertenecía sedienta como estaba buscando desesperada cuanto cuerpo de Léa quedaba a su alcance. Acariciaba su espalda arqueada sobre mí, su nuca apenas cubierta por su cabellera que caía en cascada sobre su rostro amorrado a mi pecho, buscaba su vientre encogido y, sobre todo, se recreaba vengándose del tormento al que me sometía aferrando con lujuria sus pechos colgantes, que se amoldaban a ella, y a duras penas conseguía dominarla y que no los estrujara para dar expresión física a una parte infinitesimal del suplicio que estaba sufriendo.
Y, en su descontrolado frenesí, mi mano también buscaba profanar, por fin, su hasta ahora inviolada zona íntima. Abandonó su pecho y dejó atrás su vientre y unos dedos sin gobierno se introdujeron unos centímetros apenas bajo la tela de su pantalón.
Mi mano seguía actuando por instinto. Carecía de voluntad estando yo sometida al orgasmo que me sacudía desde lo que se me antojaba una eternidad. Mi mano era un ente irracional que actuaba obedeciendo a la necesidad irrefrenable de reproducir el infierno de placer que me enajenaba. Mi mano reclamó retorcer mi cuerpo para alcanzar su destino. Mis nudillos sobrepasaron la frontera de tela que separaban a su dueña de su anhelado destino. Y mi mano se debatía furiosa sintiendo un dolor insoportable en el dorso, un impedimento que le impedía palpar el centro del universo de Léa, los labios de Léa, impregnarse de los flujos de Léa, introducirse en el calor de Léa…
Dos labios jadeantes sofocaron mis gritos y otra mano se deslizó junto a la mía, soltó un lazo y liberó los pantalones de Léa, dejándolos sueltos, y dio vía libre de este modo a mi mano.
Mi corazón desbocado alcanzó el paroxismo y aparté mi rostro para poder dar salida a unos gritos que amenazaban con ahogarme en caso de no hallar una vía de escape. Mi mano, por fin, estiró de un pantalón dejando al descubierto un culo y una entrepierna que palpaba con un brazo que se estiraba más allá de lo que permitían mis articulaciones en un frenesí irracional. Y entre la carne tersa y suave de sus glúteos y sus muslos hallaron, por fin, la humedad de su sexo, empapado y rebosante de flujo, cálido, ardiente y palpitante.
La mano de Léa ya no recorría nada, sus labios se quedaron inmóviles. Su cuerpo se puso tenso. Sus rodillas se separaron y su pelvis se apretó contra el animal ansioso que era mi mano. Y el animal se aplastó contra su sexo con furia, y noté como su mano se aplastaba contra el mío. Tres de sus dedos se introdujeron levemente en mi interior y aullé mientras mis piernas amenazaban con descoyuntarse por el esfuerzo de mantenerlas abiertas contra natura. Y mi mano respondió apretando con toda la fuerza de mi orgasmo la zona de su vagina donde yo sentía mi clítoris, y sentí como gemía y extrañas expresiones en francés resbalaban por mi pecho. Y tras otra descarga irresistible de placer recogí los dedos de la mano alojando de golpe tres de ellos en el interior de su vagina, mientras que con los otros dos apretaba sus ingles atrayendo su cuerpo contra mí.
Gritó de placer sin control, y su cuerpo se puso de nuevo tenso para responder y hacer más intensa mi penetración, y su cabeza ladeada sobre mi pecho había perdido su capacidad de dar placer, poseída como estaba por el que recibía. Pero sus manos, actuando por instinto, obedecían a los arrebatos que sentía reflejándolos para entrar en una vorágine sin fin, y mientras su mano libre se posó en mi rostro, sus dedos introduciéndose en mi boca entreabierta, la otra inició un frotamiento descontrolado de mi clítoris, alternado con entradas y salidas de dos y tres dedos, apenas un par de falanges, y mi cuerpo se convirtió en algo cuyos movimientos me resultaban tan ajenos como inexplicables. Mi cadera subía y bajaba a un ritmo desenfrenado persiguiendo su mano como si se fuera a escapar, reclamando ávida el frotamiento del clítoris y la introducción de sus dedos. Y mi mano apretaba su vagina como si fuera una fruta de la que sacar jugo, con tres dedos totalmente introducidos en su interior y la palma aplastada contra su clítoris, y restregaba desatada tratando inconscientemente de reproducir la tortura a la que me sometía.
Y en ese estado irracional, perdida toda conciencia, fue mi cuerpo el que, sin duda obedeciendo al más primario instinto de supervivencia, procedió a convulsionar de tal modo que mis rodillas se cerraron en un espasmo como debe ser el de la muerte, y con un estertor también de muerte sentí abandonar mi cuerpo cualquier resto de energía y caer desfallecida mientras mi mano seguía aferrada a la vagina de Léa y ella seguía emitiendo gritos de placer hasta que poco a poco se fueron sofocando y quedó inerme sobre mí.
Poco a poco, según íbamos recuperando las fuerzas, nuestros cuerpos se buscaron y ovillaron el uno junto al otro.
Una sensación de paz y plenitud total se apoderó de mi alma y concilié pronto un sueño plácido y reparador al calor de su contacto, saturándome de su olor e inspirando cada reposado aliento que escapaba de sus labios.
Antes de amanecer, no obstante, abrumada por una alarmante sensación de ausencia, abrí los ojos para descubrir que despertaba en una pesadilla.
Léa me había abandonado.
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