Amber Suit a través del Estado Intermedio (1)
Por Luis R.
Enviado el 01/03/2025, clasificado en Ciencia ficción
137 visitas
La mente de Amber aún no se había reencarnado. Vagaba por el estado intermedio con un cuerpo mental, similar al que usamos en los sueños. Sus experiencias transcurrían en un desierto amarillento, que alternaba entre arena y rocas. No veía el sol, la luminosidad era como la de un día brumoso de verano, en el que no se sabía de dónde venía la luz. Tampoco podía orientarse, porque nunca anochecía.
En su caminar, llegó a un oasis, pero faltaba el agua. Buscó, pero no encontró ningún pozo o fuente. Sin embargo, había vegetación verde y árboles. Siguió el camino hasta desembocar en una explanada donde se reunían, en perfecta armonía, varios grupos de gatos. No supo qué hacer. Le entró paranoia, porque no recordaba quién era, pero un gato atigrado con rayas blancas y doradas que tenía un solo ojo, la calmó.
El gato clavó su mirada en ella, y aunque sintió una descarga de miedo recorrer su cuerpo, su voz, suave pero firme, comenzó a disipar el terror que la había invadido.
—Estás en un estado diferente, casi como un sueño. Las cosas que ves existen, pero también son ilusiones. Si no, ¿cómo explicas que pueda hablar contigo? —le dijo con una voz suave, pero firme.
El gato continuó:
—Este lugar es una dimensión para la conciencia de algunos seres que vosotros consideráis inferiores. No sé cómo llegaste aquí, pero debes irte si no quieres que entre todos absorban tu conciencia. Podrías acabar esclavizada en este lugar, donde un eón no significa nada.
Amber sintió un escalofrío y se alejó del oasis, sintiendo cómo la arena se adhería a sus pies, mientras su mente vagaba, buscando respuestas imposibles en un paisaje sin fin. Deambuló por el desierto durmiendo al raso o bajo alguna roca, ya que nunca encontró una cueva. No había oscuridad.
Entabló amistad con un hombre que parecía un indio, aunque era mudo. Juntos recorrieron el desierto, y él le enseñó a mover las manos para generar energías desde su interior. Podía envolver cualquier emoción con sus manos y hacer que se expandiera a su alrededor.
Después de muchas experiencias, llegaron a un pueblo llamado Encrucijada. Amber aún no sabía quién era ni dónde estaba. El indio tomó una calle estrecha y le señaló que ella siguiera por la ancha. Se separaron, y no volvieron a encontrarse.
Amber sintió que tenía mucha sed.
Al otro lado de la calle, vio un bar. El cartel decía: "Bar de la Vida". Se dirigió allí y pidió una botella de agua.
—No hay —respondió el camarero.
Entonces se quedó pensativa y preguntó:
—¿Una cerveza?—
El joven miró de un lado a otro, limpió la barra enérgicamente con una bayeta inexistente y siguió merodeando entre las mesas. Amber observó a la gente, que hacían gestos de llevarse vasos o botellas a la boca, pero en sus manos no había nada. Se limpiaban con lo que podría ser una servilleta y continuaban con sus animadas charlas.
Se preguntó de qué estarían hablando. Quizá uno decía al otro: "Qué buena está esta cerveza", o "Este café es delicioso". Los gestos y la vehemencia con la que hablaban la sorprendían. Intentó escuchar con atención, pero solo captaba murmullos; ninguna palabra clara, ni siquiera distinguía el idioma.
De repente, alguien entró corriendo, jadeando. Se detuvo frente a ella y le dijo:
—Estás muerta, estás muerta...—
Amber se asustó tanto que despertó bañada en sudor, sin saber exactamente qué había pasado.
—¿Dónde estoy? —se preguntó.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales